Transfăgărășan, osos y pantanos. La carretera más bonita de Europa

Yo no había escuchado antes ese sonido. Nunca. Los dos móviles que llevaba encima empezaron a emitir de forma simultánea un zumbido aterrador, un tono de alarma desconocido que me puso en tensión de manera instantánea. Asustado, detuve el coche y leí el mensaje en la pantalla de uno de los aparatos. Esperaba encontrar un aviso de ataque nuclear o de impacto inminente de meteorito, pero el texto, en rumano e inglés, era algo más mundano: alertaba de osos en la zona. Aliviado dejé el móvil en el asiento del copiloto y me dispuse a arrancar de nuevo; repentinamente entendí la necesidad del aviso. El escalofrío me bajó por la columna vertebral y me erizó hasta el último pelo del cuerpo. Nunca había visto un oso de cerca en mi vida. Ese día me iba a hartar.

Por poco me da un infarto.

Todo empieza en la tumba de Nicolae Ceaucescu. El día de Navidad de 1989 el dictador comunista fue fusilado junto a su mujer, poniendo fin a la Revolución Rumana y simultáneamente a un régimen de más de dos décadas caracterizado por su gusto por la represión y la megalomanía. Pero no siempre fue así. Al principio de su mandato Ceaucescu era considerado una figura aperturista dentro del bloque del Este, que se permitió, incluso, condenar abiertamente la invasión de Checoslovaquia por parte de la Unión Soviética en 1968. Por esa misma razón ordenó la construcción de la Carretera Transfăgărășan, para tener una vía de escape segura desde Bucarest en caso de una invasión rusa del país, dadas las desavenencias con Moscú. Así que mi primera parada en la ruta fue la tumba del dictador y de su mujer, en el cementerio de Ghencea, a las afueras de la capital rumana

Comprobado: sigue muerto

La carretera atraviesa los Montes Făgăraș, de ahí su nombre. Su construcción no fue fácil: los montes en cuestión son los más altos de Rumanía e incluyen sus dos picos más elevados. La carretera únicamente está abierta para turismos de junio a septiembre, porque suele estar cubierta de nieve el resto del año. Fue el ejército el encargado de allanar las montañas por las que tenía que discurrir el camino; el relato oficial del régimen afirma que ochenta soldados murieron durante las obras, realizadas mayormente en condiciones climatológicas horrendas y a temperaturas bajo cero; otras crónicas sugieren que la cifra es varias veces superior. Los 150 km de recorrido de la carretera discurren entre los dos picos más altos del país, el Moldoveanu y el Negoiu, que sobrepasan ambos por poco los 2.500 metros de altitud; poco más de un par de horas deberían bastar para recorrerlos, pero yo pasé allí más de ocho.

Las paradetas en los márgenes de la carretera fueron una constante a lo largo de todas las carreteras rurales
Al inicio de la parte más entretenida del trayecto se encuentra el Castillo de Poenari, la residencia de Vlad el Empalador, que como todos sabéis es el señor cuya vida y milagros inspiró el Drácula de Bram Stoker. Las ruinas de la fortaleza son accesibles al final de 1.500 escalones

La Transfăgărășan tiene su kilómetro cero en Bascov, unos 120 kilómetros al noroeste de Bucarest. Llegar hasta allí es bastante fácil, y de hecho los primeros sesenta kilómetros de la carretera también son bastante sencillos y planos, un paseo entre bosques y prados por un firme bien asfaltado. Pero una vez se deja atrás el último camping la cosa se pone entretenida. El asfalto se estrecha, los arcenes desaparecen, el bosque se espesa y la luz del sol deja de llegar tan fácilmente al suelo. Durante treinta kilómetros la carretera es una sucesión de serpentinas donde cruzarse con otro coche es complicado, y cualquier autobús es un desafío de primer orden. Fue muy poco después de la primera serie de curvas cuando avisté el primer oso; el coche delante de mí se detuvo, y fue cuando aproveché para mirar por qué mis teléfonos estaban aullando enloquecidos. Antes de empezar a moverme me encontré con el plantígrado en el murete de la carretera, ahí, tan pancho, como si fuera lo más normal del mundo. Porque resulta que efectivamente, es lo más normal del mundo.

