A veces tengo poco tiempo para escribir y aprovecho para que sean los lectores los que me hagan el trabajo sucio. En esta ocasión nada menos que Christian Macías, un tipo que por poco no es más joven que este blog y que lleva acampando por aquí desde que tenía (él, no el blog) doce años. Hace como medio año me envió este texto, pero mis proverbiales vagancia e incapacidad han ido posponiendo su publicación hasta hoy. En mi defensa diré que la longitud original del texto era equiparable a la del propio río Amazonas. En todo caso, cualquier mérito del mismo es de su autor, y cualquier demérito, del editor de las tijeras. ¡Que ustedes lo gocen!
Introducción
Mi nombre es Christian Macías, y al momento de escribir estas líneas mi edad sobrepasa el cuarto de siglo. Soy lector de Fronteras desde 2009 (como les cuenta el dueño de esta disco en una entrada anterior). Probablemente descubrí este espacio en alguna noche veraniega (austral) buscando información sobre algunos de esos fenómenos que bien han sabido ponerle nombre por acá: límite, enclave, metaenclave, territorio en disputa… En definitiva, llegué acá para confirmar que había otra gente a la que le surgían las mismas inquietudes que a mí, lo cual para un nene de doce años era ciertamente sorprendente. A lo largo de más de una década pude leer y aprender sobre todo tipo de lugares, algunos que finalmente visité, como el apasionante caso de la isla caribeña de San Martín, donde uno puede asolearse y meterse arena en lugares impensados luego de sufrir un jetblast en Maho Beach y diez minutos después saltar entre la única frontera entre Francia y los Países Bajos. En definitiva, experiencias que sólo disfrutamos los que tenemos algún tipo de desorden mental. Hasta que un día, allá por el 2021, en plena pandemia y brote de la variante Delta del covicho, armé un viaje a uno de los pocos países europeos que aceptaba turistas vacunados, de cuando ser vacunado todavía era algo inusual, y terminé eligiendo el país y la ciudad donde habita el dueño de esta secta, y no se me ocurrió mejor idea que escribirle. Recuerdo que no sabía muy bien cómo encarar el tema (más fácil me parecía mandarle una carta a Xi Jinping). Fui al grano y me presenté como un lector que quería conocer al autor del blog que había pasado la mitad de su vida (literalmente) leyendo. Una suerte de meet & greet, pero sin sorteo por Instagram. Encima lo mandé vía DM de Twitter. Pese a todo, a los días respondió con un qué alegría leerte (subtexto: qué miedo) y, luego de asesorarse bien con la CIA, me terminó pasando su celular y marcamos para encontrarnos en su restaurante favorito en Barcelona.
No sé cómo se lo imaginan ustedes al Diego, pero si se ríen leyendo sus ocurrencias, imagínense en persona. Ese no fue el único encuentro de la semana, puesto que un par de días después también le pude escuchar el mismo acento, pero en inglés, que es algo así como escuchar un cover de Sandaru Sathsara. Lo cierto es que pasamos tremendamente bien y quedé en que algún día le regalaría una entrada sobre algún viaje con bastantes tintes fronterizos. Una acción en honor a la amistad, el encuentro y todo lo bueno que me aportó este lugar, De agosto de 2021 a esta parte pasaron muchas cosas, entre ellas la chance de conocer a Coke y al Sr. Mapache (integrantes de oro de este grupo de autoayuda transnacional), y pude realizar un par de viajes más que me dieron el empuje final para completar estas líneas que vienen a continuación. Diego, perdón por irme por las ramas, creo que igual esto ya te lo veías venir. A los demás: que disfruten así como disfruté yo de todo este proceso. Agarren mate y termo que empezamos. Seguir leyendo