Calle Aragón. Avenida de Segovia. Camino de Talavera. Callejón de Tarragona. Calle Madrid. Cuesta de Pamplona. Plaza de Granada. Puede parecer el callejero de una urbanización de extrarradio a las afueras de una capital de provincia, o el noménclator de un juego de mesa parecido al Monopoly, pero no. Todas y cada una de ellas existen en el más inverosímil e inesperado de los lugares: La costa de Australia Occidental. Y son un homenaje al escritor más famoso de todos los tiempos en nuestra lengua, a la que no llamamos «Lengua de Cervantes» por casualidad. Sorprendentemente, o no tanto, en realidad ese homenaje fue producto de un error. Esta es la historia de Cervantes, un pueblo de 500 habitantes a quince mil kilómetros de España donde los españoles nos podemos sentir como en casa.
Cruce de las calles Sevilla y León de Cervantes, en Australia, visto en Google Maps
El Lago Eyre es probablemente una de las mayores exageraciones toponímicas de la geografía mundial. Llamar lago a una tierra árida y sedienta que recibe algo de humedad una vez cada varios años es toda una hipérbole. Cada medio siglo o así, la lluvia permite que el suelo seco y salado se cubra de agua hasta donde alcanza la vista, y entonces sí es un lago, pero el resto del tiempo es una parte más del desierto que le rodea. Y en ese desierto en medio del ya de por sí desértico Outback australiano, alguien fue tan audaz como para establecer un rancho, que siglo y medio más tarde es no sólo el más grande del mundo, sino el más enorme que jamás haya conocido la humanidad. Anna Creek Station, una hacienda del tamaño de Eslovenia.
Bienvenidos a Anna Creek, el rancho en mitad del desierto que tiene un ancla como símbolo porque… porque Australia
Durante el viaje a Japón que hice el año pasado llamaba cada noche a mis hijos para preguntarles por su día y contarles mis andanzas. Las nueve horas de diferencia horaria hacían que cuando yo les explicaba lo que íbamos a hacer al día siguiente, para ellos se tratara de algo que iba a suceder por la noche del mismo día. La pregunta «¿Qué día es hoy?» tiene dos respuestas posibles dependiendo de en qué lado de la Línea Internacional de Cambio de Fecha se encuentre uno, pero durante dos horas al día, las respuestas posibles no son dos, sino tres. ¿Por qué? Por Kiribati.
Kiribati es invisible en el mapa pero forja sus límites. Especialmente los cronológicos
Mi país favorito del mundo es Kiribati, al menos de los países en los que no he estado, y probablemente nunca estaré. Es el único país que está en los cuatro hemisferios al mismo tiempo, es el primer país en ver cada día y por tanto cada año, se inventó dos husos horarios por la cara y contrariamente a lo que cabría pensar, se pronuncia Kiribás gracias a la curiosa manera que tenemos de transcribir el idioma gilbertés. Además de todo esto, en una de sus islas tiene una sucesión de nombres absolutamente escandalosa, un crescendo toponímico absurdo que empieza fuerte y acaba en el reino de la demencia. Con todos ustedes, la isla de Kiritimati (se pronuncia Kirismás)
Leer con voz de Minion: Poland. Paris. London. BANANAAAA
Un día cualquiera llegué a casa pasada la medianoche y antes de meterme en la cama cometí el terrible error de abrir Tuíter un rato. Allí me encontré un mensaje privado de Fran, una de las cabezas pensantes detrás de ese tesoro de la humanidad llamado Un Mundo Inmenso. «Diego, ¿tú sabes cuál es el punto en la superficie terrestre más alejado de cualquier frontera?». No lo sabía, pero de repente necesitaba saberlo, así que pasé las siguientes dos horas trasteando con mapas en línea, buscando puntos en la más profunda y absoluta de las nadas en los extremos más remotos del globo. Fran también, pero en Argentina era una hora apta para humanos. El resultado de la frenética investigación, obra de Fran, lo podéis leer a continuación:
No sé si el creador de este blog opina lo mismo, pero si me pidieran que defina a este sitio con una sola ciudad seguramente mi respuesta sería Baarle (nota de Diego: sí. Mucho). Ese lugar que cuenta con decenas de enclaves en unos pocos metros, con hogares que tienen límites internacionales dentro del propio perímetro y con bares con algunas mesas en Países Bajos y otras en Bélgica. Sí, una locura fronteriza por definición. Bueno, qué mejor que proponernos lo contrario. En vez de estar rodeados por límites en cada esquina, encontrar el lugar de la Tierra que está más alejado de cualquier frontera internacional. Algo así como el punto nemo fronterizo ¿Qué tan lejos podemos estar de que nos sellen un pasaporte? ¿Cuál es el anti-Baarle?