No hace falta entender rumano para comprender el cartel, ¿verdad?
Los altarcitos y las cruces junto a la carretera para rememorar a los que fallecieron en ella son un icono habitual en las cunetas de Europa del Este

Con el corazón saliéndoseme por la boca conduje los siguientes tres kilómetros hasta la primera parada del día: la presa de Vidraru. Hasta 1970 la carretera acababa aquí, con el nombre (que conserva) de DN7C (DN significa Drum National, y Drum significa carretera). A lo largo de los siguientes cuatro años el ejército rumano usó seis mil toneladas de dinamita para roturar noventa kilómetros de carretera de montaña. En la central hidroeléctrica de la presa, una estatua metálica de Prometeo saluda a los visitantes. Que en el día de mi visita, un soleado lunes de agosto, eran muchos. Aparqué el coche a kilómetro y medio del embalse, en el primer hueco  que encontré en la cuneta. Los alrededores de la presa eran un hervidero de gente, con puestecitos de venta de recuerdos, mazorcas de maíz y cervezas, porque nada mejor para conducir por una carretera de montaña que un par de birricas bien frías.

La presa de Vidraru es parte de la carretera. Tras ella, las instalaciones de la central hidroeléctrica, y en lo alto, la estatua de Prometeo
Escultura de Prometeo, aquel que le robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos
Un antiguo túnel de acceso convertido en parte del camino para excursionistas alrededor del lago (se puede cruzar también en moto y coche, aunque el firme es cualquier cosa menos eso)
Vista del lago de Vidraru creado por la propia presa

Después de comerme una mazorca y de pasear un rato por túneles y senderos regresé al coche y volví a unirme a la caravana de moteros, excursionistas y domingueros que recorrían el camino. Para mi suerte casi todo el tráfico más allá de la presa recorría la carretera en sentido inverso al mío, así que pude disfrutar de una experiencia de conducción digna de un anuncio de BMW. En un momento observé cierta ralentización del tráfico en el sentido contrario, y, por si acaso, me detuve yo también. El responsable, no podía ser de otra manera, era un oso. En este caso era un osezno, y mi sentido arácnido me hizo sospechar que mamá oso no andaría demasiado lejos de allí, así que abandoné rápido el lugar. Un par de kilómetros después me encontré otro breve atasco de tráfico, provocado, de nuevo, por otro plantígrado, acodado en el murete de la carretera como si quisiera pedirse un cubalibre en una discoteca de polígono industrial y el camarero no le hiciera caso.

«Esto está lleno de ositos» es una frase que no significa lo mismo en Transilvania que en Chueca
OLA K ASE

Todavía fascinado por la abundancia de úrsidos proseguí mi camino hacia el norte. El tráfico en esta zona de la carretera era realmente escaso y de nuevo me vi sintiéndome protagonista de un anuncio televisivo. La música a tope, el codo apoyado en el hueco de la ventanilla, una Cocacola helada al alcance de la mano y la carretera para mi solo. Los bosques primigenios pronto dieron paso al larguísimo ascenso hacia el Lago Balea y sus paisajes abrumadoramente espectaculares. Me detuve cada pocos kilómetros a hacer fotos y sacarme selfis con el temporizador de la cámara, especialmente en uno de los lugares más conocidos del tramo de ascenso, que aparece en Google Maps con el nombre de «cascada de la cabra«. Varios centenares de personas habían tenido la misma idea así que el caos de tráfico era considerable, pero se compensaba con la espectacularidad de las vistas.

Panorámica desde la cota 1.700, digna de la mejor postal suiza o de la más simbólica marca de lápices de colores
Un hombre arriesga su vida de forma completamente innecesaria para que su mujer le haga una foto. Sí, yo habría hecho lo mismo de no estar viajando solo
Un pequeño oratorio junto a la carretera, para uso de los fieles que aprovechen el merendero adyacente. Me dio la impresión de que la rumana es una sociedad notoriamente religiosa

A partir de ahí el tráfico se fue complicando cada vez más. Al final del ascenso se encuentra el túnel de Bálea, el más largo de la carretera y también de toda Rumanía, con sus casi 900 metros de longitud. El atasco empezaba un kilómetro antes del túnel, así que abandoné el coche en una cuneta y me fui a dar un paseo para hacer fotos. En la cota 2.000 se encuentra el servicio de salvamento que se encarga de rescatar a los excursionistas despistados para evitar que se conviertan en comida para osos, además de las ruinas de un antiguo refugio y una cruz conmemorando algo indeterminado. Después del paseo improvisado me dispuse a cruzar el túnel, algo que me llevó casi una hora y media. La razón de semejante tardanza no era otra que la enorme muchedumbre al otro lado. En el punto más alto de la carretera se encuentra el lago de Bálea, una vista de las que quita el aliento. En los alrededores, una pequeña constelación de restaurantes, puestos de venta de recuerdos, vino y embutidos locales, y hasta un par de albergues.

