Oriente Medio exprés. Capítulo 3: Dubái o la desmesura en el desierto

En episodios anteriores: Abu Dabi | Kuwait

La primera blasfemia se escapó a unos 20 kilómetros del edificio más alto del mundo, cruzando la Marina de Dubái en un coche de alquiler en mitad de la noche. Vinieron unas cuantas más después; según la densidad de rascacielos iba aumentando también lo hacía la frecuencia de mis obscenidades. «¿Pero es que nadie les ha dicho que paren? ¿Nadie se ha detenido un momentito a mirar a su alrededor y ha dicho «bueno, pues ya estaría bien de rascacielos por ahora»? ¿Cuántos puñeteros rascacielos MÁS quiere meter esta gente en el desierto?» En un momento dado asomó entre las torres infinitas el perfil afilado del edificio más conocido del país, pero para entonces ya simplemente aullábamos gañidos inconexos. Así de abrumadora es la ciudad, y así de enloquecida. Hoy, en Fronteras, Dubái o la desmesura.

Dubái es un render

Que Dubái es una ciudad de rascacielos no creo que sorprenda a nadie, pero es asombroso comprobar in situ hasta qué punto. En la nochevieja de 2015 se desató un incendio en el hotel Address, justo en el centro de la ciudad. Con sus trescientos y pico metros, en aquel momento habría el edificio más alto de cualquier país de Europa exceptuando Rusia; hoy seguiría siendo así pero sería segundo en Polonia. En aquel momento era el decimonoveno edificio más alto de Dubái, hoy ni siquiera aparece en el top 30.  El edificio más alto de España, la Torre de Cristal, tiene 249 metros de altura. En Dubái hay setenta edificios más altos, y decenas en construcción. Es la ciudad del mundo con más rascacielos por encima de 250 metros, y la segunda con más edificios de 200, tras Shenzen.

Insisto: Dubái es un render hecho con Photoshop, lo cuál tiene mucho mérito en algo del mundo real (clic en la foto para ampliar). Dicen los que saben que arquitectónicamente es un pastiche: los estilos y las arquitecturas no casan ni a tiros, y además los rascacielos son de un gusto más que discutible. No entraré a discutir esas opiniones. Es hortera, y por lo tanto me gusta

La autopista de Abu Dabi a Dubái tiene un mínimo de cinco carriles por sentido; llegando a Dubái se convierten en al menos siete, con algunos tramos de diez por sentido. Por supuesto, se atasca a diario. Con tres millones y medio de habitantes, Dubái es la ciudad más poblada de los Emiratos; su área metropolitana abarca también los territorios vecinos de Sharjah y Ajmán, sumando más de cinco millones y medio de personas. Igual que su vecina Abu Dabi, la ciudad ha experimentado un crecimiento poblacional desmesurado en los últimos treinta años, multiplicando su población por seis; sólo en la última década ha sumado casi un millón y medio de habitantes. Pero en Emiratos, a diferencia de lo que sucedió en su momento en las grandes capitales occidentales, este inmenso aumento de la población no ha ido a parar a chabolas o barracas en el extrarradio, sino a barrios planificados o al casco histórico de la ciudad. Más o menos el 90% de los dubaitíes son extranjeros, incluyendo medio millón largo de occidentales (sólo británicos hay unos cien mil) y el número de hombres más que duplica al de mujeres. Dubái es un contenedor de trabajadores expatriados de todo el mundo, y probablemente es la ciudad fuera de la esfera angloparlante donde más porcentaje de la población habla un inglés avanzado.

Teníamos tres días completos en Dubái (los otros dos días restantes del viaje los ocupamos en visitar lugares tan extremadamente nerds que merecen sus propios capítulos aparte) así que limitamos nuestro alcance a los lugares más representativos, empezando, obviamente, por el Burj Khalifa. Un prodigio de la ingeniería y la arquitectura, un icono de nuestro siglo, el símbolo del desplazamiento geopolítico del poder de Occidente a Oriente; blablabla. Es el edificio más alto del mundo y hay que subirse, punto. Así que para allá nos fuimos, alegres y faldicortos, dispuestos a pagar un par de salarios mínimos diarios por persona por ver la puesta de sol a medio kilómetro de la superficie terrestre.

