En mitad de la nada (II)

Hace unos cuantos años, tantos que las Spice Girls aún no habían sacado su primer disco, tuve la suerte o la desgracia de viajar en tren con relativa frecuencia entre Madrid y Andalucía. En aquellos años el AVE (el tren de Alta Velocidad Español, para los lectores del otro lado del Atlántico) estaba recién inaugurado, pero el resto de la red de ferrocarriles, y especialmente en Andalucía, dejaba mucho que desear. Por esa razón pasé horas y horas en uno de esos pueblos cuya única función es servir de cruce de caminos. Aquel lugar se llamaba Bobadilla-Estación, y, pese a estar relativamente cerca de un pueblo grande como Antequera, a mis ojos se aparecía tan perdida y desolada como una aldea de la Mongolia rural (ayudaban bastante los 40 grados a la sombre que azotaban la localidad en los meses de verano). En el pueblo apenas había un lugar de interés: el Bar y pensión Pepe, abrevadero para viajantes decorado con un escudo del Real Madrid de unos seis metros de alto en su fachada. Un sitio de gente decente. Más allá todo era polvo y desolación. Toda esta introducción egonostálgica viene a cuento porque la entrada de hoy inaugura una serie sobre esta clase de lugares. Pueblos perdidos en el desierto, estaciones de tren dejadas de la mano de Dios, regiones del tamaño de continentes y con la población de barrios medianos. Pero sobre todo, sitios donde vive gente.

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Una carretera pelín aislada en la Península del Labrador, en Canadá.

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Google Middle of Nowhere View

Hace unos días el famoso Street View de Google amplió sus servicios, añadiendo a su catálogo un par de ciudades españolas, como Oviedo o Zaragoza, y también otras británicas, como Londres, Edimburgo o Belfast. En los últimos meses, además, las áreas metropolitanas de Barcelona y Madrid también han sido agregadas al servicio, pudiendo uno echarle un ojo a lugares tan alejados de la capital de España como Hoyo de Manzanares o Moralzarzal, a casi 50 kilómetros de la ciudad. En EE.UU. la cobertura no sólo abarca ya las grandes ciudades, sino la mayor parte de las áreas urbanas del país y las principales vías de comunicación, incluyendo muchas zonas rurales y perdidas por la América Profunda. Sin embargo, donde más lejos han llegado los chicos de Google en sus fotografías lejos de la gran ciudad ha sido en Australia.

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Las coberturas del Street View en Dakota del Norte (EE.UU.) y la zona central de Australia.

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Apocalipsis de polvo

Lo más fascinante no es la espectacular tormenta de arena, típica en zonas desérticas como el interior de Australia, sino la alegría y la tranquilidad con la que el suicida que conduce se dirige hacia ella. El vídeo fue grabado en los 200 kilómetros que hay entre Broken Hill y Wilcannia, en el estado australiano de Nueva Gales del Sur.

Si te ha gustado, menéalo.

Por las carreteras del mundo (I)

(Por razones no completamente ajenas a mi voluntad, he estado una semana sin poder actualizar el blog como es debido. Perdonen las disculpas).

Si bien el road trip nació en Estados Unidos, con los años y la popularización del automóvil como medio de transporte privado los largos viajes por carretera realizados por puro placer han alcanzado todo el planeta. Canadá, Europa, América del Sur o Australia son los escenarios por los que los viajeros se pierden por el puro gusto de alejarse de su vida diaria y de encontrarse a si mismos (suele decirse que el viaje más importante es el interior; es una frase cursi, como de Tagore o de carpeta de instituto, pero también es cierta). Hoy recorreremos algunas de las carreteras más míticas de nuestro planeta. Pónganse cómodos, metan primera y pisen el acelerador. Nos vamos de viaje.

