Ferganá, el valle de los enclaves

La caída de la URSS y la consiguiente descolonización de todos los territorios que habían permanecido bajo el dominio de Moscú durante siete décadas no se hizo de manera precisamente pacífica. Decenas de conflictos y guerras aparecieron por doquier, en buena parte alimentados por el trazado arbitrario de muchas fronteras durante los años de ocupación soviética, pensado no para facilitar la convivencia o la administración, sino para hacer más sencillo el dominio del territorio y la población por parte de las autoridades. Uno de los lugares donde más fácil de percibir esto es en el Valle de Ferganá, donde se encuentran, se retuercen y se entrelazan las fronteras de tres antiguas repúblicas soviéticas: Uzbekistán, Tayikistán y Kirguistán.

Mapa de las fronteras en la zona del valle de Ferganá; el término técnico anglosajón en ciencia geográfica para esto es «What the actual flying fuck» (Wikiimedia Commons)

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El último rincón de Alemania Oriental

Tres de octubre de 1990. Cientos de miles de personas celebraban en las calles de Berlín. En el edificio del Reichstag, una muchedumbre inmensa cubría cada rincón; el canciller Helmut Kohl y su predecesor Willy Brandt saludaban a las multitudes. Las banderas de todos los estados federales de Alemania lucían en sus mástiles, y la gente agitaba eufórica la bandera tricolor, que ya era oficialmente la única bandera de Alemania. Ese día había dejado de existir el estado conocido como Deutsche Democratische Republik: Alemania Oriental había pasado a la historia para siempre. En Alexanderplatz un grupo de nostálgicos comunistas protestaba contra la unificación. No querían que la dictadura impuesta por los soviéticos desapareciera, pero la historia les pasó por encima. ¿O no? A miles de kilómetros de allí, en las costas de una isla dominada durante décadas por otra dictadura comunista, una pequeña isla se convirtió en el último reducto de la República Democrática Alemana: el Cayo Ernesto Thälmann, Cuba.

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El día que nos detuvo el ejército armenio, nos interrogaron durante horas sus servicios secretos y nos salvó el Real Madrid (Crónicas Caucásicas, 7)

«Tenéis suerte de que no os pegaran un tiro». Así resumió el coronel armenio la situación. Llevábamos seis horas en su despacho del cuartel, interrogados incesantemente por dos agentes de la policía secreta y unos cuantos oficiales de diversos rangos, desde el teniente que nos hacía de traductor hasta el general que llegó a última hora para aportar su granito de arena al surrealismo del trance. Para entonces estábamos física y mentalmente agotados por la incertidumbre acerca de nuestro futuro inmediato y por el larguísimo interrogatorio, que incluyó la revisión inmisericorde de los chats de WhatsApp y las galerías de fotos de nuestros móviles. Para entender cómo habíamos llegado hasta allí tendremos que recordar la regla número uno del viajero: no te acerques a las zonas fronterizas de dos países que están técnicamente en guerra. Y si lo haces, procura no hacer fotos con teleobjetivo.

El terraplén inane que nos costó un disgusto. Al otro lado está Azerbaiyán

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El Monte Ararat y la tragedia simbólica de Armenia (Crónicas Caucásicas, 6)

El texto de hoy corre a cargo de Christian Macías, veteranísimo lector de este blog pese a su insultante juventud, que con el transcurso de los años (y ya casi de las décadas) se ha convertido en compañero de viaje y amigo.  

