Una de mis aficiones en mis ratos libres es trastear con Skyscanner o Escape y su maravillosa búsqueda de vuelos a «cualquier lugar» ordenados por precio. A finales de 2021 decidí que 2022 iba a ser el año en el que viajara todo lo viajable, pero, dado que mi economía tampoco permite demasiados excesos, la condición es que el importe del viaje sea el menor posible. Así que a menudo me dejo guiar por el algoritmo de precios de las aerolíneas y me compro un vuelo literalmente al destino más barato disponible. En el caso del segundo fin de semana de abril del año pasado, el destino más barato era Podgorica, capital de Montenegro. 27 euros me separaban de la que según el Mapache Loco de las Banderas es la capital más fea de Europa. Ya llegaremos al punto en el que le doy o quito la razón. Spoiler: se la quito, pero porque se quedó corto. El caso es que por menos de lo que cuesta invitar a alguien a cenar en un McDonald’s podía pasar unos días en la antigua Yugoslavia, así que le entregué mis dineros a Ryanair y me dispuse a añadir varios países nuevos a mi colección de cromos.

El plan de viaje incluía visitar tres ciudades: Kotor, Dubrovnik y Podgorica, localidad esta última que los que hemos tenido la suerte o la desgracia de visitar alguna vez llamamos «Podgóritzsa» como si hubiéramos nacido en el mismísimo Belgrado, para que se note que hemos estado allí y nos hemos empapado de la pronunciación local. La primera parada fue Kotor, ciudad definida una y otra vez como «la joya escondida del Adriático» o cualquier variación sobre el mismo concepto. Un poco como cuando a cualquier ciudad centroeuropea con cuatro canales mal hechos la llaman «la Venecia del Norte». Tras recoger un Dacia de color indefinido en la Avis local (3 días, 50 €, viajar fuera de temporada es una cosa) me lancé al sistema de carreteras montenegrino, que no tiene nada que envidiarle al de, por poner un ejemplo, Guinea-Bissaú.

En realidad Montenegro son dos países, que a veces parece que vivan de espaldas el uno al otro. Por un lado la costa, veneciana, europea, cosmopolita y latina, y por otro lado el interior, serbio, ruso, cirílico y ensimismado. El país alcanzó su independencia en una fecha tan cercana como junio de 2006, tras un referéndum con un ajustadísimo resultado, en el que el 55,5% de los montenegrinos respaldaron la independencia, apenas un par de miles de votos por encima del umbral del 55% acordado con Serbia y con la Unión Europea para dar validez al resultado. El plebiscito, que se celebró por una vez sin incidentes, fue una disputa entre los que se sentían emocional y culturalmente ligados a Serbia y los que querían quitarse de encima lo que percibían como un lastre, un estado cada vez más irrelevante internacionalmente, preso de su alianza con Rusia, y humillado una y otra vez desde principios de los noventa pese a la tremenda violencia desplegada contra sus vecinos. Montenegro había sellado su unión con Serbia por última vez en el referéndum de 1992, al inicio de las guerras yugoslavas, y los independentistas consideraban (y consideran) que aquello no trajo nada bueno. Los unionistas, por su parte, alegaron los lazos históricos y económicos con Serbia, y el apoyo de la Unión Europea a la continuidad de la federación. De hecho, los unionistas usaban la bandera de la UE en sus mítines. Al final se impusieron los primeros, que son, hoy, los que quieren entrar en la Unión Europea, de momento sin demasiado éxito.

Hay dos maneras de llegar de Podgorica a Kotor, la buena y la que te indica el GPS. Yo, por supuesto, escogí la segunda. Bueno, no la escogí, simplemente seguí las instrucciones del coche. Ha que decir que el trayecto indicado por mi Dacia incluía una de las carreteras más escénicas que nunca haya recorrido, con las vistas más espectaculares de Europa Oriental: espejeantes lenguas de mar adentrándose entre enormes montañas bajo un cielo intensamente azul. O eso es lo que habría visto si no hubieran sido las diez de la noche. Lo que yo vi fue una carretera sin iluminación más estrecha que el pasillo de mi casa, rodeada de negrura y poblada por una sucesión infinita de curvas capaces de hacer vomitar a una cabra. Según Google Maps la carretera se llama «Serpentina de Kotor«, y cada cien metros o así hay un lugar etiquetado como «Vista Panorámica«, «Mejores Vistas de Kotor» o «Dioses del Cielo, Si No Hubieras Venido De Noche Habrías Tenido Un Stendhalazo De Los De Llamar A Una Ambulancia Pero Claro Ahora Sólo Tienes Náuseas». En todo caso, yo dediqué media hora larga a recorrer apenas diez kilómetros de carretera, sin que, por suerte, me cruzase con absolutamente nadie. Viajar fuera de temporada, decía, es una cosa.