La circunvalación islandesa

En 1940 islandia era uno de los países más pobres de Europa, si no el que más. En el año 2006 la ONU lo declaró como el mejor lugar del mundo para vivir, y un estudio afirmó que sus habitantes eran los más felices de la Tierra. Recientemente su economía ha entrado en una crisis de proporciones cataclísmicas, que ha llevado a la nacionalización de los bancos y al hundimiento de la corona islandesa, una de las monedas más fuertes del mundo hasta hace bien poco. El brutal hundimiento de su economía, sin embargo, podría abrir las puertas al turismo. Y es que en Islandia hay mucho que ver.

Vista satelital de Islandia, ligeramente congelada.

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Los médicos voladores

Contaba Bill Bryson en un libro de viajes (En las Antípodas) que cruzar Australia de punta a punta es muy sencillo. Uno se pone a moverse desde la costa, en seguida alcanza el Bush, al poco rato entra en el Outback, para después llegar, de nuevo al Bush, y otra vez a la costa. Una cosa sencillísima, en efecto. ¿Qué son unos pocos miles de kilómetros para el viajero experimentado?

Australia tiene una superfcie de, recordemos, cosa de siete millones y medio de kilómetros cuadrados, y algo más de 21 millones de habitantes, que se sitúan de manera masivamente mayoritaria en las costas del país, fundamentalmente en la costa sudeste, donde están Sídney y Melbourne. El resto del país es, en su inmensa mayoría, un formidable desierto absolutamente fascinante. El Outback, que es como se conoce a las zonas interiores y desérticas de Australia, ocupa más o menos el 80% del territorio del país, alrededor de seis millones de kilómetros cuadrados. Doce veces la superficie española, o más del doble de la argentina. En ese descomunal territorio viven menos de doscientas mil personas. O sea, una densidad de población de aproximadamente 0,03 habitantes/km². Necesitamos más de 30 kilómetros cuadrados para encontrar una persona con la que charlar. Sólo Groenlandia tiene una densidad de población menor.

Sigue, valiente, sigue…

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Poniéndole más puertas al campo

Cuando uno sale de viaje al extranjero conviene informarse de qué se puede llevar al país de destino y qué no está permitido. A países como Arabia Saudí o los Emiratos Árabes no se puede llevar alcohol, como es de sobra conocido. Menos conocida es la prohibición que las autoridades de Singapur han impuesto sobre la importación y consumo de chicle. Y en Australia está terminantemente prohibido entrar alimentos y cualquier tipo de especie vegetal o, sobre todo animal.

Las razones de esta prohibición hay que buscarlas a mediados del siglo XIX. En 1859, Thomas Austin, un granjero inglés afincado en Winchelsea, en el estado de Victoria, se trajo dos docenas de conejos desde su tierra natal para divertirse cazándolos. «Unos pocos conejos no harán mucho daño», dijo. Diez años después los conejos se habían convertido en la peor plaga que había padecido el continente en toda su historia, multiplicando su población hasta extremos insoportables. Cada año se masacraban cientos de miles, sin que fuera apreciable el efecto sobre la población total. Semejante cantidad de conejos devoraba miles de hectáreas de cosechas en los estados de Victoria, Australia Meridional, Queensland y Nueva Gales del Sur. La ganadería también se vio rápidamente afectada, al comerse los conejos los pastos y hierbas que alimentaban al ganado. A finales de los años noventa del siglo XIX la peste había alcanzado también Australia Occidental, pese a la protección que le brindaba el desierto, y la plaga había alcanzado proporciones bíblicas.