El primer cambio que notamos cuando viajamos de Georgia hacia a Armenia es que este país es considerablemente más montañoso. Salvo por la primera jornada, las cumbres y valles nevados del centro y oeste del país fueron siempre el paisaje durante nuestra aventura de cuatro días. Llegamos a las 6:30 de la mañana a Ereván luego de un viaje de 10 horas en tren desde Tiflis. La capital armenia nos recibió con unos agradables nueve grados bajo cero y, tan pronto como salimos de la estación, intentamos procurarnos -sin éxito- un lugar donde ponernos a resguardo y desayunar, engañados por las luces extravagantes de gasolineras y máquinas expendedoras de café que, con sus letreros escritos en armenio y ruso, rompían la monotonía postsoviética de esta zona de la ciudad. Luego de encontrar la entrada hacia el metro (donde está prohibido tomar fotos, regla que obviamente violamos, en promedio, cada 30 segundos), nos dirigimos hacia el centro en búsqueda -ya desesperada- de alimentos y un lugar definitivo para hacer tiempo hasta que abriera la agencia de alquiler que nos daría nuestro nuevo transporte: un mítico y hermoso Lada Niva. Una vez montados en semejante insignia soviética rodante -fabricada en 2024 pero con los mismos estándares de seguridad que en 1982-, salimos de Ereván rumbo hacia el sur para conocer de cerca el mayor y más famoso símbolo natural del país: el monte Ararat.

Una estación de servicio nos deslumbra a las 6 de la mañana junto a la estación de ferrocarril Ereván. Más tarde descubriríamos que es así en todo el país
Presumiendo con Diego de nuestro Lada Niva sin conocer todavía las cantidades absurdas de combustible que consume cuando circula a su velocidad máxima: 100 kilómetros por hora

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El tren del hierro de Mauritania y la paradoja del turismo extremo

«Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo; lleno de aventuras y experiencias». Así comienza uno de los poemas más conocidos del griego Konstantin Kavafis, un canto a la vida como viaje y experiencia, y el origen más citado del aforismo que reza que lo importante no es el  destino sino el viaje. Para aquellos que comulgan con los versos del poeta helénico (Pide que el camino sea largo) existe un aventura que es el epítome del viaje como fin y no como medio. El Tren del Hierro de Mauritania, un recorrido de 700 kilómetros a lo largo de una interminable sucesión de nada en absoluto cuyo origen y destino son muy a menudo completamente irrelevantes para los viajeros.

Choo Choo Motherfuckers (Ateker)

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Por qué Trump está obsesionado con Groenlandia

La primera vez que Trump habló públicamente de adquirir Groenlandia fue en el verano de 2019, durante su primer mandato. En aquel momento aquello quedó como una balandronada más del magnate, una de tantas excentricidades con las que se deleitó durante su primera presidencia. Sin embargo, poco después de ganar las elecciones del pasado mes de noviembre, el presidente de EE.UU. recuperó el asunto de la adquisición de la isla más grande del mundo, y esta vez con el colorido reclamo adicional de convertir a Canadá en el estado número 51 de la Unión. De nuevo, inicialmente los medios de este y de aquel lado del Atlántico se lo tomaron como un brindis al sol o, más comúnmente, como una estrategia de negociación para presionar a Dinamarca. Un congresista republicano llegó a proponer una ley para renombrar Groenlandia (Greenland) como «Rojo blanco y azulandia» (Red White and Blueland), probablemente la peor modificación toponímica en todo el planeta desde que Constantinopla cambió su nombre a Estambul. Es difícil tomarse en serio según qué cosas, pero según han ido pasando las semanas, la retórica de Trump y de su equipo se ha vuelto cada vez más agresiva, llegando a límites impensables hace sólo un par de meses, incluyendo ya veladas amenazas de usar la fuerza. ¿Es posible que Estados Unidos le arrebate Groenlandia a Dinamarca? ¿Cómo? ¿Y por qué?

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El día que vimos Osetia del Sur (Crónicas caucásicas, 4)

Parte 1 | Parte 2 | Parte 3 | Parte 5

Las recomendaciones de viaje del Ministerio de Exteriores son útiles para saber qué no hay que hacer en según que sitios. Por ejemplo, no se puede llevar chicle a Singapur, conejos a Australia o jamón cinco jotas a las Maldivas. En el caso de Georgia, indicaban dos cosas: una, no ir a manifestaciones políticas (oops) y dos, no acercarse ni de broma a la línea de control entre el país y la República de Osetia del Sur. Hay minas, soldados rusos, paramilitares y cosas malas en general. Así que ahí estábamos Christian y yo, después de meter el coche de alquiler por caminos que harían marearse a una cabra, exactamente junto al alambre de espino de la frontera, haciéndonos selfis. Porque el irresponsable se hace, pero idiota se nace.

