Un tic en el ojo: Cáncer en la treintena

Tener un amigo con cáncer es un marrón. No uno tan grande como tener cáncer, es cierto, pero tampoco es sencillo de gestionar. ¿Qué le dices? ¿Le das ánimos? ¿Palmaditas en la espalda? ¿Buenas palabras? ¿Un abrazo? ¿Se le pueden preguntar cosas? Mi amiga Txell tenía 37 años cuando le diagnosticaron cáncer por primera vez. Nos hicimos amigos un par de años más tarde, los dos recién divorciados, entre desayunos, brunchs, almuerzos y cenas. Luego vinieron los viajes, el cariño, y la colosal admiración. Ella fue quien me enseñó a cruzar pasos de peatones en Nápoles, arriesgando su vida como si no tuviera nada que perder, y también quién me mostró Ibiza, su Ibiza. Durante los últimos dos años y pico, hemos mantenido una infinidad de conversaciones sobre todo lo divino y lo humano, también sobre el cáncer. Sin demasiados eufemismos, generalmente, o directamente sin ellos en absoluto. Hace falta hablar sobre ello, y hacerlo claro, y por eso existe Un tic en el ojo, el pódcast en el que Txell habla de cáncer abiertamente y llamando a las cosas por su nombre, y lo hace conversando con gente normal y corriente, con gente que sabe y, también, con tarados como yo, que le hacen chistes de humor negro en mitad de la grabación.

En el primer capítulo se habló del concepto de normalidad cuando te han diagnosticado un cáncer, en el segundo, de cómo la muerte se convierte en el trasfondo de todo, y en el tercero, hablamos de cómo acompañar, de qué decir, qué hacer y que no, del humor negro y del amor.

Acompañar – Un tic en el ojo. Cáncer en la treintena

Una conversación entre dos amigos acerca de algo tan universal como doloroso, sin demasiados rodeos, con cariño y humor, con la esperanza de ayudar a quienes están pasando por un cáncer, y, en nuestro caso, a los que revoloteamos alrededor y simplemente queremos hacer su vida más fácil.

Oriente Medio Exprés. Capítulo 1: Abu Dabi, la ciudad recién estrenada

Uno de mis propósitos de año nuevo, junto con aprender francés y ser el malnacido que en plena fiesta saca la guitarrita y se pone a tocar el Wonderwall, fue gastarme un poquito menos de dinero en viajar. Por ahora llevo cuatro acordes aprendidos en la guitarra y soy capaz de pedir un café con leche y un cruasán en cualquier boulangerie de Perpiñán o Hendaya (donde todo el mundo habla español), así que vamos según el plan previsto. Respecto a lo de viajar, el 15 de enero me compré mi sexto billete de ida y vuelta para los primeros cuatro meses de 2023 (acabaron siendo ocho), y pese a que todos ellos han sido tan insultantemente baratos que harían hiperventilar a Greta Thunberg, da la impresión de que lo de viajar menos lo llevo regulín. Tres de esos billetes de avión corresponden a un único viaje que hice con Javi, lector zaragozano de este blog devenido en amigo con el que comparto taras mentales de toda clase y condición, pero especialmente las relacionadas con la geografía, y que ya se vino conmigo a Baarle hace unos años y a La Fontañera el año pasado. Después de pasar 24 horas en Roma (otro día hablaremos de eso), nos subimos a un Airbus 321 de un improbable color fucsia rumbo a  nuestra primera escala en Oriente Medio: Abu Dabi.

Cúpulas y minaretes blancos de la Gran Mezquita de Abu Dabi recortándose contra un cielo notoriamente azul.

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El viaje de una postal desde la Antártida hasta mi casa

Postal de la Antártida en la que se lee "Antarctica. The white continent" y se ve una bahía helada con glaciares, rocas y pingüinos sobre ellas. El pasado viernes el cartero depositó en mi buzón la postal sobre estas líneas. La había escrito Inés, la zaragozana detrás de Mis viajes por ahí, durante una expedición antártica el pasado mes de enero. Nadie me ha enviado nada nunca desde tan lejos y es difícil que alguna vez reciba una postal desde un lugar tan improbable, así que me hizo muchísima ilusión. Pero me provocó preguntas, especialmente una: ¿cómo ha llegado esta postal desde la Antártida a mi casa de Barcelona? Esta es la historia

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Europa Low Cost: Road trip balcánico (primera parte)

