Cuando el cielo cayó sobre nuestras cabezas. Un True Crime del Ártico

Lo mejor de este blog son sus lectores, os lo tengo dicho. Hoy es nuestro amigo Santiago Cuadro, desde Montevideo, Uruguay, a quien los lectores con mejor memoria recordarán narrando la historia de un pueblito canadiense devenido en granja de Bitcoins. En esta ocasión nos deleita con una tremenda historia que merece una lectura reposada y con tiempo. Policías Montados, inuits, biblias, hielo, remordimientos y redención, todo en mitad de la II Guerra Mundial. Que la disfrutéis.
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El 12 de marzo de 1941 fue un miércoles particularmente frío. Ernie Riddell, encargado del solitario expendio que la Compañía de la Bahía de Hudson tenía en el archipiélago de las Islas Belcher (y uno de los dos únicos blancos residentes allí junto con su empleado, Lou Bradbury) le pidió a un conocido, un inuit llamado Peter Sala, si se ofrecía a guiarlo a él, su trineo y sus perros a través de una congelada bahía de Hudson hasta Fort George en la costa norte de Quebec, donde debía hacer unas diligencias relativas a su trabajo. Sala aceptó, pero el viaje fue incómodo. Durante el transcurso del mismo un angustiado inuit le repetía constantemente a Riddell: «Soy una mala persona» sin especificar los motivos, mientras soportaban ventiscas perennes de nieve, temperaturas largamente bajo el punto de congelación y atravesaban un medio ambiente tan hostil que no se podía discernir dónde terminaba el hielo, o comenzaba el cielo. Una vez llegados, Sala finalmente se quebró y fue a buscar a su viejo conocido Harold Udgaarten, empleado de larga data de la Compañía de la Bahía de Hudson en Fort George, para hacerle una confesión: había asesinado a tres personas.
Puesto de la Compañía de la Bahía de Hudson en Fort George, Quebec, en 1888. 53 años más tarde, dentro de estas paredes, la confesión de Peter Sala viajaría de costa a costa a través de Canadá teniendo eco incluso fuera de sus fronteras.

La Isla Fantasma que le quitó la Antártica al Ecuador

Una vez más el trasero de este incompetente bloguero se ve salvado por la colaboración de uno de sus escasos, pero no por ello menos inmerecidos lectores. En esta ocasión Francisco Bustamante nos deleita con la historia de la Antártica Ecuatoriana, una reclamación bastante bizarra que tuvo un final no menos sorprendente. Que ustedes la disfruten

Las fronteras de la Antártica (o Antártida si lo prefieren) son de por si bastante curiosas, y solo pueden compararse a cortar trozos de un gigantesco pastel blanco que se deshace día a día. Hoy en día los reclamos están congelados por el Tratado Antártico, un legado de la guerra fría que ha permitido que no se haya destruido ni explotado a gran escala el continente blanco. Otra cosa es la historia de las reclamaciones de pedazos de ese pastel helado; algunas pocas quedaron protegidas por el tratado, pero otras, las más, quedaron olvidadas en el anecdotario de la historia. Allí está Nueva Suabia, y por supuesto, la famosa Antártida Ecuatoriana. Ahora bien, Ecuador es un país tropical, tierra de plátanos y tortugas, a mucha honra. ¿Qué tiene que ver con continente antártico?

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Donald Trump y el triángulo de la discordia

Una vez mas se demuestra que lo mejor de este blog son sus lectoras. Francisco Bustamante, desde Quillota, capital de la palta, envía esta magnífica crónica sobre la bizarra disputa fronteriza que mantuvieron, y aún mantienen, Chile y Perú. Que ustedes la disfruten

Chile y el Perú se disputaron el dominio del Pacífico Sudamericano durante buena parte del siglo XIX. El primero era un país más pequeño y pobre, pero más estable que el segundo, país bastante rico gracias al legado del Virreinato. Ambos países se enfrentaron en la Guerra del Pacífico, o del salitre, llamada así porque el territorio disputado contenía el 90% de las reservas naturales de dicho producto. La guerra concluyó con la victoria chilena, pero sin un tratado de paz definitivo que estableciese los límites. Tras 50 años, y por intervención de EE.UU., en 1929 se firma el tratado de límites definitivo entre Perú y Chile.