Vistas desde el mirador de la planta 124 del Burj Khalifa
Mirador al aire libre de la planta 124 del Burj Khalifa, visto desde la planta 125

En castellano Burj Khalifa es Torre del Califa, pero ese nombre suena a minarete de medio pelo en Alcalá de Guadaira, provincia de Sevilla, así que no pienso usarlo. El edificio, por cierto, se llamó Burj Dubai hasta el mismo día de su inauguración, cuando le cambiaron el nombre en homenaje a Khalifa bin Zayed, hijo del primer presidente de Emiratos y máximo dirigente de Abu Dabi y de la federación cuando se inauguró el lugar, que puso sobre la mesa una pila de Dirhams casi tan alta como el propio rascacielos cuando los promotores estuvieron a punto de quebrar en la crisis inmobiliaria de 2008. Hablando de dinero: subirse al mirador cuesta un mínimo de cuarenta euros, sesenta si se quiere ver la puesta de sol desde el piso 125 de la torre. La plataforma de observación está tan alta que el sol se pone casi dos minutos más tarde que a ras de suelo. Y todavía unos segundos más tarde en el mirador más alto de la Tierra, situado en la planta 155 y a 556 metros de la calle. Acceder allí sale por entre 120 y 150 euros, según la hora del día, pero te invitan a una Cocacola, en tremendo alarde de desprendimiento y generosidad. Nosotros no llegamos a subir arriba del todo, y nos conformamos con compartir el crepúsculo con una miriada de influencers venidos de las cuatro esquinas del mapa, que tomaron al asalto los ventanales occidentales para actualizar sus Tiktoks con time-lapses del atardecer.

El Burj Khalifa visto desde la calle, al mediodía
El edificio más alto del mundo visto desde la calle, al atardecer
Burj Khalifa la nuit, oh lá lá

¿Merece la pena pagar cuarenta, sesenta o ciento y pico euros por ascender al mirador del Burj Khalifa? Como dirían un traductor, un gallego o Pau Donés, depende. El mirador está tan increíblemente alto que las vistas son fundamentalmente veinte mil kilómetros cuadrados de desierto, y las fotos que se pueden hacer no son gran cosa. Además, claro, en las fotos no aparece la propia torre. Por eso mi consejo para el viajero low cost es irse al mirador que hay justo enfrente, a 220 metros del suelo, en las Torres Sky View, donde por veinte euros uno puede tirarse en una alfombrilla por un tobogán de cristal y hacerse tremendas fotos con el Burj Khalifa de fondo. Si hay que hacer una turistada (y sí, hay que hacerla, es la ley), que sea esta.

Yo de verdad no sé por qué no vendo la publicidad de este blog, con los fotones que me salen a veces
Panorámica desde el tobogán de cristal del mirador Sky View. A la derecha de la imagen se ve la terraza del hotel, en la que hay una piscina con el fondo de cristal
A ver, si tienes vértigo, Dubái no es para ti, ya te lo aviso

La superioridad demográfica en la ciudad del antiguo Dominio británico de la India es abrumadora. El 70% de los dubaitíes son nacidos en India, Pakistán o Bangladés; en el barrio de nuestro hotel el porcentaje se acercaba al 100%; no vimos un solo blanco en los cuatro días que pasamos allí. Sí que vimos un aparcamiento en el que se celebraban seis partidos de cricket al mismo tiempo y decenas de kebabs y restaurantes regionales. «Os alojáis en el Bronx», me dijo Miguel, un amigo que lleva cinco años trabajando para una petrolera en el Downtown. La verdad es que yo he estado en el Bronx y no se parecía en nada a nuestro barrio, no sólo por la composición étnica sino por la sensación de seguridad. Emiratos es uno de los países más seguros del mundo, y Dubái lo es especialmente. En parte porque la legislación es implacable, pero también, y sobre todo, porque a diferencia de lo que ocurre en muchos otros países, no hay miseria. Hay explotación laboral a espuertas, jornadas laborales interminables que ningún occidental de hoy querría para sí, pero no hay hambre ni una pobreza visible, como sí sucede en muchos otros países de una riqueza similar.

