VIlla Epecuén, el pueblo que emergió de las aguas

Durante décadas, Villa Epecuén fue un pequeño pueblo construido en la orilla de un lago salino de la provincia de Buenos Aires al que acudían miles de personas cada año para disfrutar de las condiciones excepcionales de la laguna y sus beneficios para la salud. Más de 25.000 visitantes al año en los meses del verano austral. Era un lugar de esparcimiento donde todo iba bien. Hasta que dejó de ir. De la noche a la mañana el pueblo empezó a inundarse y acabó hundido bajo las aguas del lago a la orilla del que fue construido. Permaneció  sumergido un cuarto de siglo, y ahora acaba de volver a ver la luz del sol. Esta es la historia de Villa Epecuén, el pueblo que emergió de las aguas.

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El antes y el después en Villa Epecuén (fuente)

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Lo que queda de Plymouth

Vista aérea de Montserrat (© Mardis)

Montserrat es uno de esos peñascos caribeños que el Reino Unido mantiene como Territorio de Ultramar tras colonizarlo allá por el siglo diecisiete. Es una isla verdaderamente minúscula, con apenas cien kilómetros cuadrados de superficie y tan sólo cinco mil habitantes, que forma parte de la exigua lista de la ONU de territorios por descolonizar. Su capital de jure es Plymouth, aunque hace década y media que nadie vive allí. En Plymouth sólo quedan cenizas y escombros de lo que un día fue una ciudad de varios miles de personas, que vieron como casi de la noche a la mañana su pequeño mundo quedaba completamente arrasado. Plymouth hoy sólo existe en la memoria de los que la conocieron, y la ciudad y sus alrededores son un páramo inhabitable.

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Diez pueblos con exactamente un habitante

En El disputado voto del Señor Cayo, el enorme Miguel Delibes contaba la historia de cómo tres miembros de un partido político buscan votos en la España más rural. Eran los setenta, las primeras elecciones democráticas tras la muerte de Franco. En uno de esos pueblos castellanos pasto del olvido se encuentran con el Señor Cayo; uno de los dos únicos habitantes que quedan en el lugar, que además no se habla con el otro. El contraste entre los jóvenes militantes, modernos, urbanitas y concienciados y el casi anciano lugareño y su forma sencilla de ver la vida es el hilo conductor que da forma a la novela. El señor Cayo era un resistente, una rémora destinada a desaparecer, como su propio pueblo. Treinta años después siguen existiendo lugares así. Hoy, en Fronteras, pueblos con exactamente un habitante.

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Los grafittis de Centralia

Ayer contamos aquí la historia de Centralia, el pueblo que fue abandonado hace casi tres décadas por culpa de un incendio todavía ardiente en una mina de carbón. El pueblo puede ser visitado, aunque las autoridades recomiendan encarecidamente no hacerlo bajo ningún concepto. El coche de Google Street View pasó por allí hace un tiempo, mostrando al mundo la desolación y el abandono en el que está sumido el otrora vibrante pueblecito de Pensilvania. Bill Bryson, en su clásico A walk in the woods, también cuenta su visita al pueblo en su habitual tono hilarante. Igualmente hilarantes son los grafittis que han ido dejando a lo largo de los años los residentes y los ocasionales visitantes del pueblo en el asfalto carente de mantenimiento de Centralia. «Bienvenido al infierno» es el saludo que el viajero intrépido puede encontrar en la carretera que da acceso al lugar.

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Las puertas del infierno (I): Centralia, el pueblo al que le arden las entrañas

A principios de los años 80 Centralia era un apacible pueblecito sito en el Condado de Columbia, en Pensilvania, con más de 1.000 habitantes y sus cuidados céspedes y sus coches familiares de seis metros de largo aparcados junto al jardín. Situado a apenas dos horas en coche de Filadelfia o a tres de Nueva York, era el clásico pueblo de clase media del noreste de Estados Unidos, la clase de sitios a los que ponen apodos como «la capital mundial de la tarta de manzana» y cosas así. Un pueblo como hay miles en Nueva Inglaterra, Nueva York o la propia Pensilvania. Antes de que se alcanzara la mitad de la década de los 80 el pueblo quedaría prácticamente vacío. Un incendio tuvo la culpa. Pero era un incendio invisible, porque se encontraba bajo las casas unifamiliares, bajo las pulcras calles, bajo los cuidados céspedes y los niños intercambiando cromos de béisbol. En sólo cuatro años el pueblo quedó casi desierto. Esta es su historia.

Uno de los carteles que avisan del peligro en el pueblo, instalados por las autoridades estatales: «Peligro. Fuego bajo tierra. Caminar o conducir por esta área puede provocar graves heridas o la mierte. Presencia de gases peligrosos. El suelo puede hundirse repentinamente»

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Nicosia, el aeropuerto congelado en el tiempo

En el Aeropuerto Internacional de Nicosia un único avión de pasajeros ocupa las pistas. Se trata de un Hawker Trident de la Cyprus Airways; el modelo fue diseñado por la compañía británica de Havilland y entró en servicio en 1962. La mayoría de las compañías lo retiraron del servicio a mediados de los ochenta o, en el caso de algunas compañías chinas, a principios de los noventa. Hace más de veinte años del último vuelo de cualquier avión de esta clase. Nadie se va a subir al avión que espera paciente en las pistas del aeropuerto, entre otras cosas porque le resultaría imposible volar. Sin puertas, corroido por el óxido y el abandono, es una metáfora del estado en el que se encuentra todo el aeropuerto, que en su día fue el más importante de la isla de Chipre y hoy es pasto del polvo y el tiempo.

