La casa española que invadió Portugal al ampliar la cocina

Nunca tal se vio en memoria de guardia de frontera. Este es el primer viajero que en medio del camino para el automóvil, tiene el motor ya en Portugal, pero no el depósito de gasolina, que aún está en España, y él mismo se asoma al pretil en aquel centímetro exacto por donde pasa la línea de la frontera. 

Así, justo en la frontera, comienza Viaje a Portugal, el libro en el que el José Saramago cuenta el recorrido que durante meses realizó por su país a principios de los años 80. El viaje intimista del futuro Premio Nobel comienza con un sermón a los peces, «los que estáis en el río Douro y los que estáis en el río Duero«, en el lugar exacto donde empieza, o acaba, Portugal. Cuarenta y dos años después de que Saramago cruzara La Raya, ahí estabamos nosotros, también con medio coche en cada país, contemplando los muros exteriores de una anodina casa rural en una aldea remota de Extremadura. Una casa tan irrelevante que su web ni siquiera aparece entre los diez primeros resultados de Google cuando la buscas, pero tan prodigiosa que por si sola consiguió lo impensable: modificar unilateralmente una frontera internacional. Hoy en Fronteras, la casa que invadió el país vecino.

Cartel de bienvenida a La Fontañera pegado al muro del Salto del Caballo. Nótese el hito fronterizo de piedra junto a la pared encalada

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Fauna del carril bici. Un ensayo antropológico

Hace algo más de tres años me saqué el abono del Bicing, el sistema de alquiler de bicicletas que el Ayuntamiento de Barcelona pone a disposición de los ciudadanos para el solaz y disfrute de, mayormente, la numerosa colonia de estudiantes de Erasmus y diseñadores gráficos de la ciudad. Pese a la habitual ausencia de frenos en los ciclos municipales, desde entonces la práctica totalidad de los trayectos internos dentro de Barcelona capital los hago sobre dos ruedas, y mi estadía diaria en los cada vez más numerosos carriles bici que recorren la ciudad me ha permitido adqurir una experiencia de campo inigualable a la hora de apreciar los ejemplares que allí habitan. Es un conocimiento que debe ser compartido, y por eso, hoy, en Fronteras, tenemos la Guía de la Fauna del Carril Bici.

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El madrileño que hablaba catalán. Una historia personal

El 24 de noviembre de 2005 recibí en el móvil una llamada que cambiaría mi vida para siempre. Era cerca de la una de la tarde y me encontraba en un anodino edificio de oficinas cerca del Aeropuerto de Barajas, en mi puesto de trabajo como teleoperador en una empresa de nombre improbable que disponía de la concesión para el servicio de atención al cliente de una gran compañía eléctrica. El presidente Zapatero llevaba poco más de un año en el cargo, sólo existían cuatro canales nacionales de televisión en abierto y el Fútbol Club Barcelona atesoraba una única Champions League en sus vitrinas. Quien me llamaba era el que sería mi jefe durante más de tres años y lo que me comunicó es que habían decidido contratarme. El trabajo tenía mucha mejor pinta que la aburridísima sucesión de llamadas que atendía de ocho a cuatro y el sueldo sobrepasaba por muy poco el mileurismo en doce pagas (una fortuna comparado con mi salario como teleoperata), pero lo que realmente suponía un cambio es que el puesto de trabajo era en Barcelona.

La comisaría de Vía Laietana, en Barcelona, y a la derecha con letras de colores, la ventana desde la que yo miraba pasar el tiempo mientras hablaba por teléfono.

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Pandemia. Cuando volvieron las viejas fronteras y aparecieron otras nuevas

Toda frontera es por definición arbitraria y en general supone una agresión al territorio donde se encuentra, un hachazo que divide el mundo en «nosotros» y «ellos». Son necesarias y lo seguirán siendo mucho tiempo, pero no dejan de ser molestas. La pandemia provocada por el Covid-19 provocó el regreso de las fronteras internas de la Comunidad Europea, algo que no sucedía a esta escala desde mediados de los 90. Un cuarto de siglo de relajación fronteriza había propiciado una serie de facilidades limítrofes que desaparecieron de la noche a la mañana, dejando un reguero de multas, ciudadanos enfadados e historias curiosas. Repasemos algunas

Frontera francoespañola en Irún, cerrada por la crisis del Coronavirus (cortesía de Itziar Sistiaga y Virginia Gil)

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Pasear por todo el pueblo en cinco minutos: los municipios más pequeños de España

Mañana, 2 de mayo, entra en vigor la primera fase del desconfinamiento en España. Según las normas que el gobierno anunció ayer en rueda de prensa, se podrá salir a hacer deporte entre las 6 y las 10 de la mañana, y también entre las 20 y las 23 horas, pero siempre, atención, dentro de los límites del municipio. Para un madrileño o un barcelonés la medida es perfecta, no digamos para un cacereño o un lorquino, con municipios que sobrepasan de largo el millar de kilómetros cuadrados, pero si nos vamos al extremo opuesto encontraremos casos que, de atenernos a la ley (en el mundo real es de esperar cierta flexibilidad) no podrían salir a correr más allá de unas pocas decenas de metros desde sus casas. Repasemos la lista de los pueblos españoles con menos de un kilómetro cuadrado:

15.- Puente del Arzobispo (Toledo) Palmera (Valencia): 0,98 km2

La primera pregunta que uno se hace ante municipios más pequeños que algunas manzanas del Ensanche barcelonés es la que Mourinho se hacía ante la UEFA: ¿Por qué? En algunos casos la respuesta es simple. Puente del Arzobispo existe porque un Arzobispo mandó construir un puente, y quiso que las obras fueran supervisadas desde una villa, así que segregó un trocito de Alcolea de Tajo para concederle esas tierras al nuevo municipio, que cuenta hoy con más de 1.200 habitantes. En el caso de Palmera, la época islámica dejó microseñoríos aquí y allá que hoy son municipios minúsculos. Sólo en la comarca de La Safor, a la que pertenece Palmera, hay 13 municipios por debajo de los 4 km2, de los que Palmera ni siquiera es el más pequeño. Ni el segundo.