En Kotor me alojé intramuros del centro histórico por algo menos de lo que cuesta un menú del día en Barcelona. Me remito a la última frase del párrafo anterior. La ciudad de Kotor tiene apenas doce mil habitantes, lo que no le impide formar parte del top 10 de ciudades más pobladas de Montenegro, un país habitado por poco más de 600.000 personas. La existencia de la ciudad se debe al accidente geográfico conocido como Bocas de Kotor, una ría natural bendecida por la geografía cuando se trata de defenderse de un ataque desde el mar. La ciudad existe desde el siglo II antes de nuestra era, y durante el medievo cambió de manos entre búlgaros, serbios, bosnios y húngaros en numerosas ocasiones, pero lo que le otorgó su carácter casi único fue la pertenencia a la República de Venecia entre los siglos XV y XVIII. Estrechas callejuelas empedradas, con elementos romanos, bizantinos y venecianos, rodeados por unas murallas del siglo XII tan perfectamente conservadas que todo el conjunto fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1979, ocho años antes que, por ejemplo, la Acrópolis de Atenas o la Torre de Pisa.


Mi primera mañana en Montenegro comenzó de forma más bien abrupta cuando el campanario situado justo enfrente de mi ventana comenzó a repicar histérico a las siete de la mañana, Callejear por Kotor es la clásica delicia europea, con el añadido de que las ubicuas cuestas y escaleras hacen completamente imposible el tráfico rodado. Únicamente carromatos tirados a mano y algunas carretillas quebraban la absoluta paz del lugar. Aprovechand el involuntario madrugón y que parecía tener la ciudad entera para mi, decidí subir en completa soledad los 1.350 escalones hasta la fortaleza de San Juan, en lo alto de la montaña del mismo nombre. 270 metros de desnivel a lo largo de poco más de un kilómetro, o sea, una pendiente media del 27%, aproximadamente. Me quité el abrigo a los cien metros y el jersey a los doscientos. Me bebí la botella de litro y medio de agua antes de llegar arriba. Bien pensado, es como subir un rascacielos de 70 plantas. Lo peor, como sabe cualquier aficionado al senderismo, fue la bajada. Las agujetas montenegrinas me duraron hasta Barcelona.



La vida cotidiana en Montenegro para el turista españolito es bastante cómoda, para empezar porque el país tiene como moneda oficial el Euro ya desde antes de la independencia, y para seguir porque fuera de los circuitos turísticos la vida es extremadamente barata. La historia montenegrina desde la última de las guerras yugoslavas (la de Kosovo en 1999) es un permanente tira y afloja entre la cercanía con sus vecinos serbios y la necesidad vital de meter la mayor distancia posble con ellos. El Partido Socialdemócrata (DPS), que gobernó el país desde la II Guerra Mundial (con el nombre de Liga de los Comunistas de Montenegro) hasta 2020, es un ejemplo de esa dinámica: poco a poco fue virando de las posiciones proserbias hacia el nacionalismo montenegrino, y ni siquiera le hizo falta cambiar de dirigentes, las personas que mandaban a mediados de los noventa seguían mandando cuando llegó la pandemia. Entre medias la independencia. Se proclamó el 3 junio de 2006, y los parlamentos de ambos países, Serbia y Montenegro, la ratificaron el día 5. Cuatro días más tarde comenzó el Mundial de Alemania, al que Serbia y Montenegro se había clasificado. Por primera y única vez en la historia una selección de un país inexistente jugó un campeonato mundial de fútbol (perdió, eso sí, los tres partidos).


Por la tarde, y una vez recuperado de la escalada matutina, me dediqué a callejear hasta que llegó la hora de dar un paseo en barco. Por unos vente euros me subí junto con otros seis guiris a una lancha que nos llevaría hasta una cueva en mar abierto y a una base de submarinos, disfrutando por el camino de las espectaculares vistas de las Bocas de Kotor. El piloto de la embarcación era un veinteañero que conducía aquello como un gorila ciego de anfetaminas en pleno brote psicótico. Según nos acercábamos a mar abierto el oleaje era cada vez más violento, por lo que los brincos de la lancha traspasaron la línea entre lo inquietante y lo absolutamente aterrador. Ante los alaridos de las dos parejas de británicos de la proa, que parecía que se iban a partir la columna y/o a salir volando en el próximo salto, la única respuesta del enajenado mental del timón era reirse como un lunático y aullar repetidamente «Everything is good!» como un mantra. Yo, sentado cómodamente en el asiento del copiloto y agarrado a la barandilla, sólo podía compadecerme y explicarle por señas al grumente demente que los guiris de la proa tenían toda la pinta de ir a echar la cicvara del mediodía por la borda, sin que me hiciera el menor caso.




