Las puertas del infierno (II): Darvaza, el cráter en llamas eternas

El desierto de Karakum cubre el 70% del territorio de Turkmenistán, con un área total superior a los 350.000 kilómetros cuadrados. Es uno de los desiertos más extensos del mundo y uno de los territorios más despoblados del planeta. En mitad del desierto se encuentra Darvaza, una minúscula aldea de poco más de tres centenares de habitantes a unas cinco horas de coche al norte de la capital turkmena, Asjabad. Muy cerca del poblado se halla una de las maravillas más inquietantes conocidas. Los locals lo conocen como la puerta del infierno; es el cráter de Darvaza, que lleva ardiendo sin cesar cuarenta años.

El cráter de Darvaza (fuente)

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Los grafittis de Centralia

Ayer contamos aquí la historia de Centralia, el pueblo que fue abandonado hace casi tres décadas por culpa de un incendio todavía ardiente en una mina de carbón. El pueblo puede ser visitado, aunque las autoridades recomiendan encarecidamente no hacerlo bajo ningún concepto. El coche de Google Street View pasó por allí hace un tiempo, mostrando al mundo la desolación y el abandono en el que está sumido el otrora vibrante pueblecito de Pensilvania. Bill Bryson, en su clásico A walk in the woods, también cuenta su visita al pueblo en su habitual tono hilarante. Igualmente hilarantes son los grafittis que han ido dejando a lo largo de los años los residentes y los ocasionales visitantes del pueblo en el asfalto carente de mantenimiento de Centralia. «Bienvenido al infierno» es el saludo que el viajero intrépido puede encontrar en la carretera que da acceso al lugar.

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Las puertas del infierno (I): Centralia, el pueblo al que le arden las entrañas

A principios de los años 80 Centralia era un apacible pueblecito sito en el Condado de Columbia, en Pensilvania, con más de 1.000 habitantes y sus cuidados céspedes y sus coches familiares de seis metros de largo aparcados junto al jardín. Situado a apenas dos horas en coche de Filadelfia o a tres de Nueva York, era el clásico pueblo de clase media del noreste de Estados Unidos, la clase de sitios a los que ponen apodos como «la capital mundial de la tarta de manzana» y cosas así. Un pueblo como hay miles en Nueva Inglaterra, Nueva York o la propia Pensilvania. Antes de que se alcanzara la mitad de la década de los 80 el pueblo quedaría prácticamente vacío. Un incendio tuvo la culpa. Pero era un incendio invisible, porque se encontraba bajo las casas unifamiliares, bajo las pulcras calles, bajo los cuidados céspedes y los niños intercambiando cromos de béisbol. En sólo cuatro años el pueblo quedó casi desierto. Esta es su historia.

Uno de los carteles que avisan del peligro en el pueblo, instalados por las autoridades estatales: «Peligro. Fuego bajo tierra. Caminar o conducir por esta área puede provocar graves heridas o la mierte. Presencia de gases peligrosos. El suelo puede hundirse repentinamente»

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