Oriente Medio Exprés. Capítulo 2: Kuwait, la última Coca Cola del desierto

Primera parte: Abu Dabi

El conductor nos contó que era bangladesí. Se notaba que le habíamos interrumpido en una videollamada y nos quería dar largas cuanto antes. Su camión estaba aparcado en la cuneta de una autopista de tres carriles por sentido. O quizás habría que decir una autopista en la que cabrían tres carriles por sentido, si alguien se hubiera molestado en pintar las líneas entre cada carril. A esa hora de la tarde tampoco hacían falta líneas, ni siquiera carriles. Poco más de un coche cada minuto quebraba la tranquilidad del desierto. Para pagarle dos botellas de agua helada y una Coca Cola no menos fresca nos bastó un único billete de un dinar. Y nos sobró lo suficiente para que el cambio también fuera en billetes. Allí, en una remota cuneta kuwaití, a decenas de kilómetros de cualquier lugar habitado, a la vista de cientos de pozos de petróleo y junto a un camión-bazar donde comprar cualquier cosa desde un cable USB a un cartón de tabaco, nos bebimos, literalmente, la última Coca Cola del desierto. Bienvenidos a Kuwait, el campo petrolífero que se convirtió en país.

Las Torres de Kuwait, el principal, y diríamos único, icono del país

Una voz masculina comenzó a cantar por los altavoces mientras hacíamos tiempo en la minúscula sala de espera del aeropuerto de Abu Dabi. Era la llamada a la oración, la quinta y última del día. A nuestro alrededor nadie le hizo demasiado caso, tampoco los barbudos con chilaba o las mujeres ataviadas con un Niqab negro como la noche oscura del alma que sólo permitía verles los ojos. Tras 48 horas en la capital de Emiratos Árabes, nos disponíamos a embarcar en un avión de Wizzair por tercera vez en cuatro días. En el avión nos hicimos amigos de una pareja de treintañeros italianos viviendo la experiencia de su vida. Él trabajaba para la Fuerza Aérea Kuwaití, y ella viajaba a verle desde Milán cuando podía. Su historia nos sirvió para hacernos una idea de lo que supone ser uno de los pocos miles de expatriados occidentales en el país: sueldos mensuales de cinco cifras, escaso contacto con los locales y contrabando de cervezas a través de valijas diplomáticas.

El downtown kuwaití y sus rascacielos iluminados con los ooloes de la bandera, a nuestra llegada a la ciudad

La Wikipedia describe Kuwait como uno de los países más liberales de la zona, pero lo cierto es que la mera posesión de bebidas alcohólicas de cualquier graduación o de productos derivados del cerdo está terminantemente prohibida, así que los equipajes se examinan con rayos X al llegar al aeropuerto. Una vez pasado ese trámite nos dirigimos a alquilar nuestro coche. Un par de meses antes, mientras estábamos planeando el viaje, busqué consejos para conducir por Kuwait, y encontré uno y sólo uno: No lo hagas.

Salvo que tu intención sea suicidarte, ni se te ocurra ponerte al volante de un coche en Kuwait, da igual en qué parte del país. […] Las carreteras están bien, pero el kuwaití medio no.

En una web local elaboraron una guía para conducir por el país. Algunas de sus normas:

  • Primera regla: no hay reglas
  • Segunda: el sentido común… no es tán común
  • Conduce con el móvil en la mano, todo el rato
  • Nunca jamás uses el intermitente
  • Si alguien intenta cambiarse a tu carril: ACELERA
  • ¿Límites de velocidad? ¿Son esas señales con números a un lado de la carretera?

Y así. Se pilla la idea, ¿no? Por supuesto, después de leer esto Javi y yo eliminamos cualquier duda que pudiéramos tener acerca de alquilar un coche. Queríamos vivir la experiencia kuwaití  plena, sin filtros ni amortiguaciones. Y si eso implicaba coches en llamas y extremidades fracturadas entre hierros retorcidos, que así fuera. Nuestro lema, en los viajes y en la vida es Hemos venido a jugar, y nos mantenemos fieles a él.

Un cuarto de dinar kuwaití. El dinar es la moneda más valiosa del mundo; un dinar equivale casi exactamente a tres euros; el billete de un cuarto (al cambio 75 céntimos de euro) es uno de los pocos que existen de una fracción de moneda. Los precios en Kuwait, fuera de los hoteles para occidentales y las pocas trampas para turistas, eran propios de economías infinitamente menos desarrolladas. De ahí que el billete más común sea el de 1 dinar. Como curiosidad, los precios se dividen no en céntimos, sino en milésimas, así que en vez de «dos con setenta» se dice «dos con setecientos»; nos resultó raro cada vez que tuvimos que pagar algo.

