Las fascinantes cartas náuticas de ramas de las Islas Marshall

Las primeras embarcaciones creadas por el ser humano probablemente fueron precarias balsas de madera botadas en los ríos Tigris y Eúfrates hará unos diez mil años. Durante los siguientes noventa siglos la navegación fue mejorando muy lentamente, sin alejarse nunca de la costa, hasta que los navegantes fenicios decidieron salir a mar abierto guiándose por la posición del sol y las estrellas. Sin embargo, y hasta milenio y medio más tarde, cuando comenzó la era de los descubrimientos, casi toda la navegación comercial y de guerra siguió siendo de cabotaje, al menos en Europa. Entre dos puertos cualesquiera del Mediterráneo siempre había una costa que seguir. Pero en otros lugares del mundo la cosa no era tan sencilla. En lo que hoy llamamos región de Micronesia no existía una costa que sirviera de guía y ancla entre un puerto y el más cercano, sino que estaban separados por decenas, cuando no cientos de kilómetros de alta mar; los treinta atolones de las Islas Marshall se extienden por dos millones de kilómetros cuadrados de mar, casi la superficie del Mediterráneo, pero con apenas un par de cientos de kilómetros de costa. Sin los instrumentos que se usaban en el Mediterráneo desde la antigüedad y hasta la edad moderna (astrolabios, cuadrantes, brújulas, cosas así), y sin cartas náuticas, ¿cómo se las apañaron para viajar de una isla a otra y mantener el comercio y el intercambio durante milenios? La respuesta o al menos parte de ella está hecha de pequeños palos de madera y conchas. Los mapas de ramas de las Islas Marshall.

Carta náutica heha con palitos y conchas marinas (National Geographic)

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La isla de la Unión. Cómo Argentina y Uruguay llegaron a tener una frontera seca en un enclave

Uno de los puestos de mayor responsabilidad en cualquier navío del siglo XVI era el de despensero. Su labor consistía en racionar las provisiones (alimentos, agua, vino) del buque en los viajes de larga distancia, de los que en aquella época España y Portugal enviaron unos cuantos alrededor del mundo. El 8 de octubre de 1515 el expedicionario Juan Díaz de Solis partió desde Sanlúcar de Barrameda con la intención de hallar un camino entre la Península Ibérica y las Islas Molucas rodeando el continente americano. Tras cruzar el Océano y llegar a las costas brasileñas emprendieron el viaje al sur. En febrero de 1616 llegaron al estuario del Río de la Plata, siendo los primeros europeos en alcanzar el lugar. Por esas fechas el despensero de la expedición murió de fiebres, escorbuto o cualquier otra de las mil causas que mataban a los marinos a puñados. Solís decidió desembarcar en la primera isla que encontró y darle al despensero cristiana sepultura. Ese despensero se llamaba Martín García y la isla donde fue enterrado lleva su nombre. En los siguientes cinco siglos la exigua superficie del islote concentró gran parte de las historias de Argentina y Uruguay y acabó convirtiéndose en una excepcionalidad geográfica y fronteriza de primer orden, en la que a una isla de un país acaba brotándole un apéndice que legalmente pertenece a otro país.

Martín García desde el aire. No toda la tierra que se ve en la fotografía es argentina

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Inglaterra, Gran Bretaña, Reino Unido, Islas Británicas y la madre que los parió a todos

Cuando nos referimos al estado soberano cuya capital es Londres lo hacemos indistintamente con varias expresiones: Reino Unido, Gran Bretaña, Inglaterra o Islas Británicas. Sin embargo cada una de esas cuatro expresiones significa algo distinto y abarca un entorno geográfico y político diferente, y, lo que es peor, ninguna de ellas es del todo precisa respecto al espacio geopolítico al que nos referimos. Repasemos:

  • Inglaterra. Es una de las cuatro naciones constituyentes, y una de las tres dentro de la isla de Gran Bretaña. Limita al Norte con Escocia y al Oeste con Gales.
  • Gran Bretaña: La isla donde se encuentran Inglaterra, Gales y Escocia.
  • Reino Unido: La suma de Gran Bretaña y el trozo de la isla de Irlanda bajo soberanía de Londres (Irlanda del Norte, vamos). El nombre completo del país es «Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte», por cierto.
  • Islas Británicas: Las Islas de Gran Bretaña e Irlanda, esta última dividida entre dos estados diferentes: La República de Irlanda e Irlanda del Norte, parte del Reino Unido.

Parece sencillo, ¿verdad? Bueno, pues no lo es tanto.