Las fuentes del Dubái Mall, justo al lado del Burj Khalifa, hacen un espectáculo cada media hora. El que vimos nosotros era con el Nessun Dorma de fondo. Como cualquier cosa que acabe con Pavarotti cantando Vincero, nos puso la piel de gallina

A pocos cientos de metros de nuestro hotel se encontraba el edificio más antiguo de Dubái, el Fuerte de Al Fhidi, construído en 1787 y que hoy aloja el museo de la ciudad. El museo repasa la historia de Dubái desde el siglo XVIII hasta el XXI, y cómo un puerto de pescadores bastante miserable llegó a ser la metrópolis global que es hoy en día. Por supuesto, y para no perder la costumbre inaugurada en Abu Dabi y continuada en Kuwait, estaba cerrado cuando fuimos (sigue cerrado por reformas a día de hoy). Para enjuagarnos la decepción nos fuimos a la mayor y más obvia turistada de Dubái: el Zoco del Oro. A diferencia de lo que sucede en muchos países árabes, en Emiratos es bastante poco común que los dueños de las tiendas acosen a los turistas para que compren su mercancía de precios groseramente inflados. La excepción en Dubái es precisamente el Zoco, un mercado tradicional con cierto sabor añejo reconvertido en desacomplejada trampa para turistas. Mientras Javi y yo nos hacíamos fotos se nos acercó a ofrecernos ayuda un hombre con aspecto de vendedor de camellos averiados que resultó ser, bueno, exactamente eso, el dueño de una de las tiendas de la parte trasera del Zoco, que no ve como los clientes le cruzan frente al escaparate, sino que tiene que ir a buscarles. Enseguida nos embaucó y nos llevó a su local, donde nos convenció para probarnos chilabas, turbantes y demás, y se dispuso a timarnos sin ningún tipo de miramiento.

Javi, con cara de estar a punto de ser sodomizado (metafóricamente) por nuestro tendero dubaití favorito

Lo que viene ahora es una historia que Javi y yo contamos con una épica ilimitada porque tenemos aún menos vergüenza que un vendedor de alfombras dubaití. Conscientes de  estar a punto de ser estafados, decidimos entre nosotros qué llevarnos (porque la posibilidad de no llevarnos nada ni siquiera se planteó): un imán y dos camisetas infantiles por cabeza, además de una reproducción metálica del Burj Khalifa como inefable muestra de exquisito gusto al decorar. Nuestro amigo Ahmed intentó colarnos de todo pero resistimos firmes como rocas ante el embate de las olas. Así que nos dijo el precio. Dos imanes, cuatro camisetas y un trozo de metal de un palmo: 800 Dirhams. Al cambio, 200 Euros. Como es fácil de imaginar, protestamos airadamente el descarado intento de cobrarnos un montón de chatarra a precio de azafrán con cocaína y amagamos con marcharnos del lugar, pero Ahmed nos retuvo con su abracadabrante amabilidad, y empezó el regateo, un juego al que el tendero árabe medio lleva jugando desde antes de que cualquiera de nosotros hubiera nacido, y en el que por lo tanto teíamos todas las de perder. Javi y yo, sin embargo, contábamos con armas para defendernos. Los dos nos dedicamos a las ventas, así que recurrimos a elaboradas técnicas de negociación aprendidas de manuales arcanos como El Arte de la Guerra o Quién se ha llevado mi queso. Al final llegamos a un acuerdo: 120 Dirhams por todo (unos 30 Euros). Fascinados por haber reducido en un 85% el precio inicial, salimos de allí con la sensación de que podríamos ser contratados por el FBI para negociar secuestros. Probablemente el valor real de lo que compramos esté más cerca de los 10 euros que de los 30, pero nadie nos quitará nunca de la boca el sabor de la Victoria.

Sheik Mohamed Al-Diego Bin González

Pese a llevar coche, la forma más cómoda de moverse por Dubái es en metro. La línea roja atraviesa el gigantesco desfiladero de rascacielos junto a la autopista, mientras que la línea verde une entre sí los barrios históricos al norte de la ciudad. La mayor parte de la primera de ellas es un tren elevado que permite dejarse las vértebras mirando hacia arriba como Paco Martínez Soria en Nueva York. El metro tiene dos clases; la Golden Class cuesta exactamente el doble que la normal, pero ambas son notoriamente baratas (75 céntimos de Euro el billete básico). Mi consejito para viajeros es: súbete al vagón caro: el resto van siempre llenos a reventar. Si eres viajera, aprovecha los vagones para mujeres. Van igual de llenos pero al menos no hay sobones.  Los 75 primeros kilómetros de metro de la ciudad se construyeron en 3 años: como absolutamente todo en Dubái, se hizo a una velocidad que el resto del planeta sólo puede envidiar. El contraste entre lo que era la ciudad a principios de los 90 y lo que es hoy en día es tan grande que simplemente no parece el mismo lugar.

