El mismo día en que tomó posesión del cargo Donald Trump firmó una orden ejecutiva cambiándole el nombre al Golfo de México, que pasaría a denominarse Golfo de América, refiriéndose América en este caso a los Estados Unidos de ídem, no al continente completo, que, como el lector seguro conoce, se denomina en inglés The Americas. El 9 de febrero, hace dos días, el the Sistema de Información de Nombres Geográficos del USGS (Geographic Names Information System, o GNIS) actualizó su base de datos para recoger el nuevo nombre, y ayer mismo Google Maps actualizó sus mapas en todo el mundo para reflejarlo. Pero hay una pregunta inevitable. ¿Basta la voluntad de un gobernante para cambiarle el nombre a las cosas? Hay dos respuestas y ambas son correctas: sí y no. Disculpen la ambigüedad.