Entre otras cosas, ese tratado dispuso que la frontera entre Chile y Perú «partirá de un punto de la costa que se llamará «Concordia», diez kilómetros al norte del puente del río Lluta…». Parecía muy simple. Lamentablemente los diplomáticos de ambos países olvidaron que el punto “Concordia, aquel que marcaba el inicio de la frontera, requería de un monolito o hito que marcase en el terreno el lugar exacto. ¿Acaso es posible hacer un monolito en plena costa del Océano Pacífico, en un arenal de la costa donde la corrosión y las marejadas no han permitido construcción humana alguna? Los topógrafos, bastante más prácticos, acordaron colocar el hito del punto «Concordia» lo más cerca posible del mar, pero a salvo de ser destruido por las aguas del Océano Pacífico. Escogieron un lugar a 180 metros del punto, en línea recta desde el mar, desde el paralelo del punto concordia. Seguir leyendo

Ocean Falls, de cómo una colonia industrial de hace un siglo acabó convertida en pueblo fantasma y granja ecológica… de bitcoins

El autor de este blog está moderadamente ocupado debido a sus obligaciones laborales y familiares, pero por suerte para ese individuo que habla de sí mismo en tercera persona, este rincón de la red tiene unos lectores que no se merece. Entre esos lectores está Santiago Cuadro, uruguayo de Montevideo, que acudió allá por el mes de agosto al rescate de la sequía escribidora del dueño del lugar, con esta fantástica historia de papel, presas, salmones y bitcoins y que hoy, tres semanas largas después, ve la luz para el gozo y disfrute generalizado de la exigua pero no por ello menos disfuncional comunidad fronteróloga.

Llamarle “terminal” a la casilla de madera de cinco por tres metros que se yergue sobre una explanada vacía quizá sea hasta pretencioso, pero es lo que es. Es el puesto de avanzada de una civilización que, otra vez más, perdió la pelea contra la exuberante e indómita naturaleza de la costa de la Columbia Británica, en el Pacífico canadiense; y mal que bien, permanece al filo de sus dominios como símbolo de la tozudez del Hombre cuando ve oportunidades de negocios. Como parte de una vastísima tradición de pueblos fantasma donde el diablo perdió el poncho en este grandioso blog, este es mi humilde aporte a Fronteras. Bienvenidos a Ocean Falls, British Columbia.

«Hogar de la gente de la lluvia»

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El refugio de montaña al que el cambio climático mudó de país… sin moverse del sitio

Siempre digo que lo mejor de este blog son los lectores, y a veces los lectores vienen a darme la razón. Manuel Gómez me escribió contándome esta historia y ofreciéndose amablemente para ponerla negro sobre blanco, ofrecimiento que acepté encantado: ¿a quién no le gusta que le hagan el trabajo, eh? Así que aquí la tenéis para vuestro goce y merecido disfrute. 

El refugio Guide del Cervino se sitúa a 3480 m sobre el nivel del mar en la Testa Grigia, un contrafuerte de la Gobba di Rollin, a caballo entre Italia y Suiza. Literalmente. No es extraño en los Alpes encontrar picos y refugios prácticamente compartidos entre dos (o más) países. De hecho, en el macizo del Monte Rosa se pueden contar unos cuantos, entre ellos el famoso Refugio Regina Margherita, el edificio a más altitud de Europa, y el lugar más alto donde uno puede degustar la pizza del mismo nombre acompañada de una buena cerveza de barril. Lo que hace único al Refugio Guide del Cervino es que recientemente, cambio climático mediante (o no, según el gusto de cada uno), haya cambiado de país. Sin que la propia cabaña se haya movido.

Refugio Guide del Cervino (Fuente: Summitpost)

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Melatenwiese, la frontera trazada por una enfermedad

El post de hoy es obra de Coke González, nuestro hombre en Andorra, veteranísimo lector de esta bitácora y único amigo del autor que tiene su propia página en la Wikipedia. 

La lepra. Sí: la misma que, según datos de la Organización Mundial de la Salud, continúa presente en más de 400 mil personas en pleno siglo XXI y que incluso mantiene vigentes centros para su tratamiento en catorce países. Esa enfermedad que hoy parece tan distante para aquello que llaman “Occidente” es la misma que, en tiempos pretéritos, llegó a tener determinación geopolítica. Aunque sea por poquito.