Una de mis aficiones en mis ratos libres es trastear con Skyscanner o Escape y su maravillosa búsqueda de vuelos a «cualquier lugar» ordenados por precio. A finales de 2021 decidí que 2022 iba a ser el año en el que viajara todo lo viajable, pero, dado que mi economía tampoco permite demasiados excesos, la condición es que el importe del viaje sea el menor posible. Así que a menudo me dejo guiar por el algoritmo de precios de las aerolíneas y me compro un vuelo literalmente al destino más barato disponible. En el caso del segundo fin de semana de abril del año pasado, el destino más barato era Podgorica, capital de Montenegro. 27 euros me separaban de la que según el Mapache Loco de las Banderas es la capital más fea de Europa. Ya llegaremos al punto en el que le doy o quito la razón. Spoiler: se la quito, pero porque se quedó corto. El caso es que por menos de lo que cuesta invitar a alguien a cenar en un McDonald’s podía pasar unos días en la antigua Yugoslavia, así que le entregué mis dineros a Ryanair y me dispuse a añadir varios países nuevos a mi colección de cromos.

El pueblo de Perast en Montenegro, con las montañas de Kotor al fondo. Todas las fotos de este artículo, salvo indicación en contra, fueron perpetradas por el autor del blog, y pueden ser utilizadas libremente para cualquier uso siempre y cuando se cite la autoría. Mira que soy majo, ¿eh?

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Europa Low Cost. Viajes por poco dinero alrededor del continente. Capítulo 1: Nápoles

El túnel era tan angosto que la claustrofobia empezaba a manifestarse nada más entrar. A los cincuenta metros de recorrido se estrechaba aún más. Yo ya me había quitado la mochila antes de entrar, y también el abrigo, pese al frío y la humedad que reinaban en aquellas tinieblas, cuarenta metros por debajo del casco histórico de la ciudad. En un momento dado ya no pude avanzar. Los menos de cuarenta centímetros de anchura del pasadizo simplemente no eran suficientes para mi constitución, ejem, amplia. Así que hice lo que habría hecho cualquiera: entrar en pánico. Pero antes de contar qué sucedió después, habra que explicar qué demonios hacía allí. Hoy en Fronteras: Nápoles.

¿Claustrofobia yo? ¿De qué?

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Quince años no es nada

«Éramos felices y no lo sabíamos». He leído esa frase muchas veces a lo largo de los últimos tres lustros, sobre todo en los últimos cinco o seis años. Generalmente y al menos en España, se refieren a la década que va de finales de los noventa a finales de los 2000, una década de crecimiento económico y optimismo social, con el terrorismo nacionalista e islamista como enemigo común y la sensación de estar entrando en el primer mundo por la puerta grande. Curiosamente, es más fácil leerles o escucharles esas palabras a gente que por aquella época en el mejor de los casos no había terminado la primaria, y que muchas veces no había siquiera nacido. Todo está inventado hace mucho tiempo. Cualquiera tiempo pasado/fue mejor, rezan los dos versos que cierran la primera de las cuarenta Coplas a la muerte de su padre  de Jorge Manrique. Las escribió en los años setenta. Del siglo XV. Cuatro siglos más tarde, la actriz francesa y ganadora de un Óscar Simone Signoret publicó su autobiografía con el título La nostalgia no es lo que era, una frase ingeniosa que, cuenta, leyó por primera vez grafiteada en un muro en Mahattan.

Fronterasblog en sus inicios, tal y como lo capturó la Wayback Machine el 12 de enero de 2008

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El madrileño que hablaba catalán. Una historia personal

El 24 de noviembre de 2005 recibí en el móvil una llamada que cambiaría mi vida para siempre. Era cerca de la una de la tarde y me encontraba en un anodino edificio de oficinas cerca del Aeropuerto de Barajas, en mi puesto de trabajo como teleoperador en una empresa de nombre improbable que disponía de la concesión para el servicio de atención al cliente de una gran compañía eléctrica. El presidente Zapatero llevaba poco más de un año en el cargo, sólo existían cuatro canales nacionales de televisión en abierto y el Fútbol Club Barcelona atesoraba una única Champions League en sus vitrinas. Quien me llamaba era el que sería mi jefe durante más de tres años y lo que me comunicó es que habían decidido contratarme. El trabajo tenía mucha mejor pinta que la aburridísima sucesión de llamadas que atendía de ocho a cuatro y el sueldo sobrepasaba por muy poco el mileurismo en doce pagas (una fortuna comparado con mi salario como teleoperata), pero lo que realmente suponía un cambio es que el puesto de trabajo era en Barcelona.

