Inga Rasmussen y Karsten Hansen se conocieron hace un par de años en un viaje para la tercera edad. Ella es danesa, tiene 85 años y vive en Gallehus, a siete kilómetros de la frontera con Alemania. Él, claro, es alemán, cuenta ya 89 tacos de calendario y también vive a siete kilómetros de la frontera, pero del otro lado, en el pueblo de Süderlügum. Desde que se conocieron han pasado muchas horas juntos, han hecho más viajes y han procurado verse a diario. Y entonces llegó el Coronavirus.
Una de las primeras medidas que adoptaron la mayoría de los países europeos fue la suspensión del espacio Schengen, extremadamente sensible a esta clase de acontecimientos. Pasos fronterizos fueron cerrados, aduanas largo tiempo abandonadas recuperaron su actividad y nuestra preciada libertad de movimiento fue eliminada, esperemos que de forma temporal. A Inga y a Karsten el virus les convirtió en población de riesgo, y además ejército danés les colocó una barrera improvisada en la carretera que usaban para ir a verse. No son precisamente las mejores circunstancias para seguir una relación, pero como dice el refrán, a la vejez, viruelas.
Desde el cierre de la frontera, cada día Inga se sube a su coche y Karsten se monta en su bicicleta eléctrica y ambos se dirigen a su cita para hacerse compañía, charlar y tomar café, ella, o un par de vasos del típico aguardiente local, él. El lugar del encuentro no podía ser otro que la frontera. Cada uno a un lado, en su país, y respetando los dos metros de distancia que las autoridades recomiendan como medida para evitar contagios.
La semana pasada el alcalde del pueblo fronterizo danés se los encontró en plena cháchara matutina mientras daba una vuelta en bici por el límite. Subió la historia a su Facebook y convirtió a la pareja de octogenarios en celebridades locales.

Desde entonces medios de todo el mundo se han hecho eco de la historia, una de tantas que se están produciendo en medio de la pandemia. Inga y Karsten lo tienen claro: cuando todo esto pase quieren volver a viajar juntos. Y que nosotros lo veamos.
Más historias coronavíricas y fronterizas: En Baarle, una tienda partida en dos por la frontera abre sólo la mitad de su superficie. En la Polinesia Francesa, el cierre del espacio aéreo de EE.UU. provoca el vuelo más largo del mundo, que además resulta ser doméstico.
Muy entrañable historia Diego, gracias por compartir y hacernos esta cuarentena un poco más amena. Saludos desde la provincia de León
A ti por leer 🙂
Se me ocurre una pregunta: ¿en qué idioma -y dialecto- hablan?
No creo que sea alemán «estándar» (Hochdeutsch) ni danés.
En este land alemán viven 50.000 hablantes de danés, tienen hasta su propio partido político en el parlamento regional.
Hola. hoy descubro el blog. muy interesante trabajo. Gracias!
Hola, David, bienvenido. Tienes un buen archivo para leer, espero que lo disfrutes 😀