En un rincón desértico de la Península Arábiga hay un agujero en el suelo. No parece un dato especialmente interesante, pero lo es. No es un boquete común, ni un pozo petrolífero; es un crater enorme, de treinta metros de ancho, y es tan profundo que hasta hace bien poco nadie había visto su fondo, pese a que lleva millones de años en el mismo sitio. Nada de lo que entra puede volver a salir salvo que tenga alas, y su existencia ha generado todo tipo de leyendas en los alrededores, y no es de extrañar: es tan remoto, tan profundo y tan complejo que nadie lo exploró en su totalidad hasta nada menos que 2021. Hoy en Fronteras, el Pozo del Infierno de Yemen.
El Lago Eyre es probablemente una de las mayores exageraciones toponímicas de la geografía mundial. Llamar lago a una tierra árida y sedienta que recibe algo de humedad una vez cada varios años es toda una hipérbole. Cada medio siglo o así, la lluvia permite que el suelo seco y salado se cubra de agua hasta donde alcanza la vista, y entonces sí es un lago, pero el resto del tiempo es una parte más del desierto que le rodea. Y en ese desierto en medio del ya de por sí desértico Outback australiano, alguien fue tan audaz como para establecer un rancho, que siglo y medio más tarde es no sólo el más grande del mundo, sino el más enorme que jamás haya conocido la humanidad. Anna Creek Station, una hacienda del tamaño de Eslovenia.
Bienvenidos a Anna Creek, el rancho en mitad del desierto que tiene un ancla como símbolo porque… porque Australia
El Desierto del Sáhara. Un océano de dunas hasta donde alcanza la vista. Absolutamente nada se alza del suelo más de medio metro en decenas de kilómetros a la redonda. Sobre la arena, se levanta una estructura circular antigua, una fortaleza, o tal vez un palacio. Quizás una simple parada para caravanas. Los nómadas bereberes que habitan la zona le llaman Ksar Draa. ¿Quién lo construyó? ¿Cuándo? ¿Y para qué? Esas son tres de las preguntas que, a día de hoy, no tienen respuesta. Hoy, en Fronteras, las ruinas más misteriosas del Sáhara.
De una antigua ciudad en el norte canadiense, hoy devenida pueblo, parte con rumbo sur uno de los ferrocarriles más extraordinarios del mundo. Si no es el único, es uno de los pocos que frena para en absolutamente cualquier punto de la línea para recibir o dejar pasajeros. Y, más extraordinario aún, si no estás donde acordaste esperarlo, aunque el convoy esté bajo el azote de una tormenta de nieve en el medio de Labrador; no se marcha hasta no saber de vos. Bienvenidos al Tshihuetin, el viento del norte.
CHOO-CHOO MOTHERF**ERS
(Como el lector habrá deducido del voseo del párrafo anterior, la anotación de hoy corre a cargo de uno de nuestros artistas invitados. En concreto de Santiago Cuadro, viejo conocido que ya nos ha honrado en otras ocasiones. No interrumpo más. Sigan leyendo. Es una orden)
Los siete guardianes vieron como el barco se marchaba con el resto del personal que había trabajado en la isla con ellos durante los últimos meses. Se quedaban al cuidado de un peñasco minúsculo en mitad del Océano Índico, a miles de kilómetros de cualquier lugar habitado, con la idea de preparar las instalaciones, ahora vacías, para el largo invierno austral. Era marzo de 1930, y les dijeron que en un par de meses regresarían a por ellos. Pero no lo hicieron. Los siete guardianes quedaron abandonados a su suerte en mitad de la más absoluta de las nadas. Hoy en Fronteras: Los Olvidados de la Isla de San Pablo.
El 29 de septiembre de 1707 una flota de quince barcos partió de Gibraltar con destino a Plymouth. Después de tres semanas de viaje se encontraban a las puertas del Canal de la Mancha; el tiempo empeoró a toda velocidad, convirtiéndose en una sucesión de tempestades con ráfagas de viento impredecibles y una visibilidad prácticamente nula. El 22 de octubre se produjo el desastre. Cuatro barcos de guerra se estrellaron contra los esal sur de las Islas Sorlingas y se hundieron con toda su tripulación. Mil quinientos marinos se ahogaron en el lugar, que se convirtió en el escenario de la segunda peor catástrofe de la marina británica hasta entonces. Para evitar que aquello volviera a suceder, la monarquía decidió que en aquellas rocas inhóspitas, remotas y solitarias tendría que construirse un faro. El faro más aislado del mundo.