El avión está tan abandonado como la pista en la que yace (fuentes 1 y 2)

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Loving County, el condado vacío

La carretera 302 de Texas recorre el oeste del estado en una sucesión de aburridísimas líneas rectas. Su origen se encuentra en la ciudad de Odessa y durante decenas de kilómetros atraviesa menos de media docena de pueblos polvorientos, el más grande de los cuales apenas cuenta con 5.000 habitantes. 125 kilómetros después de Odessa la carretera se cruza por segunda vez con otro camino digno de tal nombre, la County Road 300, una lengua de asfalto que discurre hacia el Norte hasta casi alcanzar la frontera con Nuevo México. Si has llegado hasta aquí estás en Mentone, la sede del condado de Loving, el más despoblado de todo Estados Unidos. En un radio de decenas de kilómetros no hay nada salvo una gasolinera y una cafetería. Las carreteras en Mentone son para largarse cuanto antes del pueblo.

La entrada a Mentone (fuente). Uno que lo visitó hace poco dice que lo más relevante que le sucedió fue ver un lagarto a las 14:37 en una de las tres calles del pueblo.

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Pyramiden, la ciudad fantasma del Ártico

El archipiélago de Svalbard es la tierra habitada más septentrional de Europa. Se encuentra al norte (muy al norte) de Noruega, país al que pertenece políticamente, entre los 74 y 81 grados de latitud, muy por encima del Círculo Polar Ártico. Con un clima muy frío pero sin llegar a los niveles homicidas típicos en semejantes latitudes (la media en enero es de entre 13 y 20 bajo cero, lo que hay en el congelador de cualquier casa, vamos) está habitada desde hace miles de años. En la actualidad 2.500 personas se reparten los 65.000 kilómetros cuadrados de extensión de las islas; cuatro quintas partes de ellas viven en la capital de la región, Longyearbyen, que no es precisamente Londres. Sólo existen, de hecho, otros dos lugares habitados en todo el archipiélago. Mayoritariamente son un lugar desolado, congelado y un tanto aburrido. Al norte de la principal isla del Archipiélago, Sptisbergen, y a menos de mil kilómetros del Polo Norte, se encuentra el pueblo fantasma de Pyramiden, un pueblo soviético (sí, soviético) cuya génesis se hunde en las raíces de la Historia de Svalbard.


Entrada al pueblo de Pyramiden – Clic para ampliar (© Bharfot) Seguir leyendo

Una ciudad fantasma en las montañas del Cáucaso

Mira hacia el horizonte. Si estas ante el mar, el mismo se extiende casi hasta el infinito, sin nada que detenga tu vista. Puedes dejar volar la imaginación, navegar por encima de las olas, hasta llegar al otro lado, a una costa lejana pero al mismo tiempo cercana. Dos ciudades pueden estar a un océano de distancia, pero ser hermanas en espíritu. El mar no separa , en realidad, une, no dificulta los viajes, los facilita. Cuando el hombre dejó atrás sus temores y se adentró en ese espacio azul casi desconocido, el mundo cambio para siempre, adiós al Non Terrae Plus Ultra, bienvenidos al Mas allá.

Pero ahora cambia la dirección de tu mirada. Delante, una montaña, dos, una cordillera. Un límite, un muro natural que oculta lo que al otro lado se encuentra, si hay algo al otro lado. Las montañas son frontera, siempre lo han sido, y seguramente siempre lo serán. Separa mas una sierra empinada, unos pocos miles de metros en vertical, que cientos de millas de llanuras. Un pueblo puede estar a unos pocos kilómetros de otro en una zona montañosa y distar una galaxia en mentalidad o cultura.

El resto, en una fantabulosa entrada de Martín en Café Fútbol, imprescindible y superlativo blog donde son capaces de mezclar fútbol y geografía de manera magistral, y que además de vez en cuando me echa flores, lo que le convierte en más imprescindible y más superlativo todavía…

Las ciudades fantasma de la Unión Soviética (y II)

Primera parte, aquí.

Kadykchan, la ciudad de los sueños rotos

Kadykchan se encuentra en el Óblast de Magadán, en el noreste de Rusia, más cerca de Alaska que de Moscú, no muy lejos del Círculo Polar Ártico. Fundado en 1937 como pueblo minero, fue después de la II Guerra Mundial cuando conoció su mayor crecimiento, gracias, en parte, a la mano de obra gratuíta que significaban los prisioneros de guerra en la Rusia estalinista (el viaje hasta allí desde el frente debió ser de los que curten). Fueron los presos quienes construyeron el pueblo para alojar a los mineros que extraían carbón del subsuelo. El apogeo de la localidad, que realmente nunca llegó a ser Nueva York, tuvo lugar durante los años 80, cuando alcanzó los 10.000 habitantes. La caída de la Unión Soviética y la irrentabilidad de las minas provocaron el declive irreversible del pueblo; en 1996, cuando la localidad tenía seis mil habitantes, una explosión en la mina mató a seis personas y provocó el cierre de las instalaciones, lo que a su vez se tradujo en el definitivo final de la localidad. La práctica totalidad de la población fue trasladada por el Estado a nuevas viviendas en otras poblaciones, y el éxodo dejó atrás decenas de edificios convertidos en cascarones vacíos.

Edificios abandonados en Kadykchan. Imágenes de English Russia.

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