El pasado viernes el cartero depositó en mi buzón la postal sobre estas líneas. La había escrito Inés, la zaragozana detrás de Mis viajes por ahí, durante una expedición antártica el pasado mes de enero. Nadie me ha enviado nada nunca desde tan lejos y es difícil que alguna vez reciba una postal desde un lugar tan improbable, así que me hizo muchísima ilusión. Pero me provocó preguntas, especialmente una: ¿cómo ha llegado esta postal desde la Antártida a mi casa de Barcelona? Esta es la historia
Reino Unido
¿Cómo se divide el deporte en las Islas Británicas?
Las Islas Británicas (Gran Bretaña e Irlanda) fueron en el siglo XIX la cuna de algunos de los deportes más populares del mundo, como el fútbol, el crícket y el rugby. Fruto de ese hecho, el Reino Unido no suele aportar una selección a los campeonatos internacionales, sino hasta cuatro. Los primeros partidos internacionales se disputaron entre los países que formaban parte entonces del Reino Unido: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda, que en los años veinte del siglo pasado sería dividida entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda. Pero no en todos los deportes ni en todas las competiciones el sistema funciona igual.
Vieja Zelanda, Vieja York y otros Viejos de los Nuevos
Hace unos años instalamos un mapamundi con dibujitos en la pared del cuarto de mi hijo mayor. Sobre cada país aparece su bandera y, si cabe, algún monumento típico. La Torre Eiffel, la Sagrada Familia, un guardia montado del Canadá, cosas así. Un buen día Diego Jr. me hizo la pregunta que todo padre teme: «Papá, si hay una Nueva Zelanda, ¿dónde está la vieja?». Y eso es lo que vamos a ver hoy.
Vieja Zelanda
El primer nombre europeo para Nueva Zelanda fue «Staates Land»; se lo puso en 1642 el holandés Abel Tasman, a quién recordarán de otras islas australes como Tasmania, y homenajea al Parlamento Neerlandés. Los cartógrafos que dibujaron los primeros mapas de las islas unos pocos años más tarade, sin embargo, escogieron el nombre de Nueva Zelanda en homenaje a la provincia de Zelanda, una de las doce que hoy componen el país.
Volveremos a volar – Las impresionantes fotos de aviones almacenados alrededor del mundo
El puñetero bicho que tiene a un par de miles de millones de personas confinadas en su casa ha tenido una serie de efectos colaterales que marcarán la década de los veinte hasta extremos que aún no somos capaces de imaginar. Uno de esos efectos es el absoluto desplome del tráfico aéreo en todo el mundo, con compañías gigantes dejando en tierra toda o casi toda su flota. Un día cualquiera de diciembre de 2019 había en cada momento veinte o treinta mil aviones en el aire; la inmensa mayoría de ellos (casi todos los de pasajeros) están ahora abarrotando aeropuertos de todo el mundo, esperando a que escampe, dejándonos imágenes tan espectaculares como inquietantes. Pero nos queda la esperanza: volverán a volar, volveremos a subirnos a un avión, y el mundo volverá a hacerse pequeño.

El Puente Aéreo de Berlín, el milagro del aire
Entre 1940 y 1945 las fuerzas aéreas de Estados Unidos y Gran Bretaña, con una pequeña y tardía colaboración francesa, bombardearon 363 veces la capital de la Alemania nazi. Setenta mil toneladas de bombas, veinte mil muertos, más de millón y medio de refugiados y un tercio de la ciudad reducida a escombros humeantes fueron el resultado de las operaciones de los tres países aliados entre 1940 y 1945, sobre todo en los últimos doce meses antes del final de la guerra. Tres años después de esa fecha cientos de aviones de las fuerzas aéreas de los mismos tres países que arrasaron sistemáticamente Berlín aterrizaban diariamente en la ciudad y eran recibidos como héroes salvadores por la población civil, la misma población civil que había sufrido durante un lustro la dureza despiadada de los bombardeos. Este hecho por si solo es ya sorprendente, pero el por qué de ese repentino afecto a los aliados occidentales es todavía más asombroso; se trató de un milagro de la logística, la planificación y sobre todo la voluntad. Un milagro que conocemos como el Puente Aéreo de Berlín.