En fechas como estas parece masoquista -incluso sacrílego- comenzar a plantear temas en relación a enfermedades masivas, sobre todo en nobles espacios de reflexión y debate como este blog  que nos cobija. Pero no quería seguir achurando mi dedo índice dándole “like” a un sinfín de publicaciones en las redes sociales y preferí sortear el tedioso encierro afandándome en escudriñar sobre una disfuncionalidad fronteriza, de ésas que llenan nuestra vida de solaz, que hace tiempo tenía pendiente.

Y todo por culpa de esta bendita bitácora digital llamada Fronteras, que hace muchas barbas me permitía conocer el Dreilandenpunkt, situado en el monte Vaals de los Países Bajos, y que en un artículo publicado hace ocho años en el blog del lado tildé como “el padre de todos los hitos tripartitos”. Ya que, en cierta ocasión, el magnate que ostenta este blog narró sus peripecias sobre la nieve para llegar al trifinio entre Países Bajos, Alemania y Bélgica, pues sonaba muy interesante explorar lo que hay alrededor del hito. Y no me refiero solamente al jardín laberinto en el lado neerlandés, a la Torre Balduino en dominio belga o a la pista para bicicletas de montaña que ofrece el territorio alemán. De hecho, en tierras germanas nos quedamos.

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Españita, Pitorreal y Anal Abajo: topónimos americanos reales que nos inspiran y nos hacen soñar

Cuentan las crónicas que en pleno franquismo se llevó a cabo en las cortes españolas un debate acerca del sistema educativo. El ministro José Solis, conocido como «la sonrisa del régimen» defendió allí su programa conocido «más gimnasia y menos latín». En un momento dado se preguntó en voz alta para qué servía el latín, y la respuesta de un catedrático de universidad allí presente no se hizo esperar: «Por de pronto, señor ministro, para que a Su Señoría, que ha nacido en Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa». Igual que los romanos dejaron su impronta en la toponimia española los españoles hicieron lo propio en América. Y así por ejemplo encontramos un lugar en México con un nombre que recuerda que la madre patria es, por superficie, mucho más pequeña que sus antiguas colonias: Españita, en el estado de Tlaxcala. Y partiendo de este lugar con este maravilloso nombre nos vamos a recorrer el loco mundo de la toponimia americana.

La entrada de hoy no se publica aquí sino en Magnet, así que ya estáis tardando en volar para leerla allá. Pitorreal, Españita, Tetillas y otros lugares con nombres maravillosos. 

 

Los cuatrifinios de Cantabria

La entrada de hoy nos viene otorgada por Nacho Martínez, conocido en el submundo tuitero como @Nachoviedo_M, que pese a ser asturiano como su propia arroba indica, nos trae una entrada de lo más cántabro, y que contiene una cosa maravillosa llamada «Mojón Intermunicipal», de la que desde ahora nos declaramos fanses. Que ustedes disfruten este pequeño viaje a las fronteras más cotidianas.


Partimos de que soy el tipo de persona que sabe lo que significa «cuatrifinio», probablemente por dedicar mi tiempo libre desde hace varios años a vicios extraños y cuestionables tales como leer cierto tipo de blogs. Pero como tenemos la Wikipedia a mano, utilizaremos su definición: En geografía, un cuatrifinio, cuadrifinio, tetrafinio, cuatripunto, cuadripunto o tetrapunto es un punto de la Tierra donde se tocan cuatro regiones distintas. Esto sería aplicable desde países hasta habitaciones de una casa, pero la división administrativa de la que hablaremos hoy es el municipio. Sin embargo, para entrar en calor habría que mencionar los cuatrifinios más importantes. A nivel internacional, el único (casi) cuatrifinio que existe está entre Zambia, Zimbabwe, Namibia y Botsuana. El problema es que, además de caer en medio de un río (el Zambeze) está muy cogido con pinzas, como bien quedó explicado en este mismo blog.

Sin embargo, no puede haber discusión acerca de cuál es el cuatrifinio por excelencia, el más famoso del mundo: las cuatro esquinas de Estados Unidos, que separan los estados de Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México. Por supuesto, también tiene su correspondiente reportaje aquí, y de propina se presenta el que existe en Canadá, de reciente creación (1999).

