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Nuestro Nissan Sunny de alquiler no estaba ni remotamente preparado para esas pistas de tierra y grava en mitad de la nada. Un grupo de cuatro todo terrenos nos adelantó y nos preguntamos qué hacer, si merecía la pena continuar. No teníamos permiso para estar en el país, no teníamos cobertura en el móvil, la probabilidad de pinchar un neumático era demasiado elevada como para ignorarla, y frente a nosotros había una cuesta abajo vertiginosa que finalizaba en un arroyo que habría que vadear con nuestro automóvil de tracción delantera. Quizá era un buen momento para darse la vuelta. Quizá era la decisión más lógica y sensata. Nos miramos, e inmediatamente decidimos: «Hemos venido a jugar». Bienvenidos a Madha y Nahwa, los enclaves fronterizos del desierto
La organización territorial de los Emiratos Árabes Unidos es, por decirlo suavemente, caótica, y se debe fundamentalmente a su origen. A principios del siglo XIX el sureste de la Península Arábiga estaba ocupado por una serie de tribus que sólo paraban de pegarse entre ellas para atacar a los ingleses, que llamaban a la zona «Costa de los Piratas», que es como si los franceses llamaran a algún lugar «costa de los chovinistas» o los argentinos «costa de la gente que se pone pesadísima cuando su selección gana el Mundial». Después de numerosas refriegas, y dadas las molestias que suponían para el comercio con la India, entre 1820 y 1853 el Imperio Británico firmó varios acuerdos con las diferentes tribus que convirtieron toda esa esquina del mapa en un protectorado, que pasó a llamarse Estados de la Tregua (Trucial States). Pero los límites territoriales de los diferentes clanes, jeques y grupos de beduínos de la zona no estaban precisamente claros: aquello es un desierto, y por lo que sea y en el siglo XIX, lo de pintar rayas en mitad de la nada en un lugar sin recursos no lo acababan de ver. Cada pueblo, aldea, villorrio. oasis y cosa habitada en general decidía por su cuénta a qué jeque o líder rendía tributos. Cuando en los años 50 del siglo XX se descubrió petróleo bajo el desierto, lo de establecer límites claros empezó a ser una necesidad un poco acuciante, a ver si el emir de al lado se iba a quedar con más crudo del que le tocaba. Y ahí es donde nace la increíble disfuncionalidad del mapa de emiratos, y también el sistema de enclaves del que vamos a hablar en los siguientes párrafos.
Sólo hay siete emiratos, pero en el mapa sobre estas líneas se pueden contar 18 piezas diferentes de territorio, islas aparte. Abu Dabi y Umm Al-Quawayn son los únicos emiratos normales, el resto están partidos en varios trozos esparcidos por el desierto como si fueran las piezas desordenadas de un puzzle. Por ejemplo, Dubái tiene un enclave a más de 100 kilómetros de la ciudad (y a sesenta del límite más próximo del emirato) y Ajmán, el emirato más pequeño, tiene un enclave a setenta kilómetros y otro a 110. Al tratarse de divisiones dentro del mismo Estado, no genera demasiados problemas, pero ¿qué pasa cuándo un pueblo decide formar parte de un emirato que no se une a la federación? ¿Y si, para liar más las cosas, un pueblo contenido dentro del territorio del anterior, sí que se une a uno de los siete emiratos? Pues pasa esto:
Madha y Nahwa están en una región atípica dentro de la península Arábiga. La Sierra de Al Hayar ocupa buena parte del oriente peninsular, permitiendo la existencia de ríos, wadis y abundantes aguas subterráneas, un recurso bastante valioso en un lugar como ese. En los años 30 hasta cuatro clanes rivales se disputaban el control de la región. Los consejos de ancianos de cada pueblo y aldea decidieron a qué tribu jurarían lealtad. La mayoría de ellos escogieron el clan Al Sharqi, o alguna de las dos ramas de los Al Qassimi. La excepción fue Madha, que escogió el clan de los Bu Said, la familia real Omaní. Los límites entre cada localidad no tenían demasiada importancia hasta que se descubrió petróleo en los años 50; para evitar que la sangre llegara al Golfo (porque ríos tampoco hay demasiados) los británicos, que todavía ejercían el protectorado sobre la región, enviaron a sus agrimensores a trazar líneas, delimitar y poner hitos de piedra. A fronterizar, en suma. Y ahí fue cuando Madha se convirtió en un enclave, y Nahwa (que había decidido formar parte de los Al Qassimi de Sharjah) en un metaenclave.