Hay estaciones de ferrocarril que dan servicio a grandes ciudades y reciben cientos de millones de pasajeros cada año. Por debajo de ellas en la pirámide de importancia están las estaciones que dan servicio a pequeñas ciudades, a suburbios, o a pueblos. En algunos lugares hay apeaderos remotos que únicamente sirven para que los habitantes de caseríos dispersos por el monte puedan subirse al tren sin necesidad de ir al pueblo más próximo. Y luego ya está Seiryu Miharashi, una estación de tren cuya única razón de existir es la propia estación de tren: no existe ninguna manera de llegar hasta ella que no sea precisamente en tren. Es la estación autocontenida. La metaestación. Una estación de tren más filosófica que práctica.
El desierto de Mojave no tiene extremos. El desierto es un extremo en sí mismo. La temperatura más alta jamás medida en el Planeta Tierra se dio allí. 57 grados a la sombra, suficiente para matar a un ser humano en un par de horas expuesto al sol despiadado. Por las noches, sin embargo, la cosa cambia. Incluso en verano la temperatura puede caer por debajo de los veinte grados, y en invierno se han medido temperaturas de diez bajo cero. Desde hace unos años, además, por la noche el desierto no es un lugar tan solitario. En la oscuridad infinita una luz brilla más que todas las estrellas. Se trata de un faro, el faro más inesperado y más raro del mundo, a 160 kilómetros de la costa más cercana. El faro del desierto
El edificio más alto de África se yergue con sus cuatrocientos metros de alto en medio del desierto. Cuando fue terminado, superó en doscientos setenta metros la altitud del, hasta entonces, rascacielos más alto del continente, y en más de cien la estructura más alta, el alminar de la Gran Mezquita de Argel. Once meses después de completarse, la Iconic Tower sigue vacía, pero no es lo único vacío. Toda la ciudad a su alrededor es un enorme yermo, tachonado de rascacielos, torres y edificios de oficinas, en el que, hasta ahora, viven un par de miles de personas, la mayoría de ellas trabajadores de las obras y sus familias. Bienvenidos a la Nueva Capital Administrativa, la ciudad que Egipto está levantando para sustituir a El Cairo como el centro económico y de gobierno del país.
La Torre Iconic y el resto de rascacielos del distrito financiero, vacíos por ahora (The Atlantic)
La aerolínea regional Ravn de Alaska (se pronuncia como raven, cuervo en inglés) vuela cada par de días a la isla de St.Paul o San Pablo, un islote de 100 kilómetros cuadrados y 500 habitantes más o menos hacia la mitad de las Aleutianas pero 400 kilómetros al norte de la cadena principal del archipiélago. En mitad de la nada, vamos. Cuando uno compra uno de los enloquecidamente caros billetes de avión para volar desde Anchorage al aeropuerto insular, aparece un aviso en la pantalla: «Los perros no están permitidos en la Isla de St. Paul». ¿Cómo puede una isla prohibir nada menos que al mejor amigo del hombre, con lo majos que son los perretes que aparecen haciendo monerías en Tik Tok? Ah, amigo. Es que St. Paul es un santuario de fauna marina; algunos lo llaman «Las Islas Galápagos del Norte» por su diversidad ecológica, aunque también llaman «Venecia del Norte» a cualquier pueblo alemán con seis canales y un barquito de remos, pero bueno. Los perros se comen a las aves y a la fauna protegida, que para ellos no está protegida. Es comida. ¿Sabéis que come huevos de pájaros, y literalmente cualquier cosa, si le dejan? Las ratas. Y por eso cuando un vecino dijo que había visto un roedor en su porche, la isla entera se lanzó tras ella para darle caza y exterminarla. El problema es que llevan tres meses de búsqueda y, bueno, aún no ha aparecido. Así que no están realmente seguros de que exista. Pero no van a dejar de buscarla.
«St.Paul libre de ratas». No veía un eslogan así desde las guerras yugoslavas