Europa Low Cost. Viajes por poco dinero alrededor del continente. Capítulo 1: Nápoles

El túnel era tan angosto que la claustrofobia empezaba a manifestarse nada más entrar. A los cincuenta metros de recorrido se estrechaba aún más. Yo ya me había quitado la mochila antes de entrar, y también el abrigo, pese al frío y la humedad que reinaban en aquellas tinieblas, cuarenta metros por debajo del casco histórico de la ciudad. En un momento dado ya no pude avanzar. Los menos de cuarenta centímetros de anchura del pasadizo simplemente no eran suficientes para mi constitución, ejem, amplia. Así que hice lo que habría hecho cualquiera: entrar en pánico. Pero antes de contar qué sucedió después, habra que explicar qué demonios hacía allí. Hoy en Fronteras: Nápoles.

¿Claustrofobia yo? ¿De qué?

Trabajo en una empresa que tiene su sede en Irlanda. No por temas de impuestos, o no sólo, sino porque el hombre que la fundó vivía allí por entonces. Pero un italiano del sur en Irlanda es como un reloj de oro en la muñeca de un turista en Las Ramblas de Barcelona: dura poco. Así que acabó volviéndose a su Nápoles natal, y es allí donde una vez al año se celebra la convención general de la compañía. Como era inevitable, aproveché la circunstancia para adelantar mi llegada unos días y conocer la capital de la Campania, una ciudad que un compañero de trabajo definió como «Tetuán con espaguetis».

Uno de las cosas que más se mencionan al hablar de Nápoles es el tráfico. Los adjetivos más utilizados son «caótico» y «endiablado», pero ambos se quedan cortos. La lengua franca en el resto del mundo es el inglés, en Nápoles es el bocinazo. Los napolitanos conducen como enajenados mentales en pleno brote psicótico, las señales de tráfico son en el mejor de los casos orientativas (y casi siempre puramente decorativas) y el tráfico probablemente deja a El Cairo como una ciudad ordenada y formal. Y sin embargo dentro de ese ruidoso caos existe un orden; hay patrones que seguir y normas no escritas que una vez intuídas permiten sobrevivir a la jungla de asfalto y específicamente a la actividad más peligrosa que jamás me haya visto obligado a realizar: cruzar un paso de cebra.

Nápoles a los pies del Vesubio, vistos desde el Castel Sant’Elmo

He visto soldados desembarcando en Normandía en 1945 arriesgar sus vidas mucho menos que cualquier peatón intentando cruzar un paso de cebra napoilitano. Estudiando a los locales, averiguamos cuál era el truco para salir con vida del envite. Igual que los perros, los conductores napolitanos pueden oler tu miedo. La única manera de cruzar un paso de peatones es no mostrar miedo. No dudar. Comportarse como si uno fuera inmortal, en suma. En el resto del planeta establecer contacto visual suele provocar una corriente de empatía entre el conductor y el peatón, que hace a aquel cederle el paso a éste. En Nápoles no: en Nápoles establecer contacto visual es de cobardes turineses o lombardos, gentuza indeseable, tifosi de la Juve o del Milán. La única manera de cruzar es no mirar. Uno llega al paso de cebra y pone el primer pie, y luego el otro, y espera que los conductores se detengan, o por lo menos maniobren para esquivarle. Y se produce el milagro. Casi siempre, al menos. Una vez dominada la depurada técnica de amagar con suicidarse una y otra vez, se puede pasar al siguiente nivel: cruzar por cualquier lado, con o sin paso de cebra, sin importar el color de los semáforos, o su mera existencia. Eso distingue a un auténtico napolitano del turista ocasional. 

Vista de la Plaza del Plebiscito, con la Basílica de San Francisco de Paula al fondo

La sensación general de Nápoles cuando uno pasa un par de días caminando por la ciudad es conradictoria. Es difícil encontrar en Europa occidental una ciudad con un aspecto tan decadente, y simultáneamente tan vibrante, Hay muy pocos edificios por toda la ciudad que no tengan los dos primeros metros de altura cubiertos de grafitis, por la noche la suciedad se acumula en las calles y a cualquier bloque de viviendas le hacen falta una o dos manos de pintura. La sensación de informalidad e irregularidad se complementa con la facilidad para presenciar trapicheos con drogas a plena luz del día (para más información sobre el tema, leer Gomorra, de Roberto Saviano). Pero las calles están vivas y rebosantes de gente todo el rato, hay una terraza donde sentarse a comer una pizza cada veinte metros y para el guiri de fin de semana la sensación no es de inseguridad sino de pintoresquismo.