Llegamos a Madha a través de una autopista que aparentemente habían inaugurado hacía 45 minutos; tan nueva que literalmente ni siquiera aparecía en Google Maps; se trata de una de las muchas mejoras en las infraestructuras que el gobierno está pagando por todo el territorio de la federación para paliar las desigualdades entre los distintos Emiratos. Lo primero que uno se encuentra al entrar en territorio omaní es, claro, una gasolinera. Con precios un 20% más económicos que los ya de por sí absurdamente baratos de sus vecinos emiratíes (60 céntimos el litro frente a 75), las colas eran permanentes a cualquier hora del día. Encontramos una bandera de Omán en lo alto de una colina pegada a la frontera del enclave y procedimos a hacernos un trillón y medio de fotos con ella. No todos los días pisa uno el único país del planeta cuyo nombre en castellano empieza por O.
El restaurante Hilltop no es el mejor restaurante del mundo pero podría ser perfectamente el mejor restaurante de Omán. Sin duda, es el más excelso restaurante de Madha, y que sea el único no le resta mérito alguno al hecho. Cruce de terraza mediterránea y club social tardofranquista, el lugar ofrecía una vista magnífica sobre la frontera del enclave, y una no menos prodigiosa selección de manjares regionales, que procedimos a devorar sin excesivos complejos, no sin antes (y después) dar buena cuenta de un par de shishas. En resumen, dos turistas occidentales haciendo lo que los turistas occidentales hacen, incluído pagar un buen sobreprecio. Cuando nos trajeron la cuenta, tanto los conceptos como el importe estaban escritos en árabe, así que nos fiamos de lo que nos dijo el bueno del dueño. Realmente y por lo que a nosotros respecta, la cuenta entera podían ser garabatos hechos mientras hablaba por el teléfono fijo.
En los 78 kilómetros cuadrados de Madha viven unos tres mil habitantes, la práctica totalidad en Nueva Madha, el único asentamiento humano digno de ese nombre (hay casitas dispersas por el resto del enclave). Hay una pista de aterrizaje para aviación comercial (que estaba obviamente cerrada), un supermercado donde hablan inglés, un museo que también estaba cerrado cuando fuimos (a estas alturas nada nos soprendía ya) y tres mezquitas, una de ellas de buen tamaño. Y una cascada artificial que tampoco funcionaba. Eso es todo el pueblo. La mayoría de sus habitantes son efectivamente omaníes, y familia entre sí (bastante lógico, teniendo en cuenta el origen de la localidad). Se puede pagar en todas partes con dirhams de Emiratos, pero si lo pides te dan el cambio en riales omaníes. Por supuesto, fue lo que hicimos. El Rial omaní es la segunda moneda más valiosa unitariamente del mundo, después del Dinar kuwaití (equivale aproximadamente a dos euros y medio), así que también tiene billetes fraccionarios. Al igual que en Kuwait, no usan céntimos, sino milésimas, llamadas Baisas; a diferencia de aquellos, e igual que los Emiratos, Omán tiene su moneda con un tipo de cambio fijado al Dólar, para darle estabilidad a su economía.
La carretera de Madha a Nahwa deja bastante que desear. Omán y los Emiratos Árabes no siempre han tenido las mejores relaciones vecinales posibles, y eso se refleja en el estado de la carretera entre el enclave y su metaenclave. En los últimos años las relaciones bilaterales han mejorado lo suficiente para permitir que Sharjah mejore los accesos a su enclave en Omán. La mayor parte del pueblo se encontraba en obras: un puente, una guardería, zonas residenciales y la rehabilitación del antiguo poblado estaban en marcha simultáneamente cuando llegamos; todo ello regado con abundantísimas banderas emiratíes, en un pueblo de apenas tres centenares de habitantes, buena parte de los cuales aún viven en chabolas al final de la zona habitable. Tanto el Emirato de Sharjah como el gobierno federal quieren enfatizar la pertenencia del minúsculo enclave (cuatro kilómetros cuadrados), y están poniendo dinero sobre la mesa.