Slow TV. Viajar desde casa a ritmo real
El 1 de enero de 2019 la televisión de la región española de Aragón emitió un programa de cuatro horas de duración titulado «El viaje». La producción consistía en la grabación a tiempo real de una única cámara montada en la locomotora de un tren viajando entre las estaciones de Zaragoza y Canfranc, en los Pirineos. 218 kilómetros en vías sin electrificar, sin más acompañamiento sonoro que el del propio tren haciendo clan clan sobre los raíles. Ni montaje, ni banda sonora, ni narración. Nada. Pese a lo inacostumbrado de la propuesta, un 7% de la audiencia acompañó la emisión, una cifra por encima de los números habituales de la cadena. Fue el primer (y hasta hace un par de semanas único) episodio español de lo que se ha dado en llamar Slow TV, televisión lenta, un fenómeno que apareció hace una década en Noruega y que hace tiempo que colonizó Youtube.
Cuando volar era una aventura. Las primeras rutas de larga distancia de la aviación comercial
En marzo de 2018 la compañía Qantas, aerolínea de bandera australiana, inauguró la primera ruta aérea sin escalas entre Europa y Australia con un vuelo que conecta los aeropuertos de Londres Heathrow y Perth, en la costa oeste del continente. Diecisiete horas en el aire en un asiento de comodidad francamente discutible no parece el mejor de los planes, pero si comparamos eso con la travesía casi interminable de los primeros vuelos intercontinentales resulta que es poco menos que un milagro. Volar largas distancias hace tres cuartos de siglo era, aparte de carísimo, una aventura que podía poner a prueba la paciencia de cualquiera, pero sobre todo era un desafío técnico, logístico y personal de primera magnitud. Los pilotos eran poco menos que héroes o estrellas del rock, y cruzar el mundo en avión requería casi tantas escalas como horas en el aire.

Inglaterra, Gran Bretaña, Reino Unido, Islas Británicas y la madre que los parió a todos
Cuando nos referimos al estado soberano cuya capital es Londres lo hacemos indistintamente con varias expresiones: Reino Unido, Gran Bretaña, Inglaterra o Islas Británicas. Sin embargo cada una de esas cuatro expresiones significa algo distinto y abarca un entorno geográfico y político diferente, y, lo que es peor, ninguna de ellas es del todo precisa respecto al espacio geopolítico al que nos referimos. Repasemos:
- Inglaterra. Es una de las cuatro naciones constituyentes, y una de las tres dentro de la isla de Gran Bretaña. Limita al Norte con Escocia y al Oeste con Gales.
- Gran Bretaña: La isla donde se encuentran Inglaterra, Gales y Escocia.
- Reino Unido: La suma de Gran Bretaña y el trozo de la isla de Irlanda bajo soberanía de Londres (Irlanda del Norte, vamos). El nombre completo del país es «Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte», por cierto.
- Islas Británicas: Las Islas de Gran Bretaña e Irlanda, esta última dividida entre dos estados diferentes: La República de Irlanda e Irlanda del Norte, parte del Reino Unido.
Parece sencillo, ¿verdad? Bueno, pues no lo es tanto.
Chutar desde Croacia y marcar gol en Bosnia. Estadios de fútbol en dos países.
Un domingo cualquiera el FK Partizan de Kostajnica juega como local en la cuarta división de la liga de fútbol de la República Srpska. Unas pocas docenas de espectadores animan con cierta desgana a los jugadores locales mientras fuman un cigarrillo tras otro con los codos apoyados en las barandillas de un costado del campo. La hierba no está demasiado cuidada y los uniformes blanquinegros del once local lucen manchas de barro como testimonio. En un momento dado, un jugador visitante interrumpe el avance del ataque local despejando con un fuerte chut. La pelota sale por la banda y pasa por encima de la verja del campo. El utillero del equipo, un cincuentón curtido tras media vida en las categorías inferiores yugoslavas primero y serbobosnias después, masculla una maldición y se levanta del banquillo. La precaria economía del club no permite que se pierda material, así que le tocará ir a por él. Se dispone a salir del banquillo cuando recuerda algo. Del bolsillo lateral de una bolsa de deportes con los colores del equipo saca su pasaporte. Porque para ir a buscar la pelota tendrá que ir al extranjero. Bienvenidos al campo de fútbol de Kostajnica, donde se puede chutar desde un país y marcar gol en otro.

Brexit: El marrón de la frontera irlandesa
La catástrofe producto de la necedad colectiva que conocemos popularmente como Brexit ha llegado por fin a la fase de discutir qué hacer con la frontera irlandesa. A priori es un dilema francamente difícil de resolver. Los quinientos kilómetros de frontera entre las dos Irlandas son actualmente una línea en el mapa mucho más que una barrera física. Cientos de carreteras y caminos la cruzan sin ningún tipo de indicación, salvo, en algunos casos, una advertencia del cambio de unidades de medida de velocidad de millas a kilómetros por hora. Pero en la mayoría de los casos, ni eso. El Brexit supone que Irlanda del Norte, como el resto del país, se encuentre fuera de la Unión Europea, y por lo tanto de la Unión Aduanera y el Mercado Común, mientras que la República de Irlanda permanecerá en todas esas instituciones, algo que, necesariamente, supone la existencia de una frontera exterior de la Unión Europea, una expresión neutral que suele ocultar durísimas condiciones para los que están en el lado malo de la línea, como bien saben en Bielorrusia o Marruecos. Bajo la apariencia de los intereses comunes (una frontera cuanto menos rigurosa mejor) se esconden una serie de incompatibilidades básicas que hacen de la raya irlandesa un puzzle casi irresoluble.