Nápoles no es un escaparate para turistas, y eso la hace especial, o al menos diferente. Más allá de sus monumentos típicos (el Duomo, la vaticaniana Plaza del Plebiscito, el Castillo del Huevo y demás), lo que más llama la atención de Nápoles es precisamente aquello que no está hecho ni mantenido para el turista. De todo lo que vimos en la ciudad lo que más recordaremos fueron los Quartieri Spagnoli, llamados así porque se construyeron originalmente para las tropas de los reinos españoles en los siglos XVI y XVII. Hoy son lo más parecido a la Ciudad Amurallada de Kowloon que se puede encontrar en Europa: callejones mayormente oscuros, estrechos y húmedos situados entre edificios destartalados de siete u ocho plantas y ropa tendida de una fachada desconchada a otra, pero también innumerables muestras de arte vecinal en cada esquina, pequeños restaurantes por doquier, coloridos murales, fruterías y, por supuesto, altares, omnipresentes altares.

Una calle en los Quartieri Spagnoli, con el Vesubio al fondo

No hay un solo rincón de Nápoles que no tenga un pequeño altar o alguna hornacina dedicado a un santo, a un Cristo o a una Virgen. Iluminados con LEDs y neones de colores y adornados con flores de plástico, son un elemento más de los Quartieri que contribuye al pintoresquismo general del barrio y de la ciudad, como las esquelas pegadas en cada esquina, los vespinos con cuatro pasajeros lanzándose a velocidades suicidas entre el gentío o las banderolas del SSC Napoli, el equipo de la ciudad. Es precisamente el fútbol el que le ha dado a Nápoles su santo más popular y su mayor deidad: Diego Armando Maradona

Algunos de los infinitos altares y hornacinas que se encuentran por toda la ciudad

Andrés Calamaro cantó hace un cuarto de siglo «Maradona no es una persona cualquiera, […] es un ángel y se le ven las alas rotas, es la biblia junto al calefón«. En una ciudad como Nápoles, tan dada al culto público y a lo kitsch, Maradona es simultáneamente Dios, mártir, santo y rey, y como tal, recibe homenajes repletos de iconografía religiosa. La rivalidad futbolística entre el Norte y el Sur de Italia es fundamentalmente la misma  que existe en el mundo real; el Pelusa llegó en 1984 al Nápoles, un equipo que nunca había ganado un solo Scudetto en toda su historia, y lo convirtió en bicampeón, además de ganar también el primer título internacional del club. Se negó, además a ser fichado por el Milán de Silvio Berlusconi, pero sobre todo permitió a un club del Sur pobre competir de tú a tú con los todopoderosos equipos del norte del país. Cuando Maradona llegó a la ciudad, todos los títulos de campeón de Liga menos tres (Roma, Lazio y Cagliari) se los habían llevado los equipos del Norte. No es que la cosa haya cambiado mucho desde entonces, honestamente; el dominio de Juve, Inter y Milán sigue siendo abrumador, pero al menos los napolitanos pudieron soñar. Mientras estábamos allí el Nápoles rindió visita al otro equipo de la Campania en la Serie A: la Salernitana, que pelea por no descender. Cada uno de los dos goles que marcaron los celestes se sintió como un terremoto en el barrio; rugidos que en otros lugares reservamos para finales de Champions. En el momento de publicarse estas líneas el Nápoles es líder de la liga, con 13 puntos de ventaja sobre el segundo. Si acaba así la competición, será la primera vez que un equipo distinto de Juve, Inter o Milán gana el Scudetto desde que Lazio y Roma encadenaron dos títulos en 2000 y 2001.

El mural más conocido dedicado a Maradona fue pintado en 1990 y restaurado dos veces desde entonces. Está en lo alto de los Quartieri Spagnoli y es en si mismo una atracción turística de primer orden

Entre los imprescindibles cuando se visita Nápoles está comer pizza. Mucha. Esto es válido para casi cualquier ciudad italiana, pero en Nápoles la pizza también es una religión. En la puerta de los locales más famosos de la ciudad se apelotonan los turistas y los locales mezclados en armonía (o en el caos semiorganizado que en Nápoles se conoce como tal), esperando a que quede libre alguna de las mesas. En la Via Toledo, pedirse una pizza frita para llevar es un must para guiris que nosotros, por esta vez, decidimos saltarnos. En su lugar nos fuimos al Gambrinus, junto a la Plaza del Plebiscito, el café más conocido de la ciudad (tiene su propia entrada en Wikipedia). Allí nos pedimos un par de Sfogliatelle, un dulce típico napolitano de hojaldre relleno de requesón. Hay repúblicas bananeras caribeñas que producen menos azúcar en un año que la que lleva una única sfogliatella. Si quisiéramos hacer como los de Sinazucar.org y fotografiar el bollo con su equivalente en terrones de azúcar al lado, necesitaríamos alquilar la nave donde la Boeing fabricaba el 747. Tan dulce era aquello que a punto estuvimos de acabar como Meg Ryan en Cuando Harry encontró a Sally.