Donde acaba Nahwa empieza la aventura. Del las últimas casas parte un camino de grava aceptablemente mantenido, y por el que resulta fácil circular si uno conduce un todo terreno. Por supuesto, si uno lleva el coche de alquiler más barato disponible en la Europcar, la cosa es menos sencilla, pero nos dio lo mismo. Hemos venido a jugar, decíamos. Vadeamos arroyos, rodeamos cuevas, esquivamos Toyotas grandes y pesados como carros de combate y llegamos, finalmente, a nuestro primer destino, el otro extremo del metaenclave. Tanto el territorio omaní como el del enclave en su interior están señalizados por hitos de piedra desde los años 50, cuando los británicos lo fronterizaron, y hoy en día los mojones siguen siendo visibles. Junto a uno de ellos nos habíamos detenido para hacer fotos, triscar por el monte y demás actividades fronterizas en el más amplio sentido del término, cuando se nos acercaron un par de quads levantando suficiente polvo como para enterrar el emirato de Ras-Al-Jaima bajo una capa de diez centímetros de arena. Quiero decir diez centímetros más. Uno de los pilotos, un tipo en el último tramo de la veintena con todo el aspecto de haber necesitado trabajar un total de cero días en toda su existencia, se quedó atascado al intentar escalar la empinada ladera de una colina, y allá que nos fuimos Javi y yo al rescate. Los dos chavales eran emiratíes ricos, algo que, según habíamos comprobado a lo largo del viaje, viene a ser un pleonasmo.
Decidimos continuar campo a través con la esperanza de alcanzar desde allí la autopista, algo que según Google Maps era aparentemente posible. El problema es que Google Maps, como Internet en el móvil en general, dejó de funcionar en cuanto regresamos a territorio omaní (omaná, life goes on, bra: hice esta broma un total de ciento noventa y siete veces). Así que nos encomendamos a la Virgen del Retrasito y nos lanzamos con nuestro coche por cuestas enloquecidas, riachuelos llenos de piedras y caminos por los que con cierta dificultad podrían transitar las cabras. Aguantamos varios kilómetros de cañones, colinas y quebradas antes de que nos tocara circular por un wadi, que no vadearlo. Un wadi es una torrentera, pero en árabe: el cauce seco de un río, por el que sólo corre agua cuando llueve. Cosa que había sucedido un par de días antes. Así que había un palmo de agua fluyendo torrente abajo, y había que recorrerse medio kilómetro corriente arriba en un utilitario con tracción delantera y prohibición específica de entrar a Omán por parte de sus legítimos dueños, sin tener cobertura móvil, anocheciendo, y todo ello antes de internarse varios kilómetros en otra ignota pista de tierra fuera del mapa. Y ya nos pareció demasiada aventura. Así que dimos media vuelta y regresamos por donde habíamos venido.
