Nunca tal se vio en memoria de guardia de frontera. Este es el primer viajero que en medio del camino para el automóvil, tiene el motor ya en Portugal, pero no el depósito de gasolina, que aún está en España, y él mismo se asoma al pretil en aquel centímetro exacto por donde pasa la línea de la frontera.
Así, justo en la frontera, comienza Viaje a Portugal, el libro en el que el José Saramago cuenta el recorrido que durante meses realizó por su país a principios de los años 80. El viaje intimista del futuro Premio Nobel comienza con un sermón a los peces, «los que estáis en el río Douro y los que estáis en el río Duero«, en el lugar exacto donde empieza, o acaba, Portugal. Cuarenta y dos años después de que Saramago cruzara La Raya, ahí estabamos nosotros, también con medio coche en cada país, contemplando los muros exteriores de una anodina casa rural en una aldea remota de Extremadura. Una casa tan irrelevante que su web ni siquiera aparece entre los diez primeros resultados de Google cuando la buscas, pero tan prodigiosa que por si sola consiguió lo impensable: modificar unilateralmente una frontera internacional. Hoy en Fronteras, la casa que invadió el país vecino.
