Caminar sin rumbo: Atardecer veneciano

«Voy a tomar el barco del aeropuerto» es una frase que se puede decir en muy pocos sitios. Yo sólo conozco uno: Venecia. Llegué allí después de conducir 1.700 kilómetros entre San Marino, Italia, Eslovenia y el norte de Croacia. El vaporetto me depositó en los Fondamente Nove a las siete de la tarde de un día increíblemente caluroso y húmedo del mes de julio, diez horas antes del embarque del avión que me llevaría a Praga. Así que hice lo único que realmente podía hacerse con tan poco tiempo en la ciudad: caminar.

Cúpulas y campanile de la Basílica de San Marcos, vistos desde el vaporetto del aeropuerto

Caminar es un arte. Vagabundear sin rumbo, simplemente disfrutando de la experiencia. El paseo ocioso nace con la ciudad moderna, hace un par de siglos. En el París del romanticismo los caminantes indolentes recibían el nombre de flâneurs, tipos que vagaban por la geografía urbana, dejándose caer por los cafés, los parques o los bulevares simplemente viendo la ciudad pasar. Venecia se presta a la flânerie como ninguna otra ciudad de la Tierra. No hay un solo rincón de la ciudad que no sea varios órdenes de magnitud más bonito que el lugar de origen del turista, sea éste el que sea. Da igual si naciste en la Casa Batlló de Barcelona: Venecia te da de bofetadas.

El Cementerio de San Michele, visto desde la Isla de Murano

Salí de mi albergue en el Campo dei Gesuiti por el primer puente disponible, con la intención de llegar en algún momento a la Plaza de San Marcos, pero sin mirar el mapa, confiando en mi orientación y en los carteles que de vez en cuando indican la dirección a los lugares más relevantes de la ciudad. Pasear por Venecia es darse cuenta de que la ciudad no tiene ningún sentido. 118 islas, separadas por 160 canales, que son cruzados por 431 puentes. Su existencia es completamente absurda, y sin embargo ahí está, abrumando al visitante con su belleza, que parece ajena a este mundo. En cada esquina el paseante se ve asaltado por un nuevo estímulo de dopamina. Iglesias, monasterios, plazas, todos ellos increíbles y que serían el centro de cualquier otra ciudad de un tamaño similar, aquí se amontonan uno detrás de otro como los cuadros en la famosa pintura de David Teniers. Es una concentración tan brutal de urbanismo y arquitectura únicos en el planeta que es difícil cerrar la boca del asombro.

La Basílica de San Giorgio Maggiore, vista desde el otro lado del Gran Canal

Mientras camino sin un rumbo claro el sol se va poniendo lentamente y los edificios adquieren una tonalidad dorada. En algunos fondamenti (muelles, o calles paralelas a un canal) los gondolieri esperan a sus clientes: turistas con suficiente dinero para dejarse cien euros en un paseo de media hora. Yo no lo haría. Pero claro, yo no estoy enamorado. No juzguéis y no seréis juzgados, dice la biblia. Aquí y allá parejitas en la primera mitad de la veintena cenan sándwiches y vino blanco de supermercado a tres euros la botella sentados al borde del agua. No suelo envidiar a nadie, pero reconozco que a ratos me gustaría ponerme en su lugar. No por la edad, ni por la belleza (todos, ellos y ellas, me parecen guapísimos), sino por la absoluta despreocupación que desprenden. Yo tenía pensado cenar en algún restaurante bonito junto a un canal, pero un grupo de chavales con las piernas colgando al borde de un muelle y compartiendo entre risas una botella de Lambrusco me hacen cambiar de opinión. Así que me acerco a un Spar, me compro dos bolas de mozzarella y un paquete de prosciutto crudo y me los ceno en las escaleras de un embarcadero viendo pasar a otros miles de turistas como yo, tratando de averiguar de dónde vienen.

Una parejita comparte la mejor de las cenas cutres al borde de un canal veneciano. Quién para

Creo sinceramente que Italia es el mejor país del mundo entero. Algún día desarrollaré esa idea, que leí por primera vez al periodista Jordi Pérez Colomé hace casi una década. Venecia en agosto es a la vez el peor y el mejor sitio para pensar algo así. La ciudad es absolutamente apabullante, pero la abrumadora presión turística y la orientación de la práctica totalidad de los negocios a los treinta millones de visitantes anuales que recibe hacen que la experiencia no sea tan espectacular como podría llegar a ser. Por otro lado, ¿qué turistas sobran en Venecia? ¿Sólo los cruceristas? ¿Los que gastamos lo justo? ¿Los que pasan con el prosecco y acaban vomitando en el Gran Canal? ¿Los que no duermen en la ciudad (aproximadamente la mitad)? ¿Es justo que algo como Venecia sólo exista para los exiguos 50.000 venecianos que residen en la laguna? Convertir Venecia en una ciudad cerrada al estilo ruso es imposible; la única posibilidad, ya planteada en varias ocasiones, es cobrar la entrada. Pero, ¿cuánta gente en realidad va a dejar de pagar, pongamos, veinte euros, treinta, cincuenta, por visitar un lugar como Venecia?