La casualidad quiso que aterrizáramos en el país el mismo día en el que se celebraba la fiesta nacional. Los días 25 y 26 de febrero son festivos en el país (celebran la expulsión del ejército iraquí en 1991) pero al caer en fin de semana se trasladaron al 27 y 28. Llegamos tarde para el espectáculo de fuegos artificiales y drones, pero a tiempo de contemplar atónitos cómo los kuwaitíes, en un aparente estado de embriaguez que no podía ser tal dada la Ley Seca imperante, hacían trompos, carreras y salvajadas de todos los colores por las carreteras de la capital. Los niños por su parte celebraban la fiesta nacional de su trocito de desierto tirándoles globos de agua a los conductores; como si en Estados Unidos se lanzaran seguros médicos o en España contratos indefinidos

Foto con señal y bandera kuwaitíes que va directa a Tinder como símbolo de cosmopolitismo y amplitud de miras

Kuwait es una balsa que flota sobre un mar de petróleo con la misma placidez que un jubilado británico sobre una colchoneta en la piscina de un hotel en Benidorm. En apenas 17.000 kilómetros cuadrados de superficie acumula el 8% de las reservas planetarias de crudo, que vienen a ser unos cien mil millones de barriles. Traducido a campos de fútbol, unos tres años de consumo global. Si uno mira el mapa, Kuwait parece existir únicamente con el objetivo de dejar a Irak sin salida al mar, y teniendo en cuenta que los encargados de dibujar las fronteras fueron los británicos, no es una idea descabellada. Kuwait pertenecía formalmente a la Gobernación iraquí de Basora dentro del Imperio Otomano, pero la familia real kuwaití conservó cierta independencia, hasta el punto de convertirse en un protectorado bajo tutela del Reino Unido en 1899. Tras la I Guerra Mundial el Imperio Británico mantuvo el control tanto de Irak como de Kuwait por mandato de la Liga de las Naciones, y en 1922 sus agrimensores establecieron los límites actuales del emirato kuwaití. Irak se independizó en 1932, Kuwait no lo hizo hasta los años 60.

Espectacular skyline de Kuwait City desde una de las dos islas artificiales de su bahía, de las que hablaremos en unos pocos párrafos

Nuestra estancia en el país iba a ser inferior a las 24 horas así que el coche nos venía bien. Durante la mayor parte del día no percibimos ningún tipo de riesgo al volante. Los conductores kuwaitíes, siendo claramente más kamikazes que los españoles, eran perfectamente equiparables a los emiratíes, y estaban a años luz de la agresividad enloquecida de los napolitanos o los montenegrinos. Únicamente hacían falta varios centenares de radares estratégicamente situados cada kilómetro o así para moderar el entusiasmo de su pilotaje. Nuestra primera visita de la mañana fueron, claro, las Torres de Kuwait, el más conocido y prácticamente único icono turístico del país.

Las Torres de Kuwait vistas desde la playa

Las torres son parte del sistema de agua potable kuwaití, construido en los años setenta y formado mayoritariamente por el otro icono turístico del país: sus torres de agua. El sexto y último grupo, arquitectónicamente muy distinto de todos los demás. es el que nosotros visitamos. Las dos esferas de la torre principal son depósitos de agua, uno de los cuales también contiene un mirador giratorio con cafetería que completa una vuelta cada media hora. Las vistas desde lo alto, son espectaculares; las aguas intensamente azules del Golfo Pérsico, el moderno skyline de la ciudad y al fondo, la infinidad del desierto: Irak, Arabia Saudí y, en los días claros, hasta Irán. Por supuesto nosotros no pudimos ver absolutamente nada de esto porque tuvimos la buena suerte de ir a ver las torres el único día del año que están cerradas: el día después del espectáculo de fuegos artificiales, cuando los operarios desmontan todo el sistema de lanzamiento adherido a los edificios. Nuestro segundo exitazo en el viaje tras el fiasco en el Louvre abudabí.