La carretera Sheik Al Zayed con 30 años de diferencia
Vistas a doscientos y pico metros del suelo desde las Address Sky View Towers. El edificio con el anuncio de Toyota de la foto anterior se ve cortado en la parte inferior izquierda de la imagen

El edificio que puso a Dubái en el mapa, el lugar donde empezó todo, fue el Burj Al-Arab, la Torre de los Árabes, más conocido como el Hotel Vela. Allí nos dirigimos una noche Javi y yo, disfrazados de turistas occidentales horteras con nuestras bermudas anchas y nuestras camisas veraniegas de cuello en V. Un amabilísimo empleado se ofreció a trasladarnos desde el centro de visitantes hasta las taquillas del hotel. Porque sí, para visitar el hotel hay que pagar. Un corto trayecto de un kilómetro en un carricoche eléctrico sacado de un campo de golf nos depositó frente a una rusa de metro ochenta y ojos azules y fríos como los hielos perpetuos de Nueva Zembla, que nos informó de las opciones. Había muchas, pero mencionaré sólo la más barata: una porción de pizza y una cerveza por sesenta euros (por persona), y a cambio te dejaban mirar el recibidor del hotel exclamando oh y ah. Javi y yo nos miramos y decidimos sin palabras que esos ciento veinte euros estarían mucho mejor invertidos en otro lugar; en el momento en el que se lo comunicamos a la rusa, ella arrugó sus facciones perfectas y nos obsequió con la más intensa mirada de asco que nadie nos haya dirigido jamás. Salimos corriendo de allí camino de algún lugar donde no nos despreciaran por pobres y miserables.

Lo más cerca que llegamos a estar del Hotel Vela

A veinte kilómetros del Burj Khalifa está el edificio que le sigue en la clasificación local de altura, el Marina 101 y sus cuatrocientos y pico metros. La Marina de Dubái es un distrito residencial lleno de segundas residencias de millonarios rusos y asiáticos. Alrededor de los canales excavados en el desierto se alza un farallón de torres excesivas, que custodian un magnífico paseo marítimo lleno de bares y restaurantes donde beberse una cerveza o un cóctel a un precio que haría aullar de dolor a la billetera de Jeff Bezos. En Dubái hay una gama de precios básicamente infinita. Esa noche un par de cócteles sin alcohol y otro de cervezas salieron por algo más de 60 euros, bastante más del doble de lo que nos habría costado en Barcelona, pero en cualquier discoteca para expats occidentales un único cubata sale por esa misma cifra. La noche anterior nos habíamos puesto ciegos de pollo al curry, hummus y goulash en un restaurante de nuestro barrio a cambio de seis euros por cabeza. La siguiente tuvimos la ocurrencia de subir al bar del hotel, donde nos quisieron cobrar veinte euros por una cerveza, siempre y cuando pidiéramos cinco. Nuestro hotel, un cuatro estrellas en medio de lo que decidimos llamar Little Dhaka, nos salió por 50 € la noche, pero hay albergues con habitaciones privadas a quince o veinte euros. Unas mil veces menos de lo que cuesta una suite en el Burj Al Arab. Es fácil dejarse el dinero en Dubái, pero también vivir decentemente por muy poco.

Un atasco en la Marina de Dubái. Igual de aburrido que en la carretera de Palau Solità i Plegamans, pero con mucho más glamour, dónde va a parar

Muy cerca de la Marina está de los desarrollos inmobiliarios más conocidos del emirato, que hace veinte años contribuyó a ponerlo en el mapa, algo curioso teniendo en cuenta que en sí mismo es un mapa. The World es un complejo de 300 islas artificiales representando un mapamundi y situado a unos pocos cientos de metros de la costa dubaití. Cuando se empezó a construir, en 2001, el mundo estaba zambulléndose con alegría en la burbuja inmobiliaria de principios de siglo, así que los inversores acudieron como palomas a las migas de pan. Todos sabemos lo que pasó unos años más tarde; la crisis inmobiliaria paralizó buena parte del proyecto cuando las islas ya habían emergido, y todos los desarrollos posteriores se han visto retrasados o cancelados. Hoy día sólo hay media docena de islas funcionales y el resto corre serio peligro de ser devorada por las olas. Los desarrollos fallidos no son poco comunes en Dubái. Decenas de ellos cayeron en la crisis de 2008 (el Burj Khalifa necesitó cuatro mil millones de dólares del emir de Abu Dhabi para terminarse), y muchos de ellos nunca han vuelto a ponerse en marcha. El negocio inmobiliario y la construcción suman un 10% del PIB de Dubái, pero buena parte de esos desarrollos son únicamente vehículos de inversión sin una utilidad real. Esto, combinado con la misma sensación que tuvimos en Abu Dabi de que todo el mundo estaba de paso y que la mayor parte de la fuerza laboral del país tiene pensado irse, nos hizo plantearnos la viabilidad a cincuenta años vista de la ciudad. Pero bueno, en cincuenta años, todos calvos. El tiempo dirá.