Si esto fuera un cuadro lo titularía Conversación casual con increíble trasfondo

Tras unas cuantas vueltas probablemente innecesarias pero igualmente agradables llegué a mi primer destino del crepúsculo, la Plaza de San Marcos. Decir «Venecia Crepuscular» es básicamente un pleonasmo. Desde que tengo memoria la ciudad está a punto de hundirse y a la mayoría de edificios les haría bien una mano de pintura. La Acqua Alta, las mareas que inundan buena parte de la ciudad la mitad del año, es cada vez más frecuente. Venecia es provisional. Pero es una sensación falsa. Venecia está literalmente sostenida por pilotes de madera, decenas de millones de ellos sobre los que se apoya el peso de todas las iglesias, edificios y torres de la ciudad; enterrados hace siglos en el fango pantanoso bajo las islas hasta alcanzar el Caranto, la roca madre bajo la laguna. Con tiempo suficiente la madera de arce se acaba petrificando y adquiriendo una dureza indestructible. Venecia parece frágil pero caminando por muelles de seis siglos de antigüedad la verdad es que es difícil creérselo.

Una torre cualquiera en un canal cualquiera, fotografiada desde un puente cualquiera. Because Venecia

Ciento veintiún años y dos días antes de que yo me plantara allí con mis zapatos increíblemente inadecuados a hacerle fotos, el Campanile de San Marcos se derrumbó sobre sí mismo. No hubo víctimas y los daños causados a la plaza fueron mínimos, pero fue igualmente una tragedia: es el símbolo de la ciudad. Lo reconstruyeron, en palabras del alcalde de la época, dov’era e com’era: Como era y donde estaba. Les llevó una década, hasta el día de San Marcos de 1912. 3.700 pilotes de madera y algo más de un millón de ladrillos fueron necesarios para levantar una réplica exacta de la torre que había empezado a construirse en el siglo X. Sigue siendo el símbolo de la ciudad, pero no es más que eso, un símbolo, la foto para la postal. No es exponencialmente más grandiosa que cualquier otra plaza de la ciudad; es un anticlímax curioso, teniendo en cuenta que, en términos absolutos, es un lugar espectacular. Pero Venecia es como es, y cuando uno llega a San Marcos después de vagabundear hora y media por callejas y canales, casi parece otro lunes más en la oficina.

En Barcelona no tenemos una sino dos de estas. Chínchate, Italia

Una cosa muy divertida de Manhattan es que incluso sin haberla visitado es extremadamente fácil orientarse. «34 con la Quinta» es una dirección extremadamente fácil de ubicar en un mapa mental, y no hace falta ni siquiera abrir el móvil para saber cómo llegar hasta allí desde cualquier parte de la ciudad. Venecia es exactamente al contrario. Los carteles señalizan sin demasiado sentido para el lego lugares llamados Campo, Campiello, Sestiere, Fondamenta, Salizada, Borgoloco, Parochia, Calle, Sotoportegio, Ruga, Rugheta, Ramo o Rio. Oficialmente las direcciones postales en Venecia consisten en el barrio (Sestiere) y el número de casa, y sólo alguien que se conozca de memoria la distribución aleatoria de los números puede orientarse o repartir el correo. Para facilitar un poco las cosas a los foráneos, los números, que son los mismos y siguen sin ser correlativos, se acompañan del nombre de la calle, campo (plaza, básicamente: la única Piazza de Venecia es San Marcos), campiello (plaza pequeñita), ruga (variante local de la palabra francesa Rue, herencia de la dominación napoleónica), fondamenta o lo que corresponda. De todas maneras, lo más divertido de Venecia es perderse.

