¿Cuántos países hay en el mundo?

La respuesta más honesta que se me ocurre a la pregunta del título es: ¿Cuántos quieres que haya? El número depende mucho de la definición que usemos de «país», y también de qué consideremos, a efectos de contabilidad geográfica, como «existir». ¿Groenlandia es un país? ¿Y Kosovo? ¿Transnistria? ¿Las Islas Canarias? ¿La Antártida? Vamos a contar países, tralalá.

Un trozo del mural de la estación de Metro de Campo de las Naciones, en Madrid, antes del cambio de nombre

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Cómo me enamoré de Skopje, la capital más absurda de Europa

Skopje es un pastiche. Todas las ciudades lo son en mayor o menor medida, la suma de diferentes épocas, visiones urbanísticas y corrientes arquitectónicas, pero la capital de Macedonia concentra una cantidad tal de incongruencias e incoherencias en un espacio tan pequeño que cuando uno camina por sus calles lo único que puede hacer es reírse y disfrutar como un maníaco. Si las ciudades fueran personas, Skopje sería tu amiga la rarita ciclotímica con un pasado emo del que nunca habla y ciertas cicatrices sospechosas en las muñecas, pero que por alguna razón es increíblemente alegre y vive cada día como si fuera el último. Es completamente absurda pero por esa misma razón es imposible no quererla. Hoy en Fronteras: Skopje (se pronuncia Escopia)

Banderas, estatuas y una cruz descomunal. Skopje in a nutshell

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Caminar sin rumbo: Atardecer veneciano

«Voy a tomar el barco del aeropuerto» es una frase que se puede decir en muy pocos sitios. Yo sólo conozco uno: Venecia. Llegué allí después de conducir 1.700 kilómetros entre San Marino, Italia, Eslovenia y el norte de Croacia. El vaporetto me depositó en los Fondamente Nove a las siete de la tarde de un día increíblemente caluroso y húmedo del mes de julio, diez horas antes del embarque del avión que me llevaría a Praga. Así que hice lo único que realmente podía hacerse con tan poco tiempo en la ciudad: caminar.

Cúpulas y campanile de la Basílica de San Marcos, vistos desde el vaporetto del aeropuerto

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El puente que cruzó un océano para instalarse en medio del desierto

El Puente de Londres es una de las atracciones más conocidas de la capital británica. O bueno, en realidad no. Lo que un porcentaje elevadísimo de los turistas que visitan el lugar conocen como Puente de Londres (London Bridge) se llama en realidad Puente de la Torre (de Londres) (Tower Bridge). No se les puede culpar. La cantante Fergie, de los Black Eyed Peas, le dedicó una canción, y también usó el nombre incorrecto. Y hasta Google Imágenes tiene serios problemas para distinguir uno de otro. En realidad el Puente de Londres es una cosa de hormigón visualmente bastante anodina y normalita, 800 metros Támesis arriba del Tower Bridge. Pero el puente actual no es el primero con ese nombre. En el lugar donde se ubica ha habido puentes desde la época romana, una sucesión de estructuras a lo largo de los milenios de la que la actual, abierta al tráfico en 1973, es la última. ¿Y qué se hizo con el puente que ostentaba el nombre de London Bridge hasta entonces? Pues a eso íbamos: hoy en Fronteras, el Puente de Londres que acabó en Arizona.

This is NOT England

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Estos mapas son la p*lla

En el año 6500 antes de Cristo un ser humano cuyas motivaciones sólo podemos imaginar pintó una serie de figuras en una cueva que hoy conocemos como Abrigo de Cogull, en la provincia española de Lérida. Nueve figuras de mujeres rodean a un hombre, que tiene una única carácterística remarcable: tremendísimo badajo. En Pompeya existe un edificio llamado Casa de los Vettos, decorado con reproducciones del dios Príapo, caracterizado, de nuevo, por el monumental pajarraco entre sus piernas. Desde la antigüedad, pintar penes ha sido una constante en la historia del arte, y en la era de Google Maps, las cosas no han cambiado mucho. Pero a veces es la propia naturaleza la que nos sorprende dejando aquí y allá mingas para que personas con mucho tiempo libre las descubran. Hoy en Fronteras: mapas que son la polla.

«Todo me recuerda a él»

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Europa Low Cost: Roadtrip balcánico (segunda parte)

Para leer la primera parte, sigue este enlace

La carretera de Kotor a la frontera croata bordeaba la bahía en un recorrido escénico inacabable tanto por su longitud como porque las carreteras montenegrinas no destacan por su anchura, así que cruzarse con un camión era una aventura de final incierto. Pero el estrés de la conducción se compensaba con creces con las vistas de las Bocas de Kotor desde todos los ángulos posibles. Al cabo de poco más de una hora llegué a la frontera. Un puesto fronterizo es uno de los lugares más amenazadores de la Tierra; uno está a merced de los caprichos pasajeros de una persona de la que no sabe nada y que no sabe nada de uno; siempre puede ser que haya algún problema por un papel ignoto o una muesca en un documento, y cualquier error en una documentación que está escrita en un idioma o incluso en un alfabeto ajenos veta al viajero de entrar no a un edificio o a un recinto, sino a todo un país. Por suerte Croacia es parte de la Unión Europea (y ahora ya de la zona Schengen) así que tuve un total de cero problemas cruzando el límite con mi Dacia de alquiler. Al cabo de unos pocos kilómetros de carretera panorámica me topé con una de las primeras impresiones más espectaculares que he tenido la ocasión de contemplar. La ciudad vieja de Dubrovnik.

