Crónicas tunecinas. Capítulo 2: ¿Cada cuánto tiempo piensas en el Imperio Romano?

En la primavera del año 146 antes de nuestra era, y tras más de dos años de asedio, las tropas romanas, encabezadas por Publio Cornelio Escipión el Africano, consiguieron romper las murallas de Cartago. La batalla fue larga, cruenta y despiadada. Cien mil soldados y civiles armados pelearon por cada casa, cada tejado y cada calle. Pero las tropas romanas eran demasiadas y estaban demasiado bien armadas y dirigidas. Lenta pero inexorablemente la resistencia fue triturada. Cientos de miles de personas murieron a lo largo de los meses que duró la batalla. Los últimos 50.000 supervivientes cartagineses se rindieron, y fueron vendidos como esclavos. Poco después se hizo realidad la frase que Catón el Viejo llevaba pronunciando años: Carthago delenda est. La ciudad, que por entonces era la segunda más poblada de África y del mundo (detrás de Alejandría), fue demolida piedra a piedra hasta que no quedó nada. Lo que había sido Cartago se convirtió en una provincia romana, y hoy en día los vestigios romanos están esparcidos por todo Túnez. Y ya que teníamos un coche, fuimos a verlos.

10 dinares nos cobró el dueño del camello por hacer la foto

La primera parada de nuestro tour africano-romano fue, claro, Cartago. La antigua capital púnica está situada apenas a quince kilómetros de lo que hoy es la capital de Túnez, y es la residencia del presidente del país, así que hay una autopista de tres carriles para llegar allí. Aunque, todo sea dicho, lo de los tres carriles, como en general todas las normas de conducción tunecinas, es más bien orientativo. Hay una docena de sitios arqueológicos por toda la ciudad; en cualquiera de ellos se puede comprar la entrada que sirve para todos; como se trata de un organismo estatal, no hay que regatear, y de todos modos los cuatro euros que cuesta el ticket son una absoluta ganga. Nuestra primera parada fue el anfiteatro, o lo que queda de él, que es básicamente la arena y poco más. Unos turistas coreanos y otros saudíes confraternizaban en sano cosmopolitismo mientras nos hacíamos fotos y nos percatábamos de ciertas diferencias con los monumentos conservados en Europa. La más obvia: aquí todo se puede tocar y a todo se puede uno subir.

El anfiteatro de Cartago, visto desde donde hace cosa de dos mil años estaban las gradas

Junto a la mayor mezquita de la ciudad hay más restos arqueológicos que nosotros creíamos que eran romanos, pero son bastante posteriores. Se trata de la Basílica de Domous El Karita, el principal templo paleocristiano en Túnez, que comenzó a construirse en el siglo IV y se terminó al menos dos siglos más tarde, ya en época bizantina. Lo que más llama la atención no son las columnas ni las excavaciones, sino que aquello está en un descampado a un costado de la carretera, pegado a un cementerio y sin ningún tipo de cierre, como si fuera lo más normal del mundo tener restos arqueológicos de milenio y medio de antigüedad en la cuneta. Aparcamos el coche junto a los restos, pero si hubiéramos querido podríamos haber metido nuestro Kia Picanto de alquiler entre columnas de hace mil años, nadie nos habría dicho nada. No hay presupuesto para mantener el lugar, no digamos ya para seguir excavando, así que es un milagro que haya llegado algo hasta nosotros.

Restos de la basílica paleocristiana de Domous El Karita

Al llegar a la colina de Birsa, hogar del principal sitio arqueológico de la ciudad, un vendedor se nos atravesó para indicarnos dónde podíamos aparcar. Como absolutamente todos los propietarios de puestecitos de regalos de Túnez, hablaba una mezcla de español e italiano con toques de inglés perfectamente inteligible. «No money, no dinero», gesticuló cuando le fuimos a dar una moneda, «sólo visitare shop después». Casualmente habíamos aparcado en la mismísima puerta de su tienda, donde nos intentarían desvalijar antes de marcharnos. En el interín visitamos los pocos restos de la Cartago púnica que aún quedan en la colina fue donde se refugiaron los últimos cartagineses que resistían el tenaz asedio romano. Cuando se rindieron, miles se suicidaron, sabedores del destino que les esperaba, y decenas de miles más fueron vendidos como esclavos. La última visión que tuvieron de su amada ciudad desde lo alto de la colina debió ser la de miles de edificios en llamas y destrucción por doquier. Hoy las vistas son mucho mejores, y la única batalla que se da es la de los comerciantes intentando exprimir al turista desprevenido.

Ruinas de la Cartago púnica. Al fondo, Túnez
Un paseo por la Pompeya tunecina

Después de visitar la Catedral de San Luis y la tienda de nuestro aparcacoches particular (salimos con sólo dos imanes de nevera, para su enorme decepción) enfilamos hacia el caos del centro de Túnez capital, y después de salir indemnes de semejante experiencia, enfilamos el coche hacia el sur. La carretera A1 también se conoce como Transafricana, un nombre tan sugerente que nos dieron muchas ganas de conducir hasta Ciudad del Cabo, aunque en realidad la ruta de la carretera es El Cairo-Dakar. O lo será cuando se acabe, cosa que no tiene pinta de ir a suceder pronto. No abandonamos la autopista, perfectamente mantenida, durante las dos horas de trayecto hasta nuestro siguiente destino romano. El Jem.