«Regione del Veneto, Repubbica Italiana, Continente Europeo, Planeta Terra»

Cae la noche sobre la ciudad. Según Google, cuando a las doce y media de la noche me derrumbe agotado sobre el jergón del albergue con baño compartido habré caminado 10 kilómetros en 5 horas, pero a mi me parecerán más. Más kilómetros y más horas. Trato de llegar al puente de Rialto un par de veces, pero en ambas ocasiones acabo regresando involuntariamente a San Marcos, así que me rindo y tiro de Google Maps. Son casi las once de la noche y en el puente la vida bulle como si fueran las once de la mañana. Llama mucho la atención lo sorprendementemente elegante que viste la gente, especialmente tratándose de un enclave turístico de primer orden a nivel mundial (es decir, hay muchos ingleses y norteamericanos). Pantalones largos, mocasines y camisas remangadas ellos, faldas y vestidos ellas. No hay bermudas, chanclas con calcetines, camisas floreadas, leggins de gimnasio ni camisetas sin mangas. La gente sale a cenar arreglada. Estamos en Venecia y hay que estar a la altura. El que da la nota soy yo, claro, que llevo seis días viajando únicamente con el equipaje que cabe en una mochila escolar gracias a la política adoptada por todas las aerolíneas low cost de cobrar más por la maleta de mano que por el billete de avión

Hay un selfi en mi selfi. El metaselfi

Al otro lado de Rialto la estampa cambia bastante. Calles prácticamente vacías, negocios cerrados y venecianos regresando a sus casas a paso rápido. Me dedico a vagabundear buscando el Puente de la Constitución, el más reciente de los cuatro que cruzan el Gran Canal. Fue diseñado por el inefable Santiago Calatrava; para sorpresa de nadie, tuvo un sobrecoste del 200%, el diseño inicial no contemplaba su uso por personas con movilidad reducida y hubo que cambiar el suelo en menos de 15 años porque los días de lluvia la gente se resbalaba y se dejaba el costillar contra los escalones. Calatrava gonna calatrav. Como camino sin mirar el mapa, me pierdo una docena de veces, pero aunque debería no tengo prisa ninguna así que simplemente exploro callejón tras callejón, puente tras puente y canal tras canal, cruzando de vez en cuando un campo donde la chavalada venida de medio mundo come pizzas para llevar y bebe vino barato. Cruzo el puente calatravesco a eso de medianoche, con los pies doloridos (ya he mencionado lo espectacularmente inadecuado de mi calzado, ¿verdad?) y mucho sueño.

En otras ciudades esto es una invitación a huir en dirección contraria, pero Venecia es Venecia

En la última media hora de mi periplo veneciano caminé casi todo el rato junto a varios canales. Cruzando un puente pasó por debajo de mi una lancha en la que tres chicos y tres chicas bailaban música dance italiana (Gabry Ponte, para los connaiseurs). En 1817 el escritor Henry Beyle padeció un episodio de mareos y taquicardias mientras visitaba Florencia; el suceso se hizo tan famoso que siglo y medio más tarde acabó dándole nombre a una condición psicológica: el síndrome de Stendhal. Yo no llegué a tanto, pero la verdad es que escuchar el bombocaja y la melodía noventera de Geordie junto a los canales de Venecia me hizo sentir cierta armonía con la vida, el mundo y el universo. Esa sensación desaparecería mientras intentaba sin éxito dormir dos o tres horas en una cama empapada de mi propio sudor antes de subirme al barco de las 4:30 hacia el Aeropuerto Marco Polo, pero el resto del camino hasta allí lo hice sonriendo melancólicamente, feliz. Venecia siempre estará en mi lista de lugares a los que volver.

Una chica observa con cierta melancolía el Gran Canal, frente a la iglesia de San Simeón Piccolo

 

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13 respuestas a “Caminar sin rumbo: Atardecer veneciano

  1. cob 7-agosto-2023 / 1:14 pm

    Uff! Qué ganas de volver… muchas gracias, Diego.

  2. Mauro Vásconez 7-agosto-2023 / 4:33 pm

    Sin duda, Venecia es una hermosa ciudad, creo que es la única en el mundo, en su género. Nuestro líder espiritual y socio organizativo, Padre Antonio Polo Frattín, es oriundo de esa ciudad, por eso lo tengo siempre presente a esa ciudad de Italia. Saludos Diego desde Ecuador …!!

  3. isaacmartinviana 7-agosto-2023 / 8:18 pm

    Pasear sin rumbo por Venecia, a ser posible lejos de las zonas más turísticas, es mi actividad favorita en la ciudad delos canales, hasta extremos que rozán la obsesión.
    Me ha encantado leer tu entrada y ver que no estoy solo en mis rarezas.

  4. Víctor R 7-agosto-2023 / 11:36 pm

    Que cosa tan hermosa. Que narración tan bien hecha.

  5. Matias ND 8-agosto-2023 / 3:07 am

    Cada día me sorprendo más con tu habilidad con la narración, y anhelo poder narrar en mi blog, apenas una décima parte de lo bien que lo haces en el tuyo.

  6. Marius 9-agosto-2023 / 6:41 am

    Excelente entrada a tu blog, como siempre, nos atrapas con tu narración y nos haces sentir como si estuvieramos allá.

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