Por razones que no vienen al caso, el adicto a Google Earth que escribe ve muchas fronteras a lo largo del día. Muchas quiere decir muchas. Y claro, uno se tira horas examinando cartografía y termina fijándose en los recovecos, enclaves, exclaves, trifinios y cuatrifinios que se le vienen a la vista. Y encontré uno. Y luego vi otra convergencia de líneas que podría ser otro. Y otro, y otro más… y claro, como decimos en Asturias, ya me empezó a picar el niki. Así que allá va un análisis de los (supuestos) cuatrifinios cántabros, refutados o confirmados hasta cierto punto. Sobre el mapa se señala dónde caen:

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Dos mundos separados por 80 metros de cuerda: viaje a la frontera más corta del mundo

Vuelve Fronteras, vuelve la ilusión. En esta ocasión nuestro lector más viajero, Javier, aka Sherlock, y al que pueden seguir en Tuíter en la cuenta @DuqueDeOlivares y en Instagram en @Javier_De_Olivares, nos regala una crónica de viaje a un rincón de la geografía española que ocupa un lugar de honor en el imaginario de este su blog fronterizo. Que lo disfruten. 

Tras el tortuoso camino entre las montañas, polvoriento y exhausto, hundo los pies en la arena. El mar ruge a un lado y al otro del istmo, y observo al centinela de la fortaleza, que me mira con cara de asombro. Se levanta, y mientras avanzo hacia él, se pone en guardia y me desafía. Estoy pisando tierras árabes, y el castillo cristiano se encuentra bien defendido de un eventual ataque enemigo. No porto más armas que mi propio cuerpo, y le pregunto a gritos si me deja traspasar la cuerda que separa ambos territorios. Consulta, sorprendido de la presencia de un compatriota en estas tierras inhóspitas, y me devuelve una respuesta negativa. Cabizbajo, doy media vuelta, me aposento en la arena y me relajo escuchando el sonido del mar y contemplando el fortín, que ahora parece más inexpugnable. Parece una historia del siglo XII, pero esto no son las Cruzadas. Estamos en 2018, en pleno siglo XXI, y me encuentro en una de las fronteras más extrañas del mundo: la de Marruecos y España en el Peñón de Vélez de la Gomera.

Vista desde lejos

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Las lenguas amenazadas del Año Nuevo

La entrada de hoy es especial por muchas razones. Primero, porque es la última del año, obviamente. Segundo, porque es la más larga de la historia del blog. Y last but not least, porque la ha escrito el formidable Simón Perera, apasionado por las lenguas del mundo que hoy nos ofrece el mayor repaso a lenguas en peligro de extinción que se haya escrito jamás en la blogocosa en español. Espero que lo disfrutéis. Podéis seguir también esta entrada en Tuíter, en el hashtag #2017Live. ¡Feliz 2017! 

31 de diciembre de 1999. Alrededor del mediodía, comenzaba en La 2 el programa de televisión más largo que habría visto nunca: El día del Milenio. Yo y mi padre — quien para la televisión es más o menos como el aceite para el agua — nos sentábamos frente al aparato durante casi 24 horas, solo interrumpidos por la cena familiar y Ramón García y Nuria Roca dando las campanadas en la 1. Durante todo ese tiempo, seguimos cómo el año 2000 llegaba a países de todo el mundo, desde Nueva Zelanda hasta los Estados Unidos. Sí, señores, no se hace uno friqui en un día.

Años más tarde, servidor comenzó a ser lector de este genial blog que ustedes leen ahora. Es tradición lógica del mismo celebrar el Año Nuevo con un seguimiento de su entrada alrededor del mundo, desde los confines orientales de la Línea de Cambio de Fecha hasta sus confines occidentales. Pasó en 2009–2010, 2013–2014, o 2014–2015. El año pasado volvimos a tener seguimiento fronterero, esta vez por Twitter, con el hashtag #2016live.

Todo esto se fue confabulando en algún lugar de mi cerebro para inspirarme a hacer algo parecido. Recorrer el mundo a medida que llegaba un año nuevo, con un hilo conductor. Y para este hilo conductor había dos posibilidades, mis pasiones: la ciencia o la lengua.

Lo único que faltaba fue acordarme de un mapa que descubrí hace unas cuantas semanas. En él, la UNESCO concretaba la posición y el estado de todas las lenguas de cuyo peligro de desaparecer tiene constancia. Una realidad que se nos antoja lejana, en el tiempo o en el espacio, pero que no lo es tanto. De las aproximadamente 2500 lenguas en peligro, muchas se hablan cerca de casa: 128, en Europa (4, en España); y cientos, en Sudamérica.

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