The World y Palm Jumeirah, las islas artificiales que dieron el pistoletazo de salida a la locura inmobiliaria dubaití a principios de siglo (NASA)
Curioso parque infantil iluminado con LEDs en el Dubai Creek Harbour, una de las zonas más de moda de la ciudad, inaugurada en su inmensa mayoría en 2021 y 2022

Nuestra última noche en la ciudad la pasamos cenando en una terraza en el Dubái Creek Harbour, atendidos por una camarera chipriota, rodeados de familias de treintañeros jordanos y libaneses que empujaban carritos de bebé y de grupitos de jóvenes y adolescentes norteamericanos, rusos y japoneses disfrutando de las agradables temperaturas casi veraniegas. Dubái es un crisol, probablemente el más diverso del mundo, como Nueva York cien años atrás, pero con esteroides. Es una ciudad que tiene dos opciones, seguir creciendo o desaparecer devorada por el desierto, y que por ahora ha decidido que su camino es el primero. Apenas el 1% de los ingresos del emirato provienen del petróleo; son el comercio y las finanzas internacionales, junto con los sectores inmobiliario y turístico, los que mueven la ciudad. Desde aquella terraza veíamos titilar las luces de colores del edificio más alto del mundo, que se reflejaban en el mar, al igual que todo el espectacular skyline de la ciudad, y pese a nuestras dudas, tuvimos toda la impresión de que si había un lugar que representaba el futuro, ese era Dubái. Así que nos prometimos volver. Antes de tomar nuestro avión de regreso a España, eso sí, teníamos que hacer una excursión increíblemente fronteriza. Próximamente en sus pantallas: Omán y el huevo frito del desierto

El Museo del Futuro, uno de los edificios más extraños y hermosos de la ciudad

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19 respuestas a “Oriente Medio exprés. Capítulo 3: Dubái o la desmesura en el desierto

  1. Avatar de pedgonvi pedgonvi 8-junio-2023 / 8:25 am

    Gracias, Diego. Siempre mola leerte!

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  2. Avatar de Karji Karji 9-junio-2023 / 12:24 am

    ¿No fuisteis al centro comercial más grande del mundo, con su dinosaurio y todo?
    Feo y superficial como el resto, pero, oye, el más grande del mundo.

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    • Avatar de Diego González Diego González 9-junio-2023 / 10:31 am

      Estuvimos, sí, el día que subimos a la torre. Hay una librería inmensa, y no salimos de ahí

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  3. Avatar de Matias ND Matias ND 9-junio-2023 / 2:19 am

    Otra gran entrada.
    Me dolieron algunos de los precios que mencionaste, de verdad me darán pesadillas esta noche

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  4. Avatar de Brian M Brian M 10-junio-2023 / 4:38 am

    Saludos!

    Fan total desde la siempre insípida Miami.

    Superficial y caliente todo el año. Con buenos conciertos y comida, eso también.

    Grande Blog de Fronteras

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  5. Avatar de Txinguetti Txinguetti 10-junio-2023 / 8:51 am

    Admirador del Blog de Fronteras.
    Conozco bien Dubai y habeis sido capaces de describirlo de manera amena y perfectamente inteligible.
    Comparto todos vuestros comentarios.

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  6. Avatar de MARIUS MARIUS 14-junio-2023 / 7:24 pm

    Muchas gracias. Tremenda entrada y gran cierre a la saga por oriente medio. En verdad que me encanta tu estilo para narrar semejantes aventuras.
    Estaré esperando la siguiente aportación.

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  7. Avatar de Javier Sánchez Javier Sánchez 26-junio-2023 / 4:52 pm

    Me resulta sorprendente el tipo de coche( un utilitario) que alquilasteis, máxime si teníais pensado salir de la red de autopistas de los EESAA.

    En Dubai todo es excesivo, pero los centros comerciales están siempre llenos y las autopistas repletas. Hay turistas por todos lados y los emiratíes tratan de convencerte de que están en la modernidad más rabiosa pero respetando y conservando sus tradiciones.

    En cualquier caso, cuando uno viaja a un país árabe, aunque sea tan sui generis como los EAU, hay que tratar de mantener cierto respeto por sus tradiciones y no tratar de buscar constantemente cerveza a cascoporro….

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