Si ves «Trípoli» en un cartel de la carretera y no te dan ganas de conducir hasta allí, es que no estás vivo

Pasamos la noche en un hotel de las afueras en el que éramos los únicos clientes, y por lo tanto, nos trataron como a monarcas medievales. El contraste entre el relativo lujo del hotel y la absoluta decadencia polvorienta de la ciudad de El Djem nos resultó chocante, pero la visión del anfiteatro romano en mitad de esa versión pequeñita de Mogadiscio que lo rodea directamente nos dejó boquiabiertos. Ojipláticos, incluso. Aparcamos el coche en una calleja lateral y exactamente quince segundos de reloj después apareció el inevitable tendero tunecino que nos invitó amablemente a aparcar el coche delante de su tienda (una de las cinco que tenía en la ciudad, nos informó orgulloso). Así evitábamos cualquier peligro, o que se lo llevara la grúa. En Túnez el concepto de grúa municipal es alienígena, pero mira, así nos vigilaban el coche. Por supuesto, no aceptó nada de dinero, sólo souvenirs.

Poco que envidiarle al Coliseo, la verdad
El Jem y la nada (fuente)

El anfiteatro de El Jem destaca en el centro de la ciudad como una esmeralda del tamaño de un chalé adosado en mitad de un vertedero de neumáticos. Está tan absolutamente fuera de lugar que al cerebro le cuesta conciliar la visión. Es el único edificio de piedra de la localidad, y de hecho probablemente el único edificio sólido, o con cimientos. No está muy clara la fecha de su construcción pero todo apunta al primer tercio del siglo III de nuestra era. Es el edificio romano más grande de África, y el cuarto coliseo más grande del mundo. No hay visita al país que no incluya el lugar, y más de medio millón de personas al año pasan por allí. Dice el refranero español que a quien madruga Dios le ayuda, y aunque todos los que nos hemos comido un atasco en la autopista viendo amanecer desde el coche sabemos que es mentira, en nuestro caso llegar allí antes de las ocho de la mañana nos permitió disfrutar brevemente de un monumento romano patrimonio de la humanidad para nosotros solos. ¿A quién no le va a gustar?

Vista de la arena desde una de las galerías elevadas. En total tiene unos veinticinco o treinta metros de altura (unos ocho pisos de escaleras. Escaleras romanas.
Javi, mi compañero de viaje, posando involuntariamente en la galería que recorre la fachada. Es otro Javi distinto al de siempre. Todos mis amigos se llaman Javier.
Foto pretendidamente artística enmarcando las escaleras iluminadas por el sol con la sombra y la oscuridad de las cisternas y galerías subterráneas

Nuestro tendero y vigilante de coches intentó cobrarnos 120 dinares (36 euros) por dos imanes de nevera, dos Cocacolas frías y un sombrero bastante ridículo que adquirí con idea de usarlo en el desierto; al final redujimos a la mitad esa cifra, así que sólo pagamos el triple o el cuádruple de su precio real. Después de pagar otros tres euros por hacerle una foto a un camello con el anfiteatro de fondo compramos un par de garrafas de agua en una tienda atendida por un anciano, y esta vez nos cobró lo mismo que a los tunecinos: tres dinares (menos de un euro) por diez litros de agua. Ahí comprobamos hasta qué punto pagábamos un sobreprecio por cualquier cosa. Como el buen hombre había renunciado a timarnos procedimos a arramblar con todo lo que pudimos, para preparar nuestra travesía del desierto, que será narrada en una próxima ocasión.

El mismo dromedario de la primera foto, descansando despreocupadamente
Detalle de las paredes de roca caliza del Anfiteatro de El Jem, repletas de inscripciones de décadas, cuando no siglos de antigüedad. El ser humano es igual en todos los lugares y épocas

Al día siguiente, después de atravesar el desierto dos veces y de conducir una cantidad excesiva de horas esquivando dunas y dromedarios, llegamos a nuestra última parada romana: Sufetula. O como se llama actualmente, Sbeitla. Hay más de un kilómetro y medio desde el Arco de Triunfo del principio hasta los restos del anfiteatro en el otro extremo del sitio arqueológico, y entre medio todo son restos romanos y bizantinos, incluyendo el foro y los templos capitolinos, que están entre los mejor conservados del Mediterráneo, que es como decir del mundo.

Arco de Triunfo levantado durante la época de la Tetrarquía
Dos de los tres templos que se conservan mayormente en pie en Sbeitla

Dimos un largo paseo durante dos o tres horas, la mayor parte de las cuales éramos los únicos seres humanos a la vista, con la excepción de dos tipos que intentaban vendernos «auténticas monedas romanas» o «auténticos mosaicos» a unos tres euros la unidad. Más chinas que romanas, las monedas. La explanada ante los templos es un lugar grandioso en el siglo XXI como lo era en el siglo III, cuando fueron levantados, y la sensación de estar siendo contemplado por siglos de Historia, como dijo Napoleón, era intensísima. Hay más Imperio Romano en Túnez pero cae a trasmano de las rutas principales y por lo tanto es café para los muy cafeteros. Por nuestra parte, después de tanto viaje por el pasado nos instalamos en un apartamento junto al mar, no sin antes cruzar cientos de kilómetros de desierto adicionales. Porque eso fue lo que más nos impresionó de Túnez: el desierto. Próximamente en vuestro blog fronterizo favorito.

Los templos y los restos del foro de Sbeitla

3 respuestas a “Crónicas tunecinas. Capítulo 2: ¿Cada cuánto tiempo piensas en el Imperio Romano?

  1. Matias ND 27-May-2024 / 4:33 pm

    Con lo de Trípoli sucede algo:

    Si ves «Trípoli» en un cartel de carretera y no tienes ganas de conducir hasta allí, no estas vivo, con eso estoy de acuerdo.

    Pero si ves «Trípoli» en un cartel de carretera y de verdad conduces hasta allí, no tienes ganas de estar vivo.

  2. Marius 29-May-2024 / 12:14 am

    Excelente aporte, sin duda una sensación sobrecogedora estar ante tantos elementos romanos, especialmente fuera de Roma.

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