La energía presente en el average Sfogliatelle permitiría a un Airbus A380 recorrer la distancia entre Dubái y Tokio sin problemas. En castellano Sfogliatelle se traduce como «muerte por hiperglucemia»
El perpetrador de estas líneas disponiéndose a deglutir en treinta segundos una pizza napolitana. Que puede que la receta no sea la de la Pizza Napolitana, pero esta seguro que lo era

A tiro de tren de Cercanías desde Nápoles está Pompeya. Desde la estación de Plaza Garibaldi son poco más de 40 minutos de gozosa contemplación del Vesubio a un lado y de la Costa Amalfitana por el otro. Incluso en un día gris, lluvioso y desagradable como el que nos tocó a nosotros es un viaje que merece la pena hacer. Y eso antes de llegar a la excavación arqueológica. Pompeya tiene casi cien hectáreas de superficie, que viene a ser un kilómetro cuadrado. Puede no parecer mucho, pero da para horas y horas de caminatas por el viejo pavimento romano. Hay muchas guías de Pompeya con minuciosas descripciones de cada casa y rincón del parque, así que no haré recomendación alguna, pero sí que diré que encontramos lo que íbamos buscando, que es lo mismo que cualquier adolescente gótico de 18 años busca en Internet: Porno y cadáveres.

Estatua de Príapo en la casa de los Vettius. Por si alguien no entendía lo del Priapismo matinal

Uno puede ir a Pompeya a tiro hecho, o, como nosotros, ir paseando y simplemente asombrándose con cada nuevo descubrimiento. Estuvimos más de cinco horas pateando la ciudad y nos dejamos mucho por ver. Una semana antes de nuestro viaje había reabierto la Casa de los Vettius, mencionada en todas partes como un templo del erotismo, pero no es el único lugar donde los antiguos pompeyanos decoraron las paredes con el equivalente romano del Playboy. No muy lejos de allí está el Lupanare, cuyo nombre, honestamente, es suficientemente explicativo.

Frescos recién restaurados en la casa de los Vettius
Otra representación de Príapo y su extraordinario badajo. En realidad el mito griego (el más conocido, al menos) consiste en que Príapo fue maldecido por Hera (esposa de Zeus) con semejante anaconda, por ser su existencia fruto del adulterio de Afrodita con Adonis. Ríete tú de los culebrones venezolanos de sobremesa

Sobre los cadáveres, poco se puede decir que el lector medio de este blog no estudiara durante la primaria. En total se han recuperado más de mil cadáveres en la ciudad, gracias a la técnica de rellenar, primero con yeso y más tarde con resina, los ocasionales huecos que durante las excavaciones arqueológicas se encontraban en las cenizas solidificadas. Mirando los restos uno se pregunta qué quedará de nosotros dentro de dos mil años. La respuesta es probablemente nada en absoluto, ni tan solo el recuerdo. Pompeya también fue olvidada durante mucho, mucho tiempo. Después de la erupción del año 79 fue pasto de saqueadores; por entonces los tejados de los edificios eran visibles sobre la piedra y la ceniza. Pero el paso de los siglos y sucesivas erupciones hicieron desaparecer los restos bajo metros y metros de desechos, y la ciudad fue olvidada salvo en la toponimia: el área pasó a ser conocida como La Civita. El último registro escrito en el que aparece en la antigüedad es la Tabla Peutingeriana, del siglo V.

Desde lo alto de esos piedros veinte siglos os contemplan, diría Napoleón si hubiera estado aquí
La Vía de Mercurio de Pompeya y un señor de mediana edad haciendo el mongol, vistos ambos desde la Torre del mismo nombre. O sea, Mercurio. No mongol.

Durante más de mil cien años no se supo absolutamente nada de Pompeya hasta que en 1592 el  arquitecto Domenico Fontana se topó con las paredes de varios edificios mientras excavaba un acueducto. No dijo nada, y no fue hasta 1693 cuando por fin se supo que los restos de la zona todavía conocida como La Civita pertenecían a la antigua Pompeya (la moderna Pompeya no existiría hasta 1891). Las excavaciones continuaron bajo el dominio español de Nápoles y fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando se inició el rellenado de los moldes de las víctimas del volcan. Hoy en día entre Pompeya y Herculano se han recuperado los restos de más de 1.500 personas de las veinte mil que llegaron a vivir entre ambas localidades.