Vistas desde la cota 2.000 y su cruz conmemorativa de algo
Tremendo caos a la salida del túnel, un cruce de área de servicio de autopista y feria de pueblo

Los más de dos mil metros de altitud hacen que sea recomendable ponerse una rebequita, pero yo no me había traído ninguna desde España porque… bueno, si lleváis leyendo este blog el tiempo suficiente ya sabéis por qué. Así que los doce grados se hacían un poco incómodos con sólo una camiseta veraniega encima. Procedí a entrar en calor embutiéndome entre pecho y espalda medio kilo de carne con especias cocinada a la manera rumana en el restaurante más grande junto a la carretera; eran ya las siete de la tarde y llevaba todo el día con sólo una mazorca de maíz, así que lo agradecí bastante. Tras esto, agarré de nuevo mi Ford Fiesta y comencé el largo descenso. En total desde que me encontré el primer oso hasta el punto más alto de la carretera había recorrido menos de sesenta kilómetros, que me habían supuesto casi seis horas de camino entre atascos y paradas para hacer fotos y engullir corderos. No es una carretera para ir con prisa, ciertamente.

El lago de montaña Bálea. Pese a ser pleno agosto, a nadie se le pasaba por la cabeza bañarse, por lo que fuese
¡Vivan los novios!
Un par de turistas admiran extasiados las vistas de la carretera desde los márgenes del Lago Bálea

El descenso me deparaba mi último oso del día, un bicho pasando la tarde cómodamente junto a una papelera de la que surtirse de todo tipo de snacks. La habitual fila de coches haciendo fotos me sirvió de alerta para desenfundar el móvil, con el añadido, en esta ocasión, de unos temerarios que hacían fotos desde un descapotable con la capota bajada: hay gente que tiene un desprecio notable por su propia vida. Apenas quince kilómetros más tarde abandoné las montañas Făgăraș acompañado por una puesta de sol de las que quita el aliento. En dirección contraria me crucé tanto con ciclistas como con excursionistas. La carretera es un destino extremadamente popular para ambos tipos de viajeros, pese a la abundancia de osos y al intenso frío nocturno incluso en verano, o precisamente por ello. Por falta de tiempo (y un poco también de ganas, no os voy a mentir) no me recorrí los senderos que jalonan toda la zona, pero probablemente se encuentran entre los más escénicos de todo el continente.

El oso nihilista no exist…
¿Te gusta conducir?

La última parada del día, y donde suelen terminar las excursiones por la Transfăgărășan, fue la localidad transilvana de Sibiu. La ciudad es un recordatorio viviente del cruce de caminos que siempre ha sido Europa central y del Este, y de la mezcolanza étnica que era la región hasta la II Guerra Mundial. El nombre de Sibiu en alemán es Hermannstadt, y toda la señalética municipal está en ese idioma, además de en rumano y, ocasionalmente, en húngaro. Fueron los sajones, de hecho, quienes fundaron la ciudad hace casi un milenio, para proteger las fronteras del Reino de Hungría, y hasta los años cuarenta del siglo pasado seguían siendo la mayoría de la población. Antes de ser capital de un distrito rumano, Sibiu formó parte del Imperio Austrohúngaro, y antes aún, fue la capital del Principado de Transilvania, cuyo legado, siglos después de su desaparición, sigue siendo visible en la arquitectura y la cultura de la región. En el caso de Sibiu, en su característica más prominente: las casas con ojos

No es ciudad para paranoicos
Los tejados no sólo te miran: te juzgan
Sibiu, donde los tejados desaprueban tus elecciones vitales

Tengo una costumbre cuando viajo. Si es día de precepto, voy a misa. Hace décadas que perdí la fe, pero encuentro cierto confort en acudir a ceremonias religiosas, especialmente católicas, cuya liturgia recuerdo de memoria y puedo identificar fácilmente en cualquier idioma. Aquel día era 15 de agosto, Asunción de la Virgen, festividad compartida también por los ortodoxos, y por lo tanto festivo nacional en Rumanía. La catedral católica del centro de la ciudad ofrece la eucaristía en tres idiomas: alemán, rumano y la que yo presencié, en húngaro. Reconozco que acostumbrado al guitarreo amateur de las misas españolas, la hora y media de cánticos me resultó mucho más elevadora y seria.

