La noche del 8 de octubre de 1871 fue, con toda probabilidad, una de las peores de la historia de la por entonces joven nación estadounidense. En un periodo de apenas unas horas, y sin aparente conexión entre sí, media docena de descomunales incendios azotaron las orillas de los lagos Míchigan y Hurón, provocando una enorme mortandad y calcinando hasta los cimientos docenas de pueblos. El más conocido de ellos fue el incendio de Chicago, que redujo a cenizas diez kilómetros cuadrados de ciudad y dejó sin hogar a casi un tercio de sus trescientos mil habitantes, además de matar a tres centenares de personas. Sin embargo, el incendio más letal no se produjo en el centro de una ciudad llena de gente sino en un remoto bosque apenas habitado. Dos mil personas murieron en el incendio de Peshtigo, un pueblecito maderero de Wisconsin, una tragedia que casi siglo y medio más tarde todavía figura como el incendio con mayor número de víctimas de la historia de Estados Unidos. La explicación a por qué un incendio forestal pudo dejar semejante reguero de cadáveres en media docena de localidades diferentes es un fenómeno que en inglés se conoce como firestorm: la tormenta de fuego.