Esto es la Osetia, oiga

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¿Qué pasa con el dominio geográfico de un país cuando desaparece ese país?

La entrega de las Islas Chagos a Mauricio por parte del Reino Unido conlleva diversas consecuencias en la geopolítica del Índico y mundial, pero también en Internet se van a sentir sus efectos. Las Chagos, pese a estar formalmente deshabitadas (los militares y contratistas externos no cuentan como habitantes sino como trabajadores temporales) disponen de su propio dominio geográfico de Internet, el .io (Indian Ocean). No son ni mucho menos el único territorio deshabitado o bizarro con su propio dominio (están, por ejemplo, la isla Bouvet, la Antártida o las Islas Georgias del Sur), pero sí es uno de los que más éxito había cosechado, contando con decenas de miles de dominios registrados, casi siempre relacionados con el gaming y las compañías tecnológicas, especialmente start-ups. Un dominio geográfico de Internet sólo puede existir si el país al que pertenece existe, y la cesión de la soberanía del Territorio Británico del Océano Índico a Mauricio supone la desaparición de aquel, y por tanto, en teoría, la del dominio asociado. ¿Qué va a pasar ahora con las decenas de miles de empresas que tienen su web alojada en un dominio .io?

La bandera del Territorio Británico del Índico es para echarle de comer aparte, todo ha de ser dicho

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Y el sol se pondrá por fin en el Imperio Británico

Tanto el Imperio Español como el Británico usaron en su momento la frase «el imperio en el que no se pone nunca el sol«, como ejemplo de lo masivos y extensos territorialmente que llegaron a ser. El ocaso, literal y metafórico, del Imperio Español, llegó con la pérdida de Cuba, Filipinas y Guam frente a Estados Unidos en una breve guerra en 1898, y, finalmente, con la venta de las islas Marianas y Carolinas a Alemania un año más tarde. El Imperio Británico, ahora con el nombre de «Territorios Británicos de Ultramar», ha seguido siendo bañado 24/7 por la luz del sol en alguno de los lugares que aún dependen del Reino Unido. Hasta ahora. El pasado mes de octubre se anunció la entrega a Mauricio de las Islas Chagos, lo cual significa que casi dos siglos después, en el Imperio Británico se pondrá el sol.

Ubicación de las Chagos en el Océano Índico

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Donald Trump y el triángulo de la discordia

Una vez mas se demuestra que lo mejor de este blog son sus lectoras. Francisco Bustamante, desde Quillota, capital de la palta, envía esta magnífica crónica sobre la bizarra disputa fronteriza que mantuvieron, y aún mantienen, Chile y Perú. Que ustedes la disfruten

Chile y el Perú se disputaron el dominio del Pacífico Sudamericano durante buena parte del siglo XIX. El primero era un país más pequeño y pobre, pero más estable que el segundo, país bastante rico gracias al legado del Virreinato. Ambos países se enfrentaron en la Guerra del Pacífico, o del salitre, llamada así porque el territorio disputado contenía el 90% de las reservas naturales de dicho producto. La guerra concluyó con la victoria chilena, pero sin un tratado de paz definitivo que estableciese los límites. Tras 50 años, y por intervención de EE.UU., en 1929 se firma el tratado de límites definitivo entre Perú y Chile.

Entre otras cosas, ese tratado dispuso que la frontera entre Chile y Perú «partirá de un punto de la costa que se llamará «Concordia», diez kilómetros al norte del puente del río Lluta…». Parecía muy simple. Lamentablemente los diplomáticos de ambos países olvidaron que el punto “Concordia, aquel que marcaba el inicio de la frontera, requería de un monolito o hito que marcase en el terreno el lugar exacto. ¿Acaso es posible hacer un monolito en plena costa del Océano Pacífico, en un arenal de la costa donde la corrosión y las marejadas no han permitido construcción humana alguna? Los topógrafos, bastante más prácticos, acordaron colocar el hito del punto «Concordia» lo más cerca posible del mar, pero a salvo de ser destruido por las aguas del Océano Pacífico. Escogieron un lugar a 180 metros del punto, en línea recta desde el mar, desde el paralelo del punto concordia. Seguir leyendo