En la Nochebuena de 1906 los operadores de radio de algunos barcos en el Océano Atlántico Norte recibieron a través de sus auriculares algo que nadie antes había podido escuchar. Un hombre tocaba un villancico al violín; un fonógrafo reproducía una canción popular; finalmente, el mismo hombre leía algunos pasajes de la Biblia antes de dar las buenas noches y desear Feliz Navidad. Se trató de la primera retransmisión pública radiofónica de la historia; nunca antes la voz humana había sido esparcida de esa manera tan indiscriminada, para cualquiera que pudiera estar escuchando. A todos los efectos era poco menos que magia; la magia de la radio se convertiría en un lugar común en las siguientes décadas, cuando la aparición de las primeras emisoras comerciales en 1920 cambiase para siempre la manera de transmitir la información. La idea de que una voz pudiera alcanzarnos allá donde estuviéramos sin importar la distancia ni el origen era extremadamente poderosa y sugerente. De repente los seres humanos ya no estaban solos ni aislados; la música podía entrar en el salón de casa, igual que las noticias, las ideas o la comedia. Era, simplemente, mágico. Más de cien años después, la radio sigue conservando una pequeña parte de ese atractivo primigenio, casi pretecnológico, que tenía cuando nació. Pero hay un modo de devolvernos a esa época temprana de la radio, cuando las ondas hertzianas eran una fuerza misteriosa e invisible que nos transportaba más allá de nuestros límites físicos. Una manera de sentir lo mismo que aquellos operadores de radio en mitad del Atlántico cuando en vez de puntos y rayas escucharon una voz humana atravesar la oscuridad. Con un receptor de onda corta podemos escuchar a gentes situadas en la otra punta del mundo, y, todavía mejor, hablarles también. Pero a veces quien está al otro lado no acepta respuestas. En ocasiones el mensaje que nos llegará a través de las ondas será incomprensible, pero igual de evocador que las primeras emisiones radiofónicas, si no más. En todo el mundo existen emisoras de radio que sólo emiten interminables filas de números, una y otra vez. Larguísimas series de cifras carentes de sentido. Salvo que en realidad no carecen de sentido, somos nosotros que no disponemos de la clave para descifrarlas. Hoy en Fronteras, el misterio de las estaciones numéricas.
Estación numérica norteamericana captada en febrero de 2019