Sí, es Desembarco del Rey, ya lo sabemos

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Europa Low Cost: Road trip balcánico (primera parte)

Una de mis aficiones en mis ratos libres es trastear con Skyscanner o Escape y su maravillosa búsqueda de vuelos a «cualquier lugar» ordenados por precio. A finales de 2021 decidí que 2022 iba a ser el año en el que viajara todo lo viajable, pero, dado que mi economía tampoco permite demasiados excesos, la condición es que el importe del viaje sea el menor posible. Así que a menudo me dejo guiar por el algoritmo de precios de las aerolíneas y me compro un vuelo literalmente al destino más barato disponible. En el caso del segundo fin de semana de abril del año pasado, el destino más barato era Podgorica, capital de Montenegro. 27 euros me separaban de la que según el Mapache Loco de las Banderas es la capital más fea de Europa. Ya llegaremos al punto en el que le doy o quito la razón. Spoiler: se la quito, pero porque se quedó corto. El caso es que por menos de lo que cuesta invitar a alguien a cenar en un McDonald’s podía pasar unos días en la antigua Yugoslavia, así que le entregué mis dineros a Ryanair y me dispuse a añadir varios países nuevos a mi colección de cromos.

El pueblo de Perast en Montenegro, con las montañas de Kotor al fondo. Todas las fotos de este artículo, salvo indicación en contra, fueron perpetradas por el autor del blog, y pueden ser utilizadas libremente para cualquier uso siempre y cuando se cite la autoría. Mira que soy majo, ¿eh?

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La casa española que invadió Portugal al ampliar la cocina

Nunca tal se vio en memoria de guardia de frontera. Este es el primer viajero que en medio del camino para el automóvil, tiene el motor ya en Portugal, pero no el depósito de gasolina, que aún está en España, y él mismo se asoma al pretil en aquel centímetro exacto por donde pasa la línea de la frontera. 

Así, justo en la frontera, comienza Viaje a Portugal, el libro en el que el José Saramago cuenta el recorrido que durante meses realizó por su país a principios de los años 80. El viaje intimista del futuro Premio Nobel comienza con un sermón a los peces, «los que estáis en el río Douro y los que estáis en el río Duero«, en el lugar exacto donde empieza, o acaba, Portugal. Cuarenta y dos años después de que Saramago cruzara La Raya, ahí estabamos nosotros, también con medio coche en cada país, contemplando los muros exteriores de una anodina casa rural en una aldea remota de Extremadura. Una casa tan irrelevante que su web ni siquiera aparece entre los diez primeros resultados de Google cuando la buscas, pero tan prodigiosa que por si sola consiguió lo impensable: modificar unilateralmente una frontera internacional. Hoy en Fronteras, la casa que invadió el país vecino.

Cartel de bienvenida a La Fontañera pegado al muro del Salto del Caballo. Nótese el hito fronterizo de piedra junto a la pared encalada

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Europa Low Cost. Viajes por poco dinero alrededor del continente. Capítulo 1: Nápoles

El túnel era tan angosto que la claustrofobia empezaba a manifestarse nada más entrar. A los cincuenta metros de recorrido se estrechaba aún más. Yo ya me había quitado la mochila antes de entrar, y también el abrigo, pese al frío y la humedad que reinaban en aquellas tinieblas, cuarenta metros por debajo del casco histórico de la ciudad. En un momento dado ya no pude avanzar. Los menos de cuarenta centímetros de anchura del pasadizo simplemente no eran suficientes para mi constitución, ejem, amplia. Así que hice lo que habría hecho cualquiera: entrar en pánico. Pero antes de contar qué sucedió después, habra que explicar qué demonios hacía allí. Hoy en Fronteras: Nápoles.

¿Claustrofobia yo? ¿De qué?

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Fauna del carril bici. Un ensayo antropológico

Hace algo más de tres años me saqué el abono del Bicing, el sistema de alquiler de bicicletas que el Ayuntamiento de Barcelona pone a disposición de los ciudadanos para el solaz y disfrute de, mayormente, la numerosa colonia de estudiantes de Erasmus y diseñadores gráficos de la ciudad. Pese a la habitual ausencia de frenos en los ciclos municipales, desde entonces la práctica totalidad de los trayectos internos dentro de Barcelona capital los hago sobre dos ruedas, y mi estadía diaria en los cada vez más numerosos carriles bici que recorren la ciudad me ha permitido adqurir una experiencia de campo inigualable a la hora de apreciar los ejemplares que allí habitan. Es un conocimiento que debe ser compartido, y por eso, hoy, en Fronteras, tenemos la Guía de la Fauna del Carril Bici.

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