El pueblo belga de la mantequilla holandesa

[A]hora las medidas que ha traído el coronavirus suponen otro cúmulo de contradicciones para Baarle que se enfrenta a una situación algo más enrevesada. El gobierno belga decretó el cierre de todas las actividades comerciales no esenciales y el confinamiento obligatorio de la población en sus casas, mientras que en el país de los tulipanes se ha implantado un sistema de confinamiento inteligente, basado en la auto-disciplina y en la auto-regulación con medidas que permiten que muchas tiendas y restaurantes con servicio a domicilio permanezcan abiertos.

A la hora de hacer la compra, antes de que la Covid-19 fuera una realidad, todos solían acudir a supermercados holandeses, por la diferencia de precios. Ahora, a los de Baarle- Hertog, cuenta Ivo Verhees, se les permite “comprar comida en los supermercados holandeses porque no tienen otra posibilidad. Sin embargo, los belgas que viven en las cercanías, fuera de los límites del pueblo, no pueden acudir a sus tiendas porque tendrían que atravesar la frontera holandesa y ya no se les concede el derecho a beneficiarse de ese margen”. Inevitablemente este aislamiento esta afectando notablemente al comercio, en el supermercado donde él hace la compra regularmente “ha provocado que las ventas desciendan un 30%” según le contaba un responsable.

 

Natalia Martínez es una enamorada de Baarle que descubrió este blog mientras buscaba información sobre el lugar. Ayer publicó en el diario La Vanguardia una crónica de cómo se enfrentan al cierre fronterizo en un lugar cuyas calles están tatuadas por la frontera, y yo os lo traigo aqui para que lo disfrutéis: El pueblo belga de la mantequilla holandesa.

(Previamente, en Fronteras: Coronavirus en Baarle, cuando la frontera divide tu tienda)

Martelange, el pueblo de las gasolineras

La Ruta Nacional 4 de Bélgica fue durante décadas la única carretera que unía Bruselas con las Ardenas, y por ende con la provincia de Luxemburgo y el país independiente homónimo. El camino fue roturado por los neerlandeses antes de la Revolución Belga, allá por los años 20 del siglo XIX, y hasta los años setenta fue la principal vía de comunicación de la región de Valonia. La mayor parte de la carretera es una típica autovía con dos carriles por sentido, pero en algunos pueblos queda reducida a la categoría de lo que en España llamamos carretera general, cruzando el centro del pueblo como si de la calle mayor se tratara. En la travesía de Martelange, una localidad de poco más de 1.800 habitantes situada a un par de horas en coche de la capital y a apenas 20 km de Bastoña, se produce un fenómeno curioso en la carretera. A lo largo de un kilómetro se suceden las gasolineras, la siguiente pegada a la anterior, sin solución de continuidad. Pero sólo en uno de los costados de la carretera, en el otro una sucesión de anodinas casas de dos pisos con tejado de pizarra a dos aguas alojan a algunos de los habitantes del pueblo. ¿Por qué esta proliferación de estaciones de servicio? Porque la cuneta de la carretera es una frontera internacional.

Martelange 1
Gasolineras en Margelange (Reddit). La carretera y los edificios de la derecha son belgas. La «Maison Rouge» y todo lo que hay en su lado de la carretera es luxemburgués.

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Cuando la ficción precede a la realidad: Los puentes de los billetes de Euro

Cuando a finales de los noventa se diseñaron los billetes de Euro se decidió que no contendrían símbolos de ningún país concreto más allá del mapa de la Eurozona que todos contienen. Había sólo siete billetes y la Eurozona la formaban doce países (ahora son diecinueve) y el EMI (el organismo antecesor del Banco Central Europeo) no quiso favorecer a ninguno de los miembros. Se decidió ilustrar el anverso de los billetes con una obra arquitectónica ficticia, una serie de puentes que representaran la evolución artística de Europa. Pero eran puentes imaginarios, no existían. Hasta que en 2013, existieron.

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Esperanza y luz en la cima de la montaña más fotografiada de Europa

En la frontera entre Suiza e Italia está el Monte Cervino, conocido a menudo por su nombre en alemán: Matterhorn. Con casi 4.500 metros de alto, su silueta piramidal destaca tanto sobre el resto de la cordillera alpina y resulta tan fotogénica que los suizos lo consideran uno de sus símbolos nacionales. A sus pies se encuentra el pueblo de Zermatt, un paraíso para esquiadores y montañeros, que estos días ha decidido promocionarse de una manera muy especial: convirtiendo la cima del Matterhorn en una pantalla de proyección que difunda esperanza al mundo.

Un proyector ilumina la cima del Matterhorn, en Suiza, con la palabra "Esperanza" (#Hope)
#Esperanza, el mensaje proyectado en el Monte Cervino el pasado 6 de abril (© Gabriel Perren)

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Vieja Zelanda, Vieja York y otros Viejos de los Nuevos

Hace unos años instalamos un mapamundi con dibujitos en la pared del cuarto de mi hijo mayor. Sobre cada país aparece su bandera y, si cabe, algún monumento típico. La Torre Eiffel, la Sagrada Familia, un guardia montado del Canadá, cosas así. Un buen día Diego Jr. me hizo la pregunta que todo padre teme: «Papá, si hay una Nueva Zelanda, ¿dónde está la vieja?». Y eso es lo que vamos a ver hoy.