La capital de un país a veces es simplemente su ciudad más poblada, o el lugar donde, por razones en ocasiones espurias, se estableció un centro de poder político hace siglos. En otras ocasiones la capital es una ciudad planificada específicamente para ello, como Canberra o Brasilia. Y luego está el caso de Palaos, que situó su capital en un lugar donde literalmente no reside absolutamente nadie. La capital, por definición, menos poblada del mundo
Este blog de ustedes, en sus (casi) 16 años de existencia, ha atraído a multitud de trastornados por la geografía de todo el globo. Uno de los geográficamente más lejanos es Enrique Andrés, españolito residente en Sídney que, pese a la abundancia de opciones no absurdas, decidió pasar la pasada nochevieja en mitad del desierto australiano, y vivió para contarlo. Esta es la historia de la última noche del año en Cameron Corner:
Empezaré la historia de esta aventura asumiendo que los seguidores del blog de Diego pertenecen a esa extraña tribu de personas que no solo encuentran razonable que un ser humano vaya por pura diversión a un lugar perdido en medio del desierto australiano, sino que probablemente lo envidien por ello, y que ni siquiera cuando se enteren de que este viaje se desarrolló en pleno verano austral con temperaturas que llegaron a alcanzar los 46°C se planteen si el autor de este texto tiene seriamente afectadas sus facultades mentales. Resido en Bondi, la playa más icónica de Sídney y probablemente de Australia, y aunque a mi mujer y a mí nos encanta estar cerca del mar, estamos enamorados del Outback, el desierto australiano que ocupa aproximadamente el 80% de esta isla continente. No es fácil explicar a los que no habéis tenido la suerte de visitarlo las sensaciones que produce el lugar, experimentar kilómetros de carreteras sin cruzarse con ningún otro ser humano, paisajes únicos y embriagarse de ese magnetismo que produce la lejanía de la civilización.
Vista aérea del trifinio, con el pueblo de Cameron Corner pegado a la raya de Queensland (Georgie Mann)El mojón fronterizo señalando el trifinio entre las tres provincias australianas (Exploroz)
Cuando Phileas Fogg dio la vuelta al mundo en la archifamosa novela de Julio Verne, llegó a Londresun día antes de lo que pensaba, porque había olvidado retrasar el calendario un día al atravesar la línea internacional de cambio de fecha cruzándola de este a oeste. Ciento cincuenta años después cruzar esa línea imaginaria es mucho más común, fácil y barato, y cada día docenas de vuelos lo hacen en ambos sentidos. Y unos pocos lo hacen exactamente la noche en la que hemos decidido que acaba un año y empieza el siguiente. Son los elegidos para celebrar dos nocheviejas consecutivas en dos lugares diferentes.
La respuesta más honesta que se me ocurre a la pregunta del título es: ¿Cuántos quieres que haya? El número depende mucho de la definición que usemos de «país», y también de qué consideremos, a efectos de contabilidad geográfica, como «existir». ¿Groenlandia es un país? ¿Y Kosovo? ¿Transnistria? ¿Las Islas Canarias? ¿La Antártida? Vamos a contar países, tralalá.
Australia es famosa por ser el hogar del 90% de las cosas venenosas del mundo; su eslógan no oficial es «donde todo quiere matarte«. Todo en Australia es superlativo, las distancias, las superficies, la fauna, la flora y las cosas que construyen en mitad del campo. Y las cunetas de sus carreteras no podían ser menos. Las carreteras australianas son memorables por muchas razones, no pocas de las cuales están relacionadas con su desmesurada longitud, su no menos descomunal aislamiento y por lo legendario de algunos de los lugares que atraviesa. Pero en los márgenes de las interminables cintas de asfalto del Down Under encontramos auténticos tesoros. Una larga serie de esculturas entre lo pop y lo kitsch saludan a los viajeros con sus vivos colores y sus extravagancias, generalmente con la intención de hacer que el automovilista o camionero detenga su máquina y se gaste unos pocos dólares en el lugar. Con el tiempo las esculturas, dispersas por todo el inmenso territorio australiano, devinieron en objetos de culto y veneración entre los friquis del lugar, y fueron denominadas conjuntamente como Big Things, o Cosas Grandes. Hoy vamos a ver las mejores Cosas Grandes de Australia.
En Australia todo puede matarte, pero lo primero que murió fue el buen gusto