Un grupo de torres de almacenamiento de agua en Kuwait City. Construidas en hormigón armado, cada una aloja unos tres mil metros cúbicos de agua

Después de fracasar miserablemente en nuestro intento de subir al único icono turístico remarcable de todo el país, nos fumos al zoco a comprar un imán para la nevera y una taza para el desayuno con la bandera del país. Una vez solventado el trámite, nos lanzamos a la aventura: el desierto. En realidad ir al desierto en Kuwait es tan simple como salir de la ciudad. Pero puestos a ello, lo hicimos de la manera más espectacular posible: cruzando el cuarto puente más largo del mundo. La carretera Jeque Jaber Al-Ahmad Al-Sabah, conocida localmente como «el puente», une los dos extremos de la Bahía de Kuwait, reduciendo a la tercera parte el recorrido entre ambos. ¿Y qué hay al otro lado de la Bahía? El desierto. ¿Hay una autopista de tres carriles por sentido construida íntegramente sobre el agua para ir a la nada? Sí y no.

El ramal principal del puente de Kuwait, 35 kilómetros de longitud, un radar cada kilómetro y un tráfico tan inexistente que nos pudimos dedicar a grabar vídeos para Instagram mientras lo cruzábamos

En 2005 Kuwait tenía algo más de dos millones de habitantes; hoy son cuatro y medio, de los que un 70% no tienen la nacionalidad del país (incluyendo cien mil apátridas). En menos de veinte años se ha doblado la población, y la previsión es sobrepasar los 5 millones de habitantes antes de que termine la década. Casi tres cuartas partes de los kuwaitíes residen en la capital; la intención del gobierno es que sean otros lugares los que absorban el incremento demográfico, y por eso está construyéndose la llamada Ciudad de la Seda, o Madinat Al-Hareer, un lugar que aspira a ser un hub financiero, tecnológico y de transporte que aloje a tres cuartos de millón de personas, y en el que se quiere construir el edificio más alto del mundo. Es en ese contexto en el que los tres mil millones de euros de inversión china en el puente de la Bahía de Kuwait cobran sentido, unir la capital con el que será, si se cumplen las previsiones, el centro económico del país dentro de veinte años.

Recreación artística de la Ciudad de la Seda (Silk City, en inglés), con el Burj Mubarak y sus 1.001 metros de altura presidiendo el distrito financiero (fuente). Nada de todo lo que aparece en el render se ha comenzado siquiera a construir; del megaproyecto sólo se ha terminado el puente de la bahía; otros dos de sus pilares, la refinería de Al Zour y el puerto de Mubarat Al Kaaber siguen en construcción; las páginas de la Wikipedia sobre ellos son publicidad del estado kuwaití, así que es difícil conocer cuánto de real y cuánto de venta de humo hay en todo esto

La bautizada como Visión 2035 quiere hacer de Kuwait un país menos dependiente del petróleo, que supone hoy día el 50% del PIB y más del 90% de las exportaciones. Es un objetivo compartido con otros estados del Golfo y que nos da una idea de la tendencia al cambio energético en los próximos decenios. Ya hoy Dubái sólo recibe un 3% de sus ingresos del petróleo, y Arabia Saudí está intentando (sin excesivo éxito por ahora) abrir el país al turismo, especialmente al turismo rico, con megaconstrucciones como el Mukaab o rascacielos literalmente kilométricos como la Torre de Yeda. La ciudad de la seda y el puente descomunal que la une al resto del país son, o pretenden ser, la respuesta kuwaití a esos desafíos.

Vista de la calzada doble sobre la bahía, desde una de las islas artificiales construídas a mitad de camino y desde las que maravillarse con las vistas de Kuwait City

Al otro lado del puente empieza el auténtico Kuwait. Un desierto indómito donde las normas de circulación que en la capital se cumplen a rajatabla son sólo un recuerdo. Allí es donde el kuwaití medio se transforma en Mad Max; describir como agresiva su conducción es como llamarle arroyuelo al Danubio. Sobre un trasfondo distópico de de pozos petrolíferos y torres de alta tensión, las autopistas mal señalizadas y peor mantenidas recorren kilómetros de nada en absoluto hasta las fronteras de Irak y Arabia Saudí. En las cunetas estacionan los camiones-bazar para venderles de todo a las decenas de miles de trabajadores ilegales de los pozos que viven en enormes campos de chabolas en el desierto. Pick ups del tamaño de chalés adosados se abalanzan sobre la carretera como si fuera agosto de 1990 y estuvieran huyendo del ejército de Sadam Hussein. Estamos en el salvaje oeste kuwaití y aquí las normas son otras.