Puente del Arzobispo, una mota en el mapa pegada a Extremadura

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Esperanza y luz en la cima de la montaña más fotografiada de Europa

En la frontera entre Suiza e Italia está el Monte Cervino, conocido a menudo por su nombre en alemán: Matterhorn. Con casi 4.500 metros de alto, su silueta piramidal destaca tanto sobre el resto de la cordillera alpina y resulta tan fotogénica que los suizos lo consideran uno de sus símbolos nacionales. A sus pies se encuentra el pueblo de Zermatt, un paraíso para esquiadores y montañeros, que estos días ha decidido promocionarse de una manera muy especial: convirtiendo la cima del Matterhorn en una pantalla de proyección que difunda esperanza al mundo.

Un proyector ilumina la cima del Matterhorn, en Suiza, con la palabra "Esperanza" (#Hope)
#Esperanza, el mensaje proyectado en el Monte Cervino el pasado 6 de abril (© Gabriel Perren)

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Slow TV. Viajar desde casa a ritmo real

El 1 de enero de 2019 la televisión de la región española de Aragón emitió un programa de cuatro horas de duración titulado «El viaje». La producción consistía en la grabación a tiempo real de una única cámara montada en la locomotora de un tren viajando entre las estaciones de Zaragoza y Canfranc, en los Pirineos. 218 kilómetros en vías sin electrificar, sin más acompañamiento sonoro que el del propio tren haciendo clan clan sobre los raíles. Ni montaje, ni banda sonora, ni narración. Nada. Pese a lo inacostumbrado de la propuesta, un 7% de la audiencia acompañó la emisión, una cifra por encima de los números habituales de la cadena. Fue el primer (y hasta hace un par de semanas único) episodio español de lo que se ha dado en llamar Slow TV, televisión lenta, un fenómeno que apareció hace una década en Noruega y que hace tiempo que colonizó Youtube.

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Fronteras con escuadra y cartabón: Las fronteras del Sáhara

Toda frontera es una agresión y posee mucho de arbitrario. Pero hay fronteras y fronteras. El Himalaya, los Pirineos, el Danubio, son fronteras naturales, estaban ahí cuando los pueblos de uno y otro lado decidieron utilizarlas como límite. Pero hay otros límites cuya arbitrariedad es tan llamativa que basta mirar un mapa para que las alarmas salten y los conceptos chirríen. ¿Una línea imaginaria en mitad del desierto más árido imaginable? ¿De miles de kilómetros de largo? ¿Qué podría salir mal?

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Los últimos territorios que fueron comprados en el mundo

El pasado 17 de agosto, en pleno desierto noticioso estival, nos desayunamos con la noticia de que Donald Trump, presidente de Estados Unidos, había propuesto a miembros de su equipo la compra de Groenlandia. No era la primera vez que un presidente norteamericano se planteaba dicha adquisición, ya lo hicieron en 1946 y la respuesta danesa también fue negativa. El interés estratégico de Estados Unidos (o de cualquier otro país, ya puestos) en Groenlandia es evidente en plena batalla por el Ártico y sus recursos, pero la razón última por la cual un presidente de Estados Unidos filtra una información así es asunto de los trumpólogos y otros comentaristas políticos. En 2019 es difícil, por no decir imposible, transferir la soberanía de un país a otro simplemente entregando un cheque con el suficiente número de ceros. Las compras de tierra son habituales (una empresa de Corea del Sur posee la mitad de la tierra cultivable de Madagascar, por ejemplo), pero los intercambios de territorios por dinero contante y sonante son algo del pasado. Tanto es así que hace más de sesenta años de la última vez que sucedió, y ha sucedido menos de una decena de veces en los últimos dos siglos. Repasemos la lista de los últimos territorios que trasladaron su soberanía a cambio de un puñado de billetes

Tuit de Donald Trump del 19 de agosto de 2019

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El tratado internacional en vigor más antiguo de Europa: El tributo de las tres vacas

Cada trece de julio se repite el ritual. Tres alcaldes españoles se acercan al hito número 262 de la frontera francoespañola, en un lugar llamado Collado de Ernaz. Su indumentaria, para el profano, es notablemente chapada a la antigua. Capote, valona, calzón corto y sombrero. En la piedra limítrofe les esperan tres alcaldes franceses, también vestidos con sus mejores galas y con una banda tricolor cruzada sobre el pecho. Los seis mandatarios superponen sus manos sobre en pesado mojón, alternándose los regidores de uno y otro país. Al finalizar gritan Pax avant!. Paz en adelante. Más de seiscientos años después de la primera vez, bearneses y roncaleses acaban de cumplir una vez más con el ritual anual que preserva la paz entre sus valles. Es el Tributo de las Tres Vacas, el tratado transfronterizo más antiguo de Europa.

Alcaldes y alcaldesas de ambos lados de la frontera sellan la renovación del Tributo en 2015 (Diario de Navarra)

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