Hace unos días se cumplieron 33 años de la explosión de la central nuclear de Chernóbil. La cercana ciudad de Prípiat, donde residían los trabajadores de la central nuclear y sus familias fue evacuada 36 horas después de la catástrofe ante los altísimos niveles de radiación alcanzados. La zona contaminada fue clausurada y cerrada al público,, más de 2.500 kilómetros cuadrados en Ucrania, Rusia y Bielorrusia que fueron en su mayoría abandonados sin más y donde la naturaleza ha reclamado su lugar. Con los años Prípiat se ha convertido en la ciudad fantasma más famosa del mundo y su peligrosidad se ha reducido: hoy existen visitas guiadas diarias que salen desde Kiev y transportan a los asombrados viajeros (30.000 al año) a los estertores finales de la Unión Soviética, un parque temático del abandono donde los derrelictos comidos por el óxido se han convertido en iconos turísticos. Visite un parque de atracciones abandonado hace tres décadas y que se cae a pedazos por sólo 100 euros. El tour tiene casi tres mil reseñas en Tripadvisor y casi todas son de cinco estrellas. Así que tiene que merecer la pena.
En el prólogo a su libro de 1988 «Holidays in Hell», el escritor y humorista P.J. O’Rourke escribió lo siguiente:
Si tuviera la oportunidad de visitar otro planeta, no me iría al Six Flags de Marte ni navegaría en un barco forrado de silicio por un lago artificial de amoniaco en los Jardines del Ciprés de Venus. Querría ver lo más importante del planeta, lo que lo hace especial. Y bueno, el planeta que tengo la ocasión de visitar es la Tierra, y los rasgos principales de la Tierra son el caos y la guerra. Creo que sería idiota pasar aquí una temporada y no echarle un vistazo.

El término Dark Tourism fue acuñado en 1996 por un académico británico; en español ha derivado en Tanatoturismo, o turismo de la muerte. La fascinación que nos producen los lugares malditos, abandonados o simplemente relacionados con la muerte es pariente directa de las páginas de sucesos de los periódicos o de los especiales informativos dedicados a un crimen horrendo o a la desaparición de un niño. La cobertura informativa de sucesos impactantes suele recrearse en el morbo, pero sin entrar en detalles excesivamente escabrosos que pudieran hacer sentirse mal al lector o al espectador. Se habla de la sangre, pero no se muestra, porque la idea es entretener, no dejar en shock al público. Hace doscientos años nuestros antepasados asistían a ejecuciones públicas de criminales y enemigos del Estado , hoy, en tiempos mucho más asépticos y con una capacidad individual de desplazamiento un par de órdenes de magnitud mayor, podemos visitar los restos de lugares y dejar que nuestra imaginación complete el resto. Como sucede en el erotismo, la muerte es mejor sugerirla que mostrarla.

De vez en cuando las redes sociales Memorial de Auschwitz abroncan a los visitantes que se hacen fotos frívolas en las instalaciones del campo de exterminio nazi por no guardar el debido respeto a los cientos de miles de personas que fueron asesinadas allí hace tres cuartos de siglo. No seré yo quién defienda hacerse un selfi sacando la lengua y haciendo el signo de la victoria debajo del cartel de Arbeit Macht Frei, pero si un campo de exterminio es una atracción turística, y lo es, es lógico que haya quien actúe como si estuviera ante las cataratas del Niágara o la torre de Pisa. Al fin y al cabo el hombre más poderoso del mundo se hizo un selfi en un funeral.
En 2010 el australiano Jan Korman viajó a Auchswitz con sus cuatro hijos y con su padre, que había sobrevivido en ese mismo campo de exterminio sesenta y cinco años antes. Allí grabaron un baile al son del I Will Survive de Gloria Gaynor, tan macabro como maravilloso. En otro vídeo Korman le pregunta a su padre, de 89 años por entonces, por qué está tan sonriente en un lugar donde sufrió tanto. «¿Cuántos de los que estuvimos aquí crees que pueden venir aquí con sus nietos? Dudo que la mitad de un uno por ciento»
Una frase atribuída erróneamente a Woody Allen asegura que el humor es sólo tragedia más tiempo. Con el turismo trágico sucede algo bastante parecido. La prisión S-21 de Phnom Penn, donde varias decenas de miles de personas fueron torturadas y asesinadas, es hoy un museo, y el campo de exterminio de Choeung Ek, que expone los huesos de miles de asesinados por los Jemeres Rojos, fue reconvertido en memorial accesible al público. Decenas de miles de personas visitan cada año Robben Island, la prisión donde Nelson Mandela permaneció más de un cuarto de siglo. La Zona Cero de Nueva York es uno de los museos más visitados de la ciudad (4,5 millones de visitantes, a 24 dólares la entrada). Además de Auchswitz-Birkenau hay al menos otra docena de campos de concentración que pueden ser visitados en Alemania, Austria, Holanda, Polonia, Bielorrusia o la República Checa. En la Escuela Técnica de Murambi murieron 65.000 personas durante el genocidio ruandés; hoy se exponen las calaveras de muchos de ellos en el mismo edificio, convertido en museo. También es un museo el almacen desde el que Lee Harvey Oswald disparó a John Fitzgerald Kennedy. Esos lugares reciben miles de visitantes al año, que suelen salir de allí sobrecogidos, incluso después de hacerse un selfi sonriendo a la cámara. El turismo de lo oscuro existe entre otras cosas porque hay una variada oferta de lugares aterradores. Y está bien que así sea por dos razones: nos ayuda a no olvidar, que es esencial para intentar que no se repita lo que sucedió en esos lugars, y además ayuda a convertir hechos insoportablemente traumáticos en hechos simplemente históricos. Obviamente para sus víctimas jamás lo serán, pero difundir un relato coherente y verídico puede evitar que las heridas vuelvan a abrirse.


Lecturas adicionales:
Dark-Tourism.com, una completísima base de datos de lugares perfectos para amantes del turismo de lo oscuro.
Dark Tourism, why are we attracted to tragedy and death?, en el Telegraph
La serie The Dark Tourist, de Netflix, sigue los pasos de un guiri norteamericano que contrata los paquetes turísticos más enloquecidos, como «simula cruzar ilegalmente la frontera por sólo 50 dólares» o «Cena con un pistolero de Pablo Escobar».


Me parece increíble que no aparezcan los dos lugares de España que encajarían aquí : belchite y el valle de los caídos.
Chernobyl, Fukushima o el sitio del terremoto de Sichuan no tienen el componente moral de un campo de exterminio o de Oradour. Es decir, que en los segundos lo que se hace es asomarse a lo más profundo de la maldad del ser humano. Estremecen, y así debe ser.
Para mala fortuna de los soviéticos, no pudieron encubrir a Chernobil como lo hicieron con Semipalátinsk
Semipalátinsk suele aparecer en las listas de lugares oscuros a visitar, y durante un par de décadas era tan sencillo como ir allí y visitar el lugar (o los lugaes, que aquello es enorme). Hace un par de años lo cerraron al público.