El Puente de las Mentiras de Sibiu. No está muy claro de dónde le viene el nombre (hay varias teorías al respecto), pero es, junto con las casas mironas, el símbolo de la ciudad
Desde lo alto de la torre del ayuntamiento… Sibiu toda la ciudad

Pasé la mañana dando vueltas por el centro histórico de Sibiu, que está perfectamente conservado, en parte gracias a su designación como Capital Cultural Europea en 2007. Está dividido en dos partes: la ciudad alta (Orașul de Sus) y la ciudad baja (Orașul de Jos), pero la más interesante y donde está toda la chicha es la primera. Yo me dediqué a hacer lo que hago en cualquier ciudad europea de ese tamaño: pasear. Plazas, iglesias, y callejones en sucesión a lo largo de varias horas de turisteo Tengo para mi que lo que más define a Europa como continente es la posibilidad de pasear por sus ciudades. Da igual del tamaño, de Venecia a París o de Estocolmo a Dubrovnik, Europa está llena de ciudades paseables y de centros históricos de siglos de antigüedad que, incluso tras la oleada de destrucción de las guerras mundiales, se reconstruyeron respetando una idea común de peatonalidad (que no necesariamente de peatonalización). En el caso de Sibiu, el centro histórico es lo suficientemente pequeño para poder recorrérselo en un día, y eso fue lo que le dediqué yo. A media tarde me subí a mi Ford Fiesta destartalado y me dispuse a adentrarme aún más en Transilvania, pero esa es otra historia que será contada en su momento.

La catedral luterana de Sibiu, justo detrás de la católica. no sólo conviven lenguas en la ciudad
La basílica católica y el ayuntamiento neoclásico de Sibiu

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8 respuestas a “Transfăgărășan, osos y pantanos. La carretera más bonita de Europa

  1. Manel Kaizen 22-enero-2024 / 12:09 pm

    Con esos pies de foto, los del «Cachitos» deberían ficharte ;-P

  2. Matias ND 22-enero-2024 / 2:48 pm

    Sin duda Sibiu no es para paranoicos:

    «Les juro que la casa me estaba espiando, no estoy loco, NO ESTOY LOCO».

    Si, apuesto a que una escena así se vivió al menos una vez en Sibiu.
    A todo esto… porque tan distinto el nombre en alemán

    • Diego González 22-enero-2024 / 3:05 pm

      «Ciudad de Hermann», probablemente alguno de los fundadores o alguien a quien querían homenajear

      • muskarditz 27-enero-2024 / 10:03 pm

        Apuesto un leu por Cayo Julio Arminio.

  3. Marius 22-enero-2024 / 9:07 pm

    Sorprendente como tanta gente en motocicleta o bicicleta se pasea con tanta naturalidad junto a los osos. Bien dijiste, el desprecio que tienen algunos por su propia vida es de no creerse.

  4. David Esteban 3-abril-2024 / 11:21 am

    Hola Diego,

    Encantado de leer tu blog y esta entrada a esta ruta tan chula. Y leyendo leyendo veo que llegaste a la ciudad de Sibiu. Casualmente tengo una compañera de trabajo que es original de allí, y una vez nos contó durante la comida una tradición no tan ancestral que acontece en los casamientos, o antes. No tiene nada que ver con la Transfagarasan, o quizá algo sí, pero la traigo a colación de tu viaje a Sibiu.

    Al igual que en España llevamos ya años con el tema de las despedidas de soltería y las prebodas, en Sibiu y alrededores tienen (o tenían, luego te digo por qué) una forma ciertamente particular de celebrarlas. Unos días antes los jóvenes invitados a la boda acuden al bosque a pasar el día haciendo una barbacoa (ya te puedes imaginar, carne de aquí para allá, alcohol a tutiplén, jolgorio de todo tipo…).

    Pero el objetivo real es talar cuatro árboles (sí, cuatro árboles), bajarlos hasta la ciudad y plantar dos delante de la puerta de la casa de los padres de la novia y dos delante de la puerta de la casa de los padres del novio, para así anunciar a todo el vecindario que allí se va a celebrar una boda.

    Ya te estará volando la cabeza imaginando esa mezcla de alcohol, caminos bacheados, hachas y motosierras (Milei no ha inventado nada). Es el cóctel perfecto para provocar un infarto a cualquier técnico de prevención de riesgos laborales que lo vea.

    Al atardecer, bajan los troncos hasta sus respectivos destinos.

    Desde el año 2000, el Dumbrava Sibiului es parque natural, por lo que está prohibido talar indiscriminadamente los árboles del bosque y están muy acotados los accesos al parque. Y eso de llevar troncos por las calles de la ciudad como que ya no se lleva. Así que esta emocionante tradición ya se ha perdido en Sibiu. No obstante, sí se sigue llevando esporádicamente en algunos pueblos de los alrededores.

    Nada, que quería contarte esta pequeña anécdota aprovechando que yo pasaba por aquí y tu fuiste por allí. Y quería agradecerte este blog, cabecera de todo geógrafo-trastornado que quiere saciar su curiosidad.

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