Nuestro coche aparcado despreocupadamente en una cuneta de la Carretera 801 de Kuwait
Javi, a.k.a. Sherlock, departiendo con el bangladesí del camión. Kuwait fue su país nº 67, y en ese mismo viaje visitaría el 68. El 69 promete. Y su siguiente país también
Asentamientos informales para trabajadores ilegales al sur de Kuwait. Decenas de miles de extranjeros (fundamentalmente filipinos, indios y bangladesíes) perdieron sus trabajos al iniciarse la pandemia en 2020, y con ellos, el permiso de residencia. Con los aeropuertos y las fronteras del mundo enteros cerradas, su destino fue el chabolismo en el desierto. En los Estados del Golfo la contratación y los permisos de trabajo para extranjeros se rigen mediante un sistema llamado Kafala en el cual el empleador patrocina al trabajador y es responsable de su visado y estancia en el país; es un sistema que, según todas las organizaciones de derechos humanos, conlleva innumerables abusos contra los trabajadores al otorgar al patrocinador potestad absoluta sobre la situación del empleado

El 24 de febrero de 1991 el ejército de EE.UU. y sus aliados lanzaron la campaña para liberar Kuwait de la invasión de las tropas iraquíes al mando de Sadam Hussein. En apenas cuatro días arrasaron a los casi cien mil soldados invasores, que se vieron obligados a huir de manera desordenada, saqueando todo lo que encontraron a su paso. En la madrugada del 26 al 27 una caravana de miles de vehículos militares, pero también de utilitarios, camiones y autobuses robados a los civiles kuwaitíes, se dirígia por la autopista 80 hacia la frontera, huyendo del imparable avance de la coalición. El mando estadounidense decidió impedir el regreso a Irak de miles de vehículos de transporte, carros de combate y bombardeó la columna. Cientos de soldados iraquíes murieron, y unos 75.000 huyeron a pie hacia su país. Las imágenes del caos y la destrucción provocados por los misiles norteamericanos fueron tan impactantes que se consideran un factor clave en la decisión de George Bush padre de suspender las hostilidades un par de días más tarde. Nuestro recorrido por el desierto sólo incluyó un pequeño tramo de la conocida desde entonces como Autopista de la Muerte, pero la forma de conducir de los kuwaitíes según nos acercábamos al sur del país nos provocó sentimientos parecidos a los que nos habría producido un bombardeo. Miedo, horror y pánico

Miles de vehículos destruídos y abandonados por los bombardeos de la coalición en el desierto kuwaití contra las tropas de Sadam Hussein que huían del país (fuente)
(Wikipedia) La matanza provocada por los bombardeos tuvo su símbolo más conocido en la fotografía más famosa de Kenneth Jarecke, que mostraba el cadáver abrasado de un soldado iraquí con lo que parecía ser una mueca de dolor (la imagen es fuertecita así que se recomienda pinchar en el enlace con cuidado); en palabras del autor: «si no hago esta clase de fotografías, mi madre acabará pensando que la guerra es lo que sale en la tele».
¿Habría intervenido contra Irak una coalición de la ONU si Kuwait no hubiera sido la sexta potencia petrolífera del mundo? Me permito aventurar una respuesta, y es que no. El problema no era sólo Kuwait, sino Arabia Saudita, el siguiente objetivo del régimen de Sadam Hussein. El caso es que esa intervención se produjo y hoy Kuwait es un lugar órdenes de magnitud más rico, seguro y libre que el país que le invadió
Torres de alta tensión para transporte de electricidad desde las centrales térmicas en el desierto hasta Kuwait City

Después de parar en un supermercado en mitad de la nada y gastarnos nuestros últimos dinares en comer unos sandwiches tan baratos como horribles seguimos dirección sur camino de nuestra última visita del día, el Museo de los Mártires. Todos los países necesitan un mito fundacional, y hoy en día el de Kuwait es la victoria contra Irak en 1991. Las tropas iraquíes que huían del avance de la Coalición tenían órdenes de saquear todos los edificios que pudieran, encarcelando o matando a sus ocupantes, si los había. En uno de los edificios se encontraron con resistencia armada: 19 jóvenes kuwaitíes que habían acumulado armas y munición, mayoritariamente robada o intercambiada por agua y comida con los soldados invasores. La casa fue asediada por las unidades en retirada durante 10 horas en las que, según la propaganda de guerra kuwaití, enviaron a un centenar de soldados iraquíes a criar malvas. Finalmente, el día 25 de febrero las tropas de Sadam entraron en la casa; los siete supervivientes se escondieron bajo los escombros y consiguieron salir de allí con vida. La casa asediada se convirtió así en un símbolo de la resistencia kuwaití a la invasión de su vecino del norte. Una resistencia que en realidad fue mayormente no violenta, salvo el caso de unas pocas células aisladas dedicadas a poner coches bomba y tirotear soldados. En el museo se conservan vehículos, documentos y armas utilizadas durante el asedio por atacantes y defensores. Por supuesto, tampoco pudimos verlas porque el museo también estaba cerrado por la fiesta nacional. Nuestro tino para acertar con el día de visitar cosas es ya legendario.