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Antología de la toponimia triste

¿Quién le pone los nombres a los sitios? ¿Y por qué? La toponimia en muchas ocasiones no es más que un reflejo de la Historia. No necesariamente de la Historia del lugar, eso sí. Las Islas Salomón se llaman así porque Álvaro de Mendaña, el español que les dio su actual nombre, estaba convencido de que eran ricas como el viejo personaje bíblico. Canadá, según el investigador de la Universidad de Vermont Juan Francisco Maura, tiene su origen en la palabra española Cañada, como el estado de Montana lo tiene en la palabra Montaña. Más de veinte países, entre otros Filipinas, Colombia, las Islas Marshall, China o Kiribati, deben su nombre a una persona concreta (en los casos citados anteriormente, Felipe II, Cristóbal Colón, John Marshall, el emperador Quin y Thomas Gilbert). Siempre, o casi siempre, hay un por qué para el nombre de los lugares. Puede tratarse, como en el famoso caso de los lagos «Another Lake» y «And Another Lake», de puro aburrimiento topográfico, o, como sucede con las islas Árticas o algunos estados de Australia, homenaje o peloteo a patrocinadores y mandatarios. A veces, sin embargo, el nombre de un lugar despierta asociaciones mentales que pueden tener o no que ver con la realidad física del territorio al que nombra. Son lugares en los mapas que nos inspiran sentimientos, bien porque los asociamos con productos culturales o leyendas (Tombuctú, Samarkanda) o, simplemente porque el nombre es la expresión de un sentimiento. Los lugares que hoy vamos a visitar se caracterizan por su toponimia alicaída, deprimente, afligida o contrita. También visitaremos lugares con nombres oscuros, siniestros o infaustos. Porque la geografía también puede ser inquietante. Seguir leyendo

Los próximos referendos de independencia en el mundo (parte 2: Bougainville)

Además del referéndum de independencia en Chuuk del próximo 5 de marzo también hay otro plebiscito por la independencia en Oceanía el año próximo. Se trata de la isla de Bougainville, que actualmente pertenece políticamente a Papúa-Nueva Guinea pero geográficamente forma parte de las Islas Salomón. Separada de su archipiélago natural por esas cosas que tiene el colonialismo, el referéndum de independencia del año próximo es el último acto de la peor guerra que ha vivido Oceanía y el Pacífico. La fecha prevista (todavía provisional) es el 15 de junio, y la pregunta es: «¿Desea usted para Bougaiville a) Más autonomía b) La independencia».

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Los próximos referendos de independencia en el mundo (parte 1: Chuuk)

Hace unos días se celebró un referéndum de independencia en el territorio francés de Nueva Caledonia. Tal y como vimos en este vuestro blog fronterizo, el resultado del referéndum fue la permanencia, por ahora, del archipiélago como parte integrante de Francia. El asiento número 194 de la Asamblea de Naciones Unidas tendrá que esperar, por ahora. Pero, ¿cuánto? Quizás en 2019 se estrene. Dos referendos, ambos también en Oceanía, podrían terminar con la creación de un par de nuevos países en el continente. Veámoslos.

Resumen gráfico de los resultados del referéndum de Independencia de Nueva Caledonia

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Nueva Caledonia, ¿el miembro 194 de la ONU?

Empecemos por el final: probablemente no. Y ahora recapitulemos. Hoy domingo 4 de noviembre (todavía era  3 de noviembre en parte de Europa y en América cuando han abierto las urnas) se celebra en el territorio francés de Nueva Caledonia un referéndum de independencia, el primero legal en el mundo desde el de Escocia en 2014. Este referéndum se pactó con Francia hace ahora un año, pero tiene sus raíces en el acuerdo de Numea, firmado hace dos décadas, y que otorgó al archipiélago su estatus actual de «colectividad especial», un grado de autonomía dentro de la Francia de Ultramar donde el gobierno local dispone de casi todos los poderes atribuidos a un Estado, siendo las excepciones defensa, justicia y moneda. El acuerdo de Numea, por su parte, fue la consecuencia del pacto del Hotel Matignon de 1988, negociados entre partidarios y detractores de la independencia. Ese pacto fue el modo que se encontró de ponerle fin a una situación extremadamente tensa, con ocasionales ramalazos de violencia muy grave, como la toma de rehenes de ese mismo año que acabó con 21 muertos, la mayoría de ellos secuestradores.

Tanto la bandera francesa como la canaca son oficiales en Nueva Caledonia. Este pastiche de ambas es el que utiliza la FIFA para representar a la selección de fútbol local en las competiciones internacionales.

