Hiroshima. La bomba y la memoria

En el Museo del Memorial de la Paz de Hiroshima y sus alrededores hay siempre cientos de estudiantes de colegio e instituto; se les distingue fácilmente por los uniformes escolares con jerséis de colores oscuros o faldas de tablas. Vienen de prácticamente todo Japón a pasar el día a la ciudad y aprender de su historia reciente. Cada año, un millón de personas visitan el mismo museo y el parque que lo rodea. Un parque llamado, también, de la Paz, cuyo icono más conocido es la Cúpula Genbaku, un edificio de hormigón que en 1945 alojaba una oficina de promoción económica, una de las pocas estructuras que permaneció en pie en la ciudad tras la caída de la bomba, y la más cercana al hipocentro. No es la única ruina que es Patrimonio de la Humanidad pero sí la más reciente. Con ocasión de su inclusión en la lista en 1996, la UNESCO definió el edificio como «un poderoso símbolo de la paz mundial alcanzada durante medio siglo tras el desencadenamiento de la fuerza más destructiva jamás creada por la humanidad». Puede que se trate de una traducción discutible, pero es ciertamente peculiar definir los 50 años que van de 1945 a 1995 como «paz mundial»; dejando eso a un lado, es obvio que Hiroshima es un símbolo. ¿Pero de qué?

Una fila de turistas esperamos nuestro turno para fotografiar la cúpula de la bomba enmarcada en un arco en el Parque de la Paz

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El Puente Aéreo de Berlín, el milagro del aire

Entre 1940 y 1945 las fuerzas aéreas de Estados Unidos y Gran Bretaña, con una pequeña y tardía colaboración francesa, bombardearon 363 veces la capital de la Alemania nazi. Setenta mil toneladas de bombas, veinte mil muertos, más de millón y medio de refugiados y un tercio de la ciudad reducida a escombros humeantes fueron el resultado de las operaciones de los tres países aliados entre 1940 y 1945, sobre todo en los últimos doce meses antes del final de la guerra. Tres años después de esa fecha cientos de aviones de las fuerzas aéreas de los mismos tres países que arrasaron sistemáticamente Berlín aterrizaban diariamente en la ciudad y eran recibidos como héroes salvadores por la población civil, la misma población civil que había sufrido durante un lustro la dureza despiadada de los bombardeos. Este hecho por si solo es ya sorprendente, pero el por qué de ese repentino afecto a los aliados occidentales es todavía más asombroso; se trató de un milagro de la logística, la planificación y sobre todo la voluntad. Un milagro que conocemos como el Puente Aéreo de Berlín.

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Berlineses observan el aterrizaje de una avión en el aeropuerto de Tempelholf, en 1948 (USAF)

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Nuestros vecinos se llaman igual que nosotros (y III)

En Fronteras no nos tomamos las cosas con demasiada prisa. Hace casi un año que se publicaron las dos primeras partes de esta serie. Las puedes leer aquí: Uno y dos.

Oceanía

Papúa Nueva Guinea-Papúa Occidental (Indonesia)

El origen del nombre de Papúa es desconocido. Hay un par de teorías al respecto, que procedo a copiar sin ningún tipo de decoro del blog de al lado:

Ahora, el origen de [la palabra] Papúa, es bastante incierto y hay varias teorías al respecto. La primera de ellas afirma que la palabra proviene de los vocablos papo ua en idioma tidore y que significan “unir” o “unificar” y “negación” respectivamente. Así, el nombre de la isla sería “no unida”, o en una traducción menos rígida, “territorio que geográficamente está lejos y no ha sido unificado” haciendo referencia a la imposibilidad que tuvo el Sultanato de Tidore para tomar posesión de la isla. Otra teoría afirma que la palabra Papúa podría provenir del vocablo malayo pua-pua que significa “cabello rizado”

El lector hará bien en leerse la serie completa del origen del nombre de los países en el blog del Mapache, algo que puede hacer siguiendo este enlace y todos los que encontrará en el destino. Por lo que a nosotros respecta, la isla se llamó Papúa desde su descubrimiento por parte de los colonizadores europeos, y es debido a éstos que existen dos Papúas. La isla de Nueva Guinea (nombre posteriormente dado por un español debido a las, para él, semejanzas de los nativos de la isla con los habitantes de la región africana) fue dividida en tres pedazos por los colonizadores europeos. Los Países Bajos se quedaron la mitad occidental (junto con el resto de lo que ahora es Indonesia) y la otra mitad se dividió entre Alemania y el inevitable Reino Unido. Tras la I Guerra Mundial la parte alemana quedó bajo control británico primero y australiano después, cuando la ex colonia británica recibió el mandato de la Sociedad de Naciones a tal efecto, y después de la II Guerra Mundial toda lo que hoy es la Papúa independiente quedó a cargo de Canberra, con el nombre de Territorio de Papúa y Nueva Guinea. Este territorio se independizó en 1975 y pasó a ser el país que todos conocemos.

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Nueva Guinea hasta 1919

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Tormentas de fuego: cuando todo arde

La noche del 8 de octubre de 1871 fue, con toda probabilidad, una de las peores de la historia de la por entonces joven nación estadounidense. En un periodo de apenas unas horas, y sin aparente conexión entre sí, media docena de descomunales incendios azotaron las orillas de los lagos Míchigan y Hurón, provocando una enorme mortandad y calcinando hasta los cimientos docenas de pueblos. El más conocido de ellos fue el incendio de Chicago, que redujo a cenizas diez kilómetros cuadrados de ciudad y dejó sin hogar a casi un tercio de sus trescientos mil habitantes, además de matar a tres centenares de personas. Sin embargo, el incendio más letal no se produjo en el centro de una ciudad llena de gente sino en un remoto bosque apenas habitado. Dos mil personas murieron en el incendio de Peshtigo, un pueblecito maderero de Wisconsin, una tragedia que casi siglo y medio más tarde todavía figura como el incendio con mayor número de víctimas de la historia de Estados Unidos. La explicación a por qué un incendio forestal pudo dejar semejante reguero de cadáveres en media docena de localidades diferentes es un fenómeno que en inglés se conoce como firestorm: la tormenta de fuego.

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Cuando Estados Unidos quiso comprar Groenlandia

En 1867 los Estados Unidos compraron al Imperio Ruso el territorio americano que estos poseían al noroeste del continente. En su momento se convirtió en un territorio de la Unión, al que se llamó Alaska, palabra que procedía del aleutiano Alaxsxaq, que venía a significar algo así como «la tierra contra la que se dirige la acción del mar». El precio pagado por el millón y medio de kilómetros cuadrados de territorio fue de 7,2 millones de dólares. Desde el punto de vista actual, y teniendo en cuenta los enormes recursos petrolíferos descubiertos allí, lo podemos considerar una auténtica ganga, pero en su momento la compra provocó cierta polémica en la prensa de la época; algunos comentaristas consideraban que comprar una región tan remota e inaccesible, y además separada por varios miles de kilómetros del resto del país era absurdo. A Alaska se le dio el sobrenombre de «la nevera de Seward» (por William Seward, secretario de Estado que impulsó la compra) o «el jardín de osos polares de Andrew Jonhnson«, entonces presidente de los EE.UU.

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Cheque utilizado para pagar la compra de Alaska (click para ampliar; la imagen pesa 4 megas, así que ojito con las conexiones lentas).

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