Vista del interior del museo desde uno de los boquetes en las paredes exteriores; se conservan los impactos de la metralla y las balas
El exterior del museo, con docenas de impactos de bala; los vehículos expuestos, según rezan los paneles explicativos que sí pudimos ver, fueron saqueados por las tropas iraquíes y utilizados para transportar prisioneros de guerra
Una última vista de la casa arrasada por los iraquíes en su huída

Antes de ser expulsadas del país y aniquiladas sin excesiva piedad las tropas de Sadam Hussein aplicaron una política de tierra quemada para destrozar en la medida de lo posible la economía kuwaití. Lo que sucedió se conoce como los Incendios Petroleros de Kuwait (el enlace lleva a un documental de media hora sobre el tema): la voladura e incendio de cientos de pozos petrolíferos en todo el territorio y la destrucción sistemática de la economía del país, extremadamente dependiente del crudo. Más de seiscientos pozos en llamas, quemando diariamente varios millones de barriles de petróleo y provocando una catástrofe medioambiental como pocas que se hayan visto. En Kuwait City, según soplara el viento, el humo de los cientos de incendios tapaba hasta el 75% de la luz del sol, condenando a la ciudad a una noche perpetua. Varios equipos de Estados Unidos y Canadá fueron llevados al desierto para apagar los fuegos, una labor titánica y de pesadilla que les llevó ocho meses de trabajo extenuante. Con explosivos se iniciaron los incendios y con explosivos fueron apagados uno a uno, y posteriormente reparados los pozos. Kuwait no alcanzó su producción de preguerra hasta finales de los noventa. Irak fue condenado a pagar reparaciones a su vecino; más de cincuenta mil millones de dólares durante treinta años; algo menos de un tercio del valor del crudo que ardió en los incendios.

Decenas de pozos de petróleo ardiendo en el desierto kuwaití durante la primavera de 1991 (fuente). El petróleo kuwaití es muy líquido y al volar los pozos brotaba a altísimas presiones libremente, ardiendo de forma instantánea como un lanzallamas descomunal
Apocalíptica imagen de unos dromedarios paseando junto a un lago de petróleo en llamas (fuente). Además de meterle fuego a los pozos, los iraquíes provocaron decenas de derrames por todo el país, a los que también prendieron en llamas para dificultar aún más las tareas de extinción
Las humaredas de los incendios, a vista de satélite (NASA). Kuwait City se encuentra en el extremo sur de la Bahía, a pocos kilómetros del campo más grande de todo el país. Cuando el viento soplaba hacia el norte, la ciudad quedaba sumida en la negrura y hacía prácticamente imposible respirar normalmente

Afortunadamente para la familia real kuwaití y el resto de los ciudadanos del país en total ardió aproximadamente un 1% de las reservas de petróleo disponibles. Hoy Kuwait produce un 50% más de crudo que en 1991. De camino al aeropuerto paramos en una gasolinera a rellenar el depósito de nuestro coche, y podemos decir, sin ninguna duda, que fue el repostaje más barato de nuestras vidas. Apenas 21 horas después de haber aterrizado estábamos de nuevo en otro avión de Wizzair hacia los Emiratos Árabes. Abu Dabi y Kuwait habían sido el aperitivo para el plato fuerte del viaje: Dubái.

19 litros de gasolina súper por 6 euros, a 31 céntimos el litro. Lo que sucede cuando tu país está sentado sobre un billón de piscinas olímpicas llenas de petróleo.

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14 respuestas a “Oriente Medio Exprés. Capítulo 2: Kuwait, la última Coca Cola del desierto

  1. Matias ND 26-May-2023 / 1:45 am

    Muy buena historia, como siempre.
    Espero con ansias la siguiente parte de esta aventura

  2. Marius 29-May-2023 / 1:11 am

    Lástima que hayan tenido tal tino de llegar con los pocos atractivos turísticos cerrados, pero menuda experiencia la de visitar un sitio de contrastes tan dramáticos. Lo de rellenar el tanque con 2 dinars ya por si solo es una anécdota digna de resaltar, a como andan los precios hoy en día… Estaré esperando la conclusión de esta aventura.

    • Alvaro 21-agosto-2023 / 11:43 pm

      Enhorabuena.

      Tienes una gracia única a la hora de contar historias. Disfruto en grande leyéndolas y me río a carcajadas.

      CRACK con mayúsuculas.

      Sigue así!

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