Büsingen es un pueblo alemán de 1.500 habitantes que no tendría demasiado de especial de no ser porque se trata de uno de los escasos exclaves puros de Europa. Completamente rodeada por territorio suizo, la localidad se encuentra a menos de tres kilómetros de la frontera con el resto del país, pero los límites del término municipal (siete kilómetros cuadrados de superficie) están todavía más cerca, a setecientos metros de la frontera.
La relación de Büsingen con las fronteras viene de muy lejos. El pueblo se encuentra en la orilla del Rin, que delimitaba las fronteras exteriores del Imperio Romano. La localidad fue fundada en el siglo V d.C., y toma su nombre de un líder germano llamado Buosinga. Hacia el siglo XIV, la localidad pertenecía a la ciudad independiente (y posteriormente cantón) de Schaffhausen, pero en 1330 los Habsburgo de Viena se apropiaron de toda la zona. Schaffhausen recuperó su territorio (incluyendo Büsingen) y parte de su soberanía un siglo más tarde comprándosela a Viena, aunque temas como las relaciones internacionales quedaron en manos austríacas. Büsingen pasó por manos de diversas familias en los siguientes siglos, hasta que, en 1535 la familia austríaca de los Im Thurn se convirtió en dueña del lugar. A partir de 1658 Eberhard Im Thurn, cuyo nombre está íntimamente ligado a la historia y destino de este pequeña localidad, sería el señor del pueblo.





Durante muchos años fui usuario habitual de la línea de autobús Madrid-Barcelona de la Alsa. A falta de un presupuesto digno de ese nombre, los 42 euros que costaba el billete de ida y vuelta entre las dos ciudades eran lo único que mi economía se podía permitir. El servicio de línea regular oscilaba entre lo surrealista (he visto compañeros de viaje que vosotros no creeríais) y lo espantoso (he olido compañeros de viaje…). Por poner un ejemplo de las rarezas de la ruta, la primera parada técnica (así lo llamaban) solía ser en Esteras de Medinaceli, un pueblo soriano a 140 kilómetros de Madrid. Bueno, concretamente parábamos en un área de servicio que yo llamaba El Supermercado Más Caro De La Tierra, por los inconcebibles precios de la mercancía, que harían palidecer de envidia a los más consumados atracadores aeroportuarios. Otros sobrenombres que recibió el lugar fueron Este Sucio Agujero o La Capital Mundial De La Nada.