Algunos de los restos humanos mejor conservados, expuestos en urnas. La mayoría de los muertos fallecieron en una nube piroclástica, un alud de piedra ardiente y gases a más de 300 grados de temperatura que golpeó Pompeya horas después de la erupción mientras los supervivientes de la primera oleada intentaban huir. Generalmente sus muertes fueron instantáneas, por suerte para ellos y para nosotros.

«Diego, exactamente, ¿en qué punto del texto vas a retomar la historia del pasadizo claustrofóbico del principio?», puede que el lector se esté preguntando. Pues ahora mismo, obviamente, justo al final, como debe ser para mantener la atención. Al regresar de Pompeya teníamos ganas de huir de la lluvia que nos había acompañado todo el día, y qué mejor sitio que hacerlo bajo tierra. Con las Catacumbas de San Genaro y el resto de los descensos subterráneos ya cerrados, nuestra única opción viable era Napoli Sotterranea, una turistada de primer orden dirigida a guiris flipadillos como nosotros, o para aquellos que quisieran escapar de la lluvia torrencial un rato. Como nosotros.

La visita recorre un puñado de cisternas, cuevas y conductos de agua que se remontan a época griega y romana, medianamente adaptados para el turisteo, con comentarios sobre su uso como refugio durante la II Guerra Mundial y explicaciones no irónicas sobre la heroica resistencia de los napolitanos al fascismo. Entre chiste malo y chiste malo del guía nos llevaron a la parte más profunda del complejo, en la que nos dieron a elegir entre cruzar el estrechísimo corredor o esperar en la zona de la vergüenza. Yo elegí lo segundo. Al menos durante un rato. Cuando todo el mundo había entrado en la galería, entonces fui yo. Y pasó lo que tenía que pasar

En la versión con sonido de este vídeo se escuchan mis jadeos, mi voz de alarma al quedarme atascado y el roce de la ropa contra las paredes, pero como aún conservo cieto sentido del ridículo, os lo ahorro

Como dar media vuelta no era materialmente posible procedí a retroceder de espaldas los treinta metros que había avanzado hasta llegar a una zona ligeramente más ancha donde poder girarme, y a huir del opresivo pasaje sin mirar atrás. Tampoco es que pudiera físicamente mirar atrás, pero ya me entendéis. La turistada terminó poco después y pudimos salir de aquel oscuro pozo de perdición, a una no menos oscura y húmeda Nápoles, que nos recibió, como a todos, con autenticidad, indiferencia y bullicio a partes iguales.

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21 respuestas a “Europa Low Cost. Viajes por poco dinero alrededor del continente. Capítulo 1: Nápoles

  1. Víctor 3-febrero-2023 / 5:53 pm

    Recibamos con brazos abiertos y corazón regocijado una publicación sobre viajes en el blog de Diego. Por muchas entradas más!

  2. Karji 3-febrero-2023 / 8:03 pm

    Cuando sea abuelo, le contaré a mis nietos que alquilé un coche durante una semana en Nápoles y lo devolví sin un solo rasguño.
    De pocas cosas estoy más orgulloso 🤣
    Maravilla de sitio, de esos que te enganchan y nada más irte quieres volver.
    Voy a mirar vuelos a ver que tal 😉

  3. Marius 4-febrero-2023 / 6:05 am

    Excelente narrativa, como en cada entrada del blog. Si ya tenía desde hace tiempo las ganas de visitar Italia, con episodios como este no hacen más que convencerme de que tengo que ir y precisamente tratar de alejarme de las trampas para turistas y conocer lo auténtico de cada localidad. Esperaré los próximos capítulos de la serie «low cost», aunque lamentablemente para los que estamos del otro lado del Atlántico, tan solo el hecho de tener que cruzarlo le quitaría todo lo «low» al momento en que llegue a hacerlo.

  4. Fernando 11-febrero-2023 / 12:20 pm

    Gracias por la entrada. Como siempre, magnífica e inspiradora para ponerse a buscar más cosas del sitio.

    • Carlos R. 2-marzo-2023 / 3:27 am

      Ya vi que lo trataste en el 2014. Debi suponer que no se te escaparia…
      Un abrazo

  5. Dady Kool 29-May-2023 / 3:22 pm

    Visitar Nápoles es como jugar al GTA en primera persona. Afortunadamente, por mucha pinta de guiri que se lleve siempre hay grupos de japoneses, que son víctimas más propiciatorias, y los lugareños te dejan en paz.

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