El domingo pasado el parlamento kosovar proclamó la independencia de la, hasta entonces, provincia serbia de Kosovo, convirtiéndose en el séptimo país surgido de la antigua Yugoslavia. Se convierte, también, en el país más jóven del mundo, puesto que hasta ahora mantenía Montenegro tras independizarse en mayo de 2006.
Los problemas que ha provocado y provocará esta decisión, y, sobre todo, la decisión de una gran parte de las potencias occidentales de reconocer inmediatamente al nuevo país, están siendo debatidas y analizadas en todos los grandes medios de comunicación. Hasta el momento, once países miembros de la ONU han reconocido a Kosovo como nación independiente, entre ellos Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Alemania (hoy mismo). Está previsto que en breve lo hagan Italia, Suecia y Finlandia, entre otros muchos. El primer país en anunciar su reconocimiento fue Costa Rica, el mismo día 17, pocas horas después de la proclamación de independencia, seguida por Afganistán. España ya ha anunciado que no reconocerá a Kosovo, por varias razones, entre las que se encuentra el rechazo a la violación de la legalidad internacional (la independencia kosovar contradice flagrantemente la resolución 1244 de la ONU, de 1999, que garantizaba la integridad territorial de Serbia) y, también, mantener cierta coherencia con la postura sobre los independentismos locales. Sin embargo, apoyará, con dinero y personal, la Misión EULEX, de la Unión Europea, destinada a convertir a Kosovo en un estado de derecho, y, sobre todo, en un estado de verdad. Así, se da la curiosa circunstancia de que España no reconoce a un país al que destina fondos y personal.
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