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Palmerston, la isla del fin del mundo donde todos tienen el mismo apellido

Palmerston es un atolón coralino con media docena de islotes interrumpiendo brevemente la  agitada superficie del Océano Pacífico. En medio del atolón se encuentra una laguna de aguas turquesas donde se pueden pescar magníficos ejemplares de pez loro para asarlos después debidamente espetados. Políticamente Palmerston pertenece a las Islas Cook, un protectorado neozelandés en mitad del Océano Pacífico. La isla habitada más cercana, Aitutaki, está a 350 kilómetros de distancia. Rarotonga, la capital de las archpiélago, a más de 500. En Palmerston no hay aeropuerto y los hidroaviones no pueden aterrizar porque el coral es muy poco profundo. Tampoco hay un puerto donde pueda atracar un barco. Llegar allí supone al menos dos días de navegación, aunque no existe un servicio regular de pasajeros. Es un sitio, en suma, bastante remoto. Y todos los habitantes comparten el mismo apellido porque todos descienden de la misma persona.

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Seis meses francesa, seis meses española. La Isla de los Faisanes, el enclave intermitente

Domingo, siete y media de la mañana. Una lluvia fría y desagradable barre el río Bidasoa a su paso por Irún. En la orilla sur, con los pies metidos hasta los tobillos dentro de un barro fétido y mugriento, un hombre se apoya en la rama medio podrida de un árbol intentando no caerse. Lleva unos pantalones cortos, y un polo azul eléctrico perfecto para el Paseo Marítimo de cualquier ciudad mediterránea, pero extremadamente inapropiado para una mañana lluviosa y desapacible en el País Vasco. Debajo del lodo, calza unas zapatillas deportivas de vivos colores, de nuevo perfectas para caminar tranquilamente por el paseo peatonal que discurre en la margen contraria del río, pero completamente impropias para avanzar por el fango. En un par de ocasiones, al dar un paso, la zapatilla ha amenazado con quedarse en el cieno, y sólo con esfuerzo y haciendo palanca el hombre ha conseguido evitar la desgracia. Hace dos meses que nuestro hombre planeó este viaje. Podría haber traído un chubasquero. Podría haber traído, claro, botas de agua, o al menos alguna prenda de manga larga. Podría haber hecho todo eso, pero ya es tarde para lamentarse. Diez años de espera están a punto de llegar a su fin. Hay una misión que cumplir, y una historia que contar. La de la Isla de los Faisanes.

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Sobre mundos perdidos, pirámides en Australia y monstruos resucitados

La entrada de hoy nos la trae uno de los lectores más veteranos de este su fronterizo blog. Se trata de Martín Donato, a quien recordaréis porque ya apareció por aqui mezclando fútbol y países no reconocidos. Si os gustan los chistes tan malos que figuran en la lista de los 10 más buscados del FBI, podéis seguirle en Tuíter: @martindonato. De paso podéis felicitarle, puesto que hoy cumple una pila de años y lo ha querido celebrar aquí. No me hago responsable de las consecuencias que pueda tener sobre vuestra salud mental. 

Lo primero que habréis pensado tras leer el título es: “ya se le coló a Diego un fan de Iker Jiménez en el blog”. Tranquilos,no es el caso. Creo que fue Samuel Goldwyn el que dijo que una buena historia empieza con un terremoto y de ahí para arriba. Y bueno, para una vez que uno puede escribir en este, su blog de cabecera (y hasta aquí el momento señor Lobo), no es cosa de quedarse en una serie B. Aquí preferimos las superproducciones. Y si  existe algún lugar que sea el escenario  ideal para una superproducción fronteriza, tiene que estar, sin duda, en Australia. Y hacia allá viajamos. No exactamente hacia el hogar de los canguros,  Bob Hawke y  el Vegemite, sino a un lugar aún más aislado y escondido… Pero antes de que redoblen los tambores, toca contar como llegué hasta allí.

Uno, como firme partidario de que un exceso de ejercicio no es sano, tiene como deporte favorito la navegación internaútica. Especialmente, wikipédica. Allí te puedes dejar llevar por la corriente durante horas, yendo de un artículo a otro, enlazando temas en apariencia inconexos como la Guerra de los Canudos y la bruselización. Y entonces, sin saber exactamente como llegué allí… la vi. Si estoy escribiendo aquí (aparte del necesario soborno al dueño del garito y el tráfico escandaloso de influencias) es porque se me podría calificar de friki geográfico. Y como dentro de ese siniestro grupo aún se puede encontrar una vasta diversidad de parafilias, la mía seria, sin duda, las islas. Especialmente las pequeñas, las que se puedan abarcar de un solo vistazo.

Las islas son trozos de mundo hechos a escala humana, abarcables, con límites. Sirven para no sentirnos como lo que realmente somos, minúsculas motas de polvo en el tiempo y el espacio.  Supongo que todos (decidme que si, o voy a tener que pensar que soy aún más raro de lo que pensaba) hemos soñado con tener un país propio, un sitio utópico, lleno de leyes justas, felicidad y mujeres hermo… perdón, leyes justas y felicidad.  Y nada mejor para ello que una isla. Así que teniendo claro eso, que yo salive ante  una vista panorámica de las islas Sorlingas es de lo más normal del mundo… o, por supuesto. delante de ESTO.

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