Para salir del enclave decidimos utilizar una carretera recién inaugurada que, según la señal que decidimos seguir, conducía a la frontera («Border with Sharjah«, rezaba). Efectivamente la carretera llegaba hasta la frontera. Y ni un maldito metro más allá. La parte emiratí del asfalto ni estaba ni se le esperaba, así que nos dedicamos a hacer el ganso un rato en una carretera vacía, y a comentar el largo día que habíamos pasado en los enclaves. Mahda y Nahwa son dos pueblos ubicados en países diferentes, que usan efectivamente monedas, compañías de teléfono o de electricidad distintas, pero su situación es prácticamente idéntica a la de cualquier par de pueblos fronterizos en la Unión Europea antes del Euro: circulación libre, economía de frontera, uso indistinto de las dos monedas y turistas a puñados. Mientras nos marchábamos, sonó en las mezquitas la última llamada a la oración de la jornada. Regresamos a Dubái cansados pero contentos de haber visitado el único metaenclave de Asia (y uno de los únicos cuatro que hay en el mundo). Pero aún nos quedaba una última aventura que vivir: perdernos en el desierto buscando una ciudad fantasma. Próximamente en sus pantallas
Sobre enclaves y exclaves se ha escrito abundantamente en este vuestro blog fronterizo:
Hace ¡quince años! hablamos de Madha y Nahwa en Los enclaves del desierto
Viaje al Vennbahn, el carril bici belga que parte Alemania en dos
Viaje a Baarle, el pueblo de las mil fronteras, donde puedes comer con alguien en la misma mesa, pero en países distintos
La Isla de la Unión, la única frontera seca entre Argentina y Uruguay. En un enclave
Seis meses española, seis francesa: la isla de los Faisanes: el enclave intermitente
Ellis Island, el icono de Nueva York… que está en Nueva Jersey
Las fronteras cruzadas de Jungholz, un casi-casi-enclave en Austria
La tumba de Soliman Schah, el enclave que podría haber desatado una guerra
Campione d’Italia, el paraíso fiscal italiano en Suiza
Yugoslavia por un día, cuando una habitación de hotel londinense fue declarada oficialmente territorio yugoslavo durante 24 horas
Gran lectura, como siempre!
Creo que la foto del inicio no es de un restaurante, si no de un tratamiento médico, en la espalda de alguien? (no sé si era ironía) 🙂
Pues tienes razón, hasta que lo has mencionado no he identificado lo que estábamos viendo 😀
Centro Al-utruya (toronja o pomelo) de cirugía y medicina alternativa
Corrección: no de cirugía sino de sangrías (con ventosas).
Otra gran entrada de esta aventura.
Creo que pude hallar la carretera hasta la frontera. Igual creo que no tiene covertura de Google Maps, porque ninguna parte de Omán lo tiene, salvo algunos kilometros dispersos en Mascate y en alguna carretera.
Una pregunta:
Los otros cuatro metaenclaves están en Baarle? Porque se que los de la India y Bangladesh ya no están más, y me parece, que en Baarle habían varios. Y si solo hay cuatro en total…
Por cierto, necesito una tercera edición de memes y chistes malos geográficos.
A mí también me ha sorprendido que diga que sólo son cuatro en el mundo. Yo creía que los metaenclaves de Baarle eran siete. A lo mejor cuentan como uno sólo dentro de la lista.
Gran entrada y muy emocionante aventura. En verdad que después de la sequía de hace un par de años, ha sido reconfortante leer estas nuevas entradas al blog. En este caso en particular me he identificado mucho: Hace justo dos semanas me encontraba por trabajo en el extremo de la península de Baja California, Cabo Pulmo (una de esas maravillas que debes visitar una vez en la vida al menos siendo un trastornado de la geografía); sin conexión a internet, sin señal en el teléfono, un camino de terracería en pésimo estado y un auto rentado definitivamente no apto para el maltrato que le di . Justo como ustedes, rendirse y regresar no era opción, ir desde tan lejos para quedarse tan cerca de la meta no iba a suceder.
Envidia muy sana del garbeo fronterizo con metaenclave.
Por cierto ¿Osetia cuenta?
Corrección: no de cirugía, sino de sangrías (con ventosas).
Gracias, Diego, por estas crónicas fronterizo-vexilológico-automovilístico-geográficas. No sabes cómo las disfrutamos.
Soñando con que algún día hagamos un encuentro de esta comunidad. O, mejor aún, un viaje juntos lleno de chistes baratos, desvíos innecesarios para ver hitos inútiles y fotos en carteles que a nadie sensato interesarían y harían desesperar a cualquier turista serio.
los argentinos «costa de la gente que se pone pesadísima cuando su selección gana el Mundial»¨ jaja, muy bueno
Hace un tiempo no entraba al blog. Empecé a buscar información sobre el tema, te imaginarás para qué, y me encuentro con la grata sorpresa de que desbloqueaste un buen reto fronterizo. Se celebra.
PD: Vamos a obviar el comentario de los argentinos y el Mundial solo porque… es así.