Vieja Zelanda

El primer nombre europeo para Nueva Zelanda fue «Staates Land»; se lo puso en 1642 el holandés Abel Tasman, a quién recordarán de otras islas australes como Tasmania, y homenajea al Parlamento Neerlandés. Los cartógrafos que dibujaron los primeros mapas de las islas unos pocos años más tarade, sin embargo, escogieron el nombre de Nueva Zelanda en homenaje a la provincia de Zelanda, una de las doce que hoy componen el país.

Mapa de la provincia de Zelanda, al suroeste de los Países Bajos

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Road Trains: las bestias del asfalto

El típico tráiler con remolque que podemos ver en cualquier autopista española o continental es un mastodonte de 16 metros y medio de largo y hasta 40 toneladas de peso. A eso en Australia lo llaman furgoneta. En la legislación europea un tren de carretera es un camión rígido con un remolque enganchado, que mide unos 19 metros de largo. Australia a eso lo llaman Citröen Berlingo. Lo típico que te alquilas para una mudanza. Los «vehículos largos» australianos consisten en un tráiler con remolque y otro remolque igual detrás, o un camión rígido con dos remolques (los llaman B-Doble y B-Triple). Miden hasta 36 metros de largo y pueden pesar 83 toneladas. Pero siguen sin ser trenes de carretera. Un tren de carretera es una mole de 53 metros de largo, hasta 200 toneladas de peso, que necesita dos kilómetros de autopista para detenerse y que consume un litro de combustible cada kilómetro. Auténticas bestias sobre ruedas.

Ciento veinte mil litros de gasolina a domicilio, oigan (Leila L. | Flickr)

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Una historia de amor, fronteras y Coronavirus

Inga Rasmussen y Karsten Hansen se conocieron hace un par de años en un viaje para la tercera edad. Ella es danesa, tiene 85 años y vive en Gallehus, a siete kilómetros de la frontera con Alemania. Él, claro, es alemán, cuenta ya 89 tacos de calendario y también vive a siete kilómetros de la frontera, pero del otro lado, en el pueblo de Süderlügum. Desde que se conocieron han pasado muchas horas juntos, han hecho más viajes y han procurado verse a diario. Y entonces llegó el Coronavirus.

Pareja de ancianos se encuentra en frontera germano-danesa

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Volveremos a volar – Las impresionantes fotos de aviones almacenados alrededor del mundo

El puñetero bicho que tiene a un par de miles de millones de personas confinadas en su casa ha tenido una serie de efectos colaterales que marcarán la década de los veinte hasta extremos que aún no somos capaces de imaginar. Uno de esos efectos es el absoluto desplome del tráfico aéreo en todo el mundo, con compañías gigantes dejando en tierra toda o casi toda su flota. Un día cualquiera de diciembre de 2019 había en cada momento veinte o treinta mil aviones en el aire; la inmensa mayoría de ellos (casi todos los de pasajeros) están ahora abarrotando aeropuertos de todo el mundo, esperando a que escampe, dejándonos imágenes tan espectaculares como inquietantes. Pero nos queda la esperanza: volverán a volar, volveremos a subirnos a un avión, y el mundo volverá a hacerse pequeño.

Aviones de British Airways en el aeropuerto de Bournemouth, en Inglaterra

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Melatenwiese, la frontera trazada por una enfermedad

El post de hoy es obra de Coke González, nuestro hombre en Andorra, veteranísimo lector de esta bitácora y único amigo del autor que tiene su propia página en la Wikipedia. 

La lepra. Sí: la misma que, según datos de la Organización Mundial de la Salud, continúa presente en más de 400 mil personas en pleno siglo XXI y que incluso mantiene vigentes centros para su tratamiento en catorce países. Esa enfermedad que hoy parece tan distante para aquello que llaman “Occidente” es la misma que, en tiempos pretéritos, llegó a tener determinación geopolítica. Aunque sea por poquito.

En fechas como estas parece masoquista -incluso sacrílego- comenzar a plantear temas en relación a enfermedades masivas, sobre todo en nobles espacios de reflexión y debate como este blog  que nos cobija. Pero no quería seguir achurando mi dedo índice dándole “like” a un sinfín de publicaciones en las redes sociales y preferí sortear el tedioso encierro afandándome en escudriñar sobre una disfuncionalidad fronteriza, de ésas que llenan nuestra vida de solaz, que hace tiempo tenía pendiente.

Y todo por culpa de esta bendita bitácora digital llamada Fronteras, que hace muchas barbas me permitía conocer el Dreilandenpunkt, situado en el monte Vaals de los Países Bajos, y que en un artículo publicado hace ocho años en el blog del lado tildé como “el padre de todos los hitos tripartitos”. Ya que, en cierta ocasión, el magnate que ostenta este blog narró sus peripecias sobre la nieve para llegar al trifinio entre Países Bajos, Alemania y Bélgica, pues sonaba muy interesante explorar lo que hay alrededor del hito. Y no me refiero solamente al jardín laberinto en el lado neerlandés, a la Torre Balduino en dominio belga o a la pista para bicicletas de montaña que ofrece el territorio alemán. De hecho, en tierras germanas nos quedamos.

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