Tormentas de fuego: cuando todo arde

La noche del 8 de octubre de 1871 fue, con toda probabilidad, una de las peores de la historia de la por entonces joven nación estadounidense. En un periodo de apenas unas horas, y sin aparente conexión entre sí, media docena de descomunales incendios azotaron las orillas de los lagos Míchigan y Hurón, provocando una enorme mortandad y calcinando hasta los cimientos docenas de pueblos. El más conocido de ellos fue el incendio de Chicago, que redujo a cenizas diez kilómetros cuadrados de ciudad y dejó sin hogar a casi un tercio de sus trescientos mil habitantes, además de matar a tres centenares de personas. Sin embargo, el incendio más letal no se produjo en el centro de una ciudad llena de gente sino en un remoto bosque apenas habitado. Dos mil personas murieron en el incendio de Peshtigo, un pueblecito maderero de Wisconsin, una tragedia que casi siglo y medio más tarde todavía figura como el incendio con mayor número de víctimas de la historia de Estados Unidos. La explicación a por qué un incendio forestal pudo dejar semejante reguero de cadáveres en media docena de localidades diferentes es un fenómeno que en inglés se conoce como firestorm: la tormenta de fuego.

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Allí donde se cruzan las líneas imaginarias

Una de las mejores cualidades de Internet, en su más amplia definición, es que es difícil sentirse solo. No importa cuán específica sea tu afición y cuán minoritaria puedan parecer las obsesiones de uno, siempre hay otra gente, un buen puñado de ella, con similares intereses. Este blog es un ejemplo de ello. Seis años y medio escribiendo de límites territoriales y sitios raros en mitad de la nada y cada día lo lee más gente (vamos a razón de casi cuatro mil visitas diarias, lo que supone que cada mes lee este blog casi la misma gente que en todo el primer año de vida de Fronteras ¡Viva y bravo!). Autobombo aparte, una de las consecuencias directas del enunciado anterior es que no importa cuán geek o friki seas, siempre habrá alguien mucho más geek que tú. Y las fronteras no son una excepción. Cuando empecé a escribir este vuestro blog fronterizo descubrí gente que viajaba cientos de kilómetros para recorrer un tramo de límite internacional en mitad de un bosque, o apasionados de los límites municipales. Yo mismo he hecho alguna cosa así, en realidad. Pero todos nosotros, gente como Ishosholoza, que convenció al guía de su autobús para cruzar ilegalmente la frontera del Congo, gente como Sherlock, que se juega una estancia en una cárcel rusa sólo para llamarme desde una triple frontera, o yo mismo, que estuve a punto de morir congelado mientras trataba de hallar el camino al punto más alto de los Países Bajos habiendo aparcado el coche en Alemania, todos nosotros, digo, quedamos como auténticos principiantes, pequeños aprendices, lamentables aspirantes al lado de la gente que hace el Degree Confluence Project.

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¿Qué señaliza exactamente esa bandera? Luego os cuento

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Tu mapa me suena (parecidos razonables geográficos)

El otro día, atormentado por la culpa que me invade cuando estoy tres o cuatro semanas sin publicar, y ante la perspectiva de que septiembre transcurriera plácidamente en toda su integridad sin yo haber lanzado al mundo una sola línea en este su blog fronterizo (algo que podría provocar horribles ataques de ansiedad entre mis innumerables lectores), publiqué una entrada bastante breve comparando las siluetas del Lago Míchigan y Suecia, que son divertidamente parecidas. La idea, como no tardó en adivinar uno de los lectores más veteranos de este blog, la tomé de un libro que recomiendo desde ya a todos los amantes de la geografía recreativa (y si estás leyendo este blog tienes muchas papeletas para serlo): Un mapa en la cabeza, de Ken Jennings. El caso es que pregunté si a alguien se le ocurría alguna más, y vaya que sí. El mundo es raro y la geografía caprichosa, y es fascinante cómo regiones que obviamente no tienen nada que ver entre sí son terriblemente parecidas. Ahí van unas cuantas:

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