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Poniéndole puertas al campo

El tamaño de las cosas es relativo. En España, y en la mayor parte de Europa, el pueblo de al lado es una localidad cercana, a la que se podría ir dando un paseíto en una agradable tarde primaveral. En Australia las cosas no son tan sencillas. Dos tercios de los casi ocho millones de kilómetros cuadrados del país son puro desierto (el Outback), y entre un pueblo y el de al lado puede haber cosa de cien kilómetros, si no más. Los términos municipales más grandes de España son los de Cáceres y Lorca (Murcia), con casi 1.800 km² el primero y más de 1.600 el segundo. Por comparar, el término municipal de Kalgoorlie, en Australia Occidental, tiene 95.000 kilómetros cuadrados de superficie (es algo más grande que Portugal) y Mount Isa, en Queensland, 42.000 (más o menos como Estonia o Dinamarca). Kalgoorlie es más grande que 90 países miembros de la ONU. En Australia hay unos 2.500 pueblos y ciudades en algo menos de ocho millones de km². Tocan a más de 3.000 km² de media. Para hacerse una idea, en España la superficie media es de menos de 70 km². En Australia las cosas son grandes.

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Las cuatro esquinas de Australia

Hablábamos la semana pasada sobre las cuatro esquinas de Estados Unidos y Canadá. Hay un tercer país, casi igual de grande, que también tiene sus particulares cuatro esquinas; Australia. A diferencia de las americanas y las canadienses, las cuatro esquinas australianas son, efectivamente, cuatro, no una. A lo largo de la frontera del estado de Australia Meridional, cada punto de interés está marcado con un disco de bronce sobre un poste de hormigón, y tiene su propio nombre, y su propia historia detrás.

Las cuatro esquinas de Australia… Meridional

Las fronteras internas de los estados que componen Australia son un tanto sencillas. Si bien no llegan a las formas rectangulares de Colorado o Utah (reconozcamos que para un escolar de Salt Lake City aprenderse la geografía de su estado debe ser algo más fácil que para un español o un austríaco, pongo por caso), esto es así únicamente porque las costas australianas no son rectas. Los estados australianos son herencia directa de las colonias británicas en el continente, y sus límites vienen establecidos por distintos meridianos y paralelos, salvo en el caso de Victoria, cuya frontera norte (con Nueva Gales del Sur) discurre junto con el río Murray, de 2.500 kilómetros de longitud.

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El diamante en el desierto

Si hay un país del mundo en el que desplazarse por carretera de una punta a otra es una auténtica aventura, ese es Australia. Con sus más de siete millones de kilómetros cuadrados es el sexto país más grande de la Tierra, y recorrer sus infinitas carreteras supone enfrentarse a enormes extensiones de desierto deshabitado, temperaturas homicidas y cientos de kilómetros entre una gasolinera y la siguiente.

Ojo, canguros (click para ampliar)La construcción de carreteras asfaltadas que unieran los lejanísimos entre sí extremos del país no se inició hasta la II Guerra Mundial, cuando las necesidades logísticas y de transporte de materiales lo hicieron imprescindible. Construir una carretera de más de mil kilómetros de largo no resulta nada fácil. Especialmente cuando grandes tramos de la carretera se encuentran a cientos de kilómetros del lugar habitado más cercano. Hay que construir barracones para los ingenieros y demás trabajadores, asegurar un suministro diario de agua y alimentos y, de paso, habilitar pequeñas pistas de aterrizaje para avionetas que puedan atender urgencias médicas. Todo eso, cada cierto número de kilómetros, según la carretera avanza.

La Eyre Highway, llamada así en honor del explorador inglés John Eyre, es la principal vía de comunicación en la costa sur australiana. Recorre más de mil seiscientos kilómetros desde Port Augusta, en Australia Meridional, hasta Norseman, en Australia Occidental, atravesando el Outback, el desierto que forma la mayor parte del territorio australiano. El único pueblo digno de ese nombre que se puede encontrar en la carretera es Ceduna, con poco más de dos mil habitantes. Está a cuatrocientos kilómetros de Port Augusta. Desde allí hasta el final de la carretera en Norseman lo único que hay son cuatro pequeñas áreas de servicio, cada una a más de doscientos kilómetros de la más cercana. En toda la carretera sólo hay tres gasolineras abiertas las veinticuatro horas del día. Una cada 550 kilómetros. Como para quedarse sin gasolina, sí.

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Cartel en la Eyre Highway. «La recta de noventa millas. La recta más larga de Australia»

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