Julio de 1996. Hassanal Bolkiah cumple cincuenta años y decide darse un homenaje. En el aeropuerto de Bandar Seri Begawán aterriza un jet privado. De él se baja nada menos que Michael Jackson. Esa noche dará un concierto para el sultán, sus amigos, su familia y miles de ciudadanos escogidos cuidadosamente. El concierto es gratuíto, un regalo de cumpleaños del soberano para sus súbditos, pero el rey del pop no actúa precisamente por amor al arte. Su tarifa asciende a diecisiete millones de dólares. ¿Es mucho dinero? Habría que sumarle lo que cuesta construir un recinto con capacidad para miles de personas: el lugar donde se celebró el evento fue levantado específicamente para la ocasión. Es sólo una de las muchas excentricidades del Sultán de Brunéi, uno de los últimos monarcas absolutos del mundo, que dirige uno de los países más raros de la Tierra, y goza de una de las fortunas más grandes de la humanidad.