La comisaría de Vía Laietana, en Barcelona, y a la derecha con letras de colores, la ventana desde la que yo miraba pasar el tiempo mientras hablaba por teléfono.

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Viaje a Baarle, el pueblo de las mil fronteras

La camarera nos trajo nuestros platos apenas cinco minutos después de haber pedido, pero ya íbamos por la segunda cerveza. Ella se llamaba Evelyn, había nacido en Bucaramanga, Colombia, y llevaba en el pueblo tres años. Hablaba neerlandés, francés, inglés y ese español para nosotros cantarín y exótico de los nacidos en los alrededores del Caribe. Sirvió primero a un lado de la mesa y luego al otro, y tan cierto es decir eso como que sirvió primero a un país y luego al otro. De los cuatro comensales sentados a la misma mesa dos estábamos en Belgica y los otros dos en Holanda. Sólo hay un sitio en el mundo donde eso puede suceder y es, claro, Baarle. El pueblo de las mil fronteras.

El autor del blog y un amigo brindando en una mesa situada exactamente sobre la frontera entre Bélgica y Holanda

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Las fronteras catalanas, en Viajando con Chester

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Esta noche a las 21:30 se emite un capítulo especial del programa de Cuatro Viajando con Chester, titulado «Las fronteras catalanas«, en el que el popular publicista y animal televisivo Risto Mejide entrevista a personajes de lo más variopinto en su sofá Chester, generalmente decorado para la ocasión. El de hoy es especial por la fecha y la temática (para los lectores de fuera de España, que sois la mayoría, hoy se celebra una consulta popular sobre la independencia de Cataluña que, aunque no tiene validez jurídica alguna, sí tiene una notable relevancia política), pero también porque he colaborado tangencialmente en él y me hacía ilusión contároslo. Entre otros lugares se visitan el río Senia (que ejerce de límite entre Cataluña y la Comunidad Valenciana) y Puente de Montañana, un pequeño pueblo aragonés cuyo casco urbano se extiende hasta entrar en Cataluña. Mi participación ha sido más bien exigua (recomendaciones de lugares fronterizos geográfica y políticamente interesantes en caso de una hipotética independencia catalana), pero me hace ilusión igualmente, así que ahí os lo dejo. Esta noche, a las 21:30, en Cuatro.

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Mi primera frontera

Ubiquémonos. Anno Domini MMVI, o sea 2006, cosa de año y medio antes de que este blog suyo de ustedes empezara a existir. Hacía unos siete meses que me había trasladado a Barcelona desde mi Madrid natal. Por si se lo preguntan, sí, había una mujer detrás de la mudanza. Y sí, me casé con ella. Algún lector veterano tal vez se acuerde el post en un terrible inglés que publiqué por aquel entonces. A lo que iba. Cuando llegué a Barcelona obtuve mi primer contrato laboral decente, que incluso superaba en un par de docenas de euros el mileurismo en doce pagas, y que me permitía no sólo comer y pagar una habitación en un piso compartido con una médico rumana adicta a los bikinis, un latin lover argentino y un diseñador gráfico de Vic, sino además lujos tales como cenar fuera de vez en cuando o ir de vacaciones con Easyjet a un Bed&Breakfast londinense o a algún tugurio en el antiguo Berlín Este. A cambio, eso sí, el trabajo me exigía tener un coche. Bueno, en realidad no me lo exigían. Pero era un trabajo de comercial para empresas por toda Cataluña, y durante seis meses las había pasado bastante canutas yendo a lugares tan exóticos como Sant Quirze del Besora o Sant Pere de Nosedonde usando sólo transporte público y algún taxi ocasional. Y uno no sabe lo que es el tercer mundo hasta que no ha viajado en las Rodalies de Barcelona. Hacen que Burundi parezca Singapur. El caso es que a los seis meses de llegar a la Ciudad Condal me compré un coche. Antes tuve que pasar el engorroso trámite de suspender dos veces el examen de conducir, pero esa es otra (aburridísima) historia. Ya estamos la mayoría de los protagonistas de esta narración. Yo, el trabajo y mi flamante coche nuevo. Falta la frontera.

Habría tenido mucho sentido que este fuera mi coche, pero no es el caso

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