Vídeo increíblemente cutre y poco profesional de la entrada a la Cueva Azul

Por la noche decidí visitar Tivat, un resort vacacional para ricos, una especie de Puerto Banús adriático con su muelle para yates, sus apartamentos a precios desorbitados y sus bares de moda con gente guapa y armarios roperos calvos y malencarados hablándole al puño de su camisa. Hasta 2019 el aeropuerto de Tivat era el de mayor tráfico de Montenegro, y más de la mitad de sus pasajeros venían de alguno de los tres aeropuertos de Moscú. Mientras Podgorica ya ha recuperado los niveles de tráfico prepandemia, Tivat sigue por debajo del 50% debido a la guerra de Ucrania. Entre eso, y que la temporada de verano estaba todavía bastante lejos, tenía prácticamente todo el lugar para mi. Paseé por la Marina desierta entre yates y edificios de apartamentos de lujo tan recientes como vacíos hasta que encontré un milagro: una librería abierta un viernes a las 10 de la noche, con una pequeña sección de libros en inglés. No podía dejar pasar la ocasión de malgastar innecesariamente mi dinero así que me fui de allí con un ejemplar de algún thriller policiaco de los que no requieren el uso del cerebro.

Esa misma noche, y para mantener el viaje dentro de los parámetros low cost, decidí cenar de supermercado. Para hacerse una idea de lo barato que es el país, en un 24 horas cerca de mi hotel pero fuera de las murallas había comprado comida para los tres días (embutidos, leche, café soluble, yogures, fruta, pan, agua mineral, cocacola, esa clase de cosas) y realmente me costó procesar el precio de todo ello: 12 euros en total. Los yogures, por ejemplo, costaban menos de 10 céntimos cada uno, unos precios que en España no vemos desde antes de dejar de utilizar la peseta. Tras la frugal cena y un paseo nocturno por la ciudad completamente desierta, me metí en mi litera: al día siguiente conocería mi país número 25: Croacia.

Continuará. Si mientras tanto quieres entretenerte un rato con viajes a sitios raros o no tan raros aquí tienes material de lectura:
Europa Low Cost: Nápoles
Baarle, el pueblo de las mil fronteras
Cosas que hacer en Europa cuando estás muerto… de frío
Por qué nunca volveré a Liechtenstein
Seis meses española, seis francesa: la isla de los Faisanes
Hola,
Gran artículo, como de costumbre. Con auténtica sana envidia de seguir tus planes turísticos (excepto las maravillosas «vistas» nocturnas del camino).
Respecto al blog de al lado, el Sr. Mapache sigue activo en sus redes sociales (eso es bueno), pero ya no paga por el dominio personalizado (eso no es tan bueno). El punto aquí es que su blog todavía existe, pero se accesa desde su nombre de pila: blogdebanderas_wordpress_com
Saludos
Llegeixo això una mica amb la llagrimeta i somriure d’idiota, perquè la meva costella és de Kotor i he passat moltes vacances per aquí. El que dius retrata molt bé el panorama local. La gent de Kotor i els voltants són molt mediterranis, poden ser exageradament acollidors o molt malcarats (funcionaris públics, etc). Algunes carreteres de vora de Kotor semblen impossibles. Passes una hora al volant i bàsicament avances en vertical, perquè la distància horitzontal és misèria. I la conducció temeraria és el pa de cada dia. Testimoni d’això és que cada 10 metres de carretera i ha alguna creu, flors o alguna plaqueta. Déu n’hi do, companys.
Lo de los 12 años mentales…¿metiste el Dacia en una de éstas?
https://bs.m.wikipedia.org/wiki/Autoput
Como siempre, muy buen artículo, espero con ansias la siguiente parte y poder ver el porque es tan mala la capital montenegrina.
Respecto a la participación de Serbia y Montenegro en Alemania 2006, decir que es la único país inexistente en jugar un Mundial es cierto, dependiendo de si consideramos a la colonia de las Indias Orientales Neerlandesas (hoy Indonesia) como país o no.
A mi me gusta decir que si lo es, para que ambas selecciones puedan tener un récord.
“Me lancé al sistema de carreteras Montenegrino. Que no tiene nada que envidiarle al de, por ejemplo, Guinea-Bissau”.
Por Odín. Lo que estallé al leer eso no tiene nombre. Cómo extrañaba esta prosa tan propia del gerente de este maravilloso espacio fronterizo. Gracias eternas Diego
Por cierto, francamente, sos muchísimo mejor fotógrafo que camarógrafo. Comprobado científicamente
«un poco como Singapur pero en amateur», tu lo has dicho, se extrañaba esta prosa.
Excelente entrada, por poco escupo el café un par de veces, me has sacado una gran sonrisa. Estaré esperando la siguiente parte cuando llegues a lo de Podgorica.