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«Lo mejor para viajar es ir con un gilipollas, porque conoces sitios que jamás conocerías tú solo».
La mejor manera de aprender algo es haciéndolo. Por ejemplo, la mejor manera de aprender que un utilitario estándar de alquiler con tracción delantera no puede circular por el desierto es empotrarlo contra una duna y quedarse atascado. Podría alegarse, claro, que para adquirir ese conocimiento no es necesaria una prueba empírica, que basta con tener más de media docena de neuronas funcionales o un par de átomos de sentido común, pero los que estábamos en el desierto con un Nissan Sunny éramos Javi y yo, y no vosotros. Así que no nos juzguéis. Hoy, en Fronteras: el pueblo que sucumbió al desierto.

Era nuestro último día en Dubái y en Emiratos. Queríamos visitar algún sitio bizarro porque, bueno, somos como somos. Así que consultamos Atlas Obscura, nuestra página de referencia al respecto, y encontramos un pueblo fantasma devorado por el desierto a una hora en coche de la ciudad. Y ya está, no había mucho más que discutir. Fuera de Dubái y Abu Dabi, y de la carretera que une ambas ciudades, circular en coche por Emiratos es una experiencia a la que el europeo occidental medio no está acostumbrado. Las normas, o al menos su cumplimiento, son notoriamente más laxas e informales, así que es bastante común encontrarse cosas extrañas, por ejemplo, manadas de dromedarios cruzando la autopista. A estas alturas del viaje ya estábamos bastante curados de espanto, pero no deja de impresionar la facilidad con la que se mueven esos bichos en estado salvaje en el interior del país.

Según Google Maps hay un camino que te deja en la mismísima puerta del pueblo abandonado, así que seguimos al navegador fuera de la autopista, y luego fuera de la civilización. Cuando al cabo de menos de un kilómetro el mapa nos metió por una pista de arena desértica Javi empezó a ponerse nervioso. «Oye, Diego, no sé yo si podemos ir por aquí» «Google dice que sí» «Ya, pero cada vez hay más arena y vas a perder tracción» «Yo digo que sigamos» «Ya, pero tú eres retrasado» «¡Hemos venido a jugar! ¡LEERROOOOOOY JENKIIIINS!«, y fue ese, por supuesto, el momento en el que el coche se quedó atascado en una duna de dos palmos y medio de alto. Después de varios telodijes tan oportunistas como poco respetuosos por parte de Javi, que incluyeron una deposición en mis antepasados fallecidos, nos pusimos a buscar la manera de desatascar el coche. «Yo puedo llamar al RACC en caso de emergencia» «Esto no es una emergencia, es una negligencia, Diego». Cabe mencionar que eran aproximadamente las doce del mediodía y la temperatura ambiente era de 38 grados a la sombra, o lo habría sido si hubiera habido alguna sombra. Fuimos bendecidos por la fortuna y encontramos una tabla medio podrida que usamos para ir moviendo el coche poco a poco hasta que pudimos retornarlo a la pista.


Entablamos una discusión entonces acerca de qué hacer. Javi era partidario de abandonar la visita y regresar al aeropuerto de Abu Dabi, el muy cobarde. Yo, que tengo un larguísimo historial de enfrentamientos victoriosos contra la sensatez, apoyaba la opción de buscar un camino alternativo, eso sí, llevando con nosotros la tabla salvadora. Estuvimos un rato de tira y afloja hasta que una aparición vino a ayudarnos a decidir. Una Toyota pick up hecha cisco, sin matrículas, con más agujeros que un soldado ruso y pinta de haber tomado parte en al menos media docena de guerras africanas se detuvo a nuestro lado levantando un remolino de polvo. Al volante, un tipo enorme con todito el aspecto de haber sido mercenario a sueldo en una fase anterior de su vida, que nos preguntó si teníamos intención de visitar el pueblo fantasma, y se ofreció a llevarnos por 150 dirhams, que después del inevitable tira y afloja quedaron reducidos a 100 (25 euros). Así que una vez más repetimos nuestro mantra; hemos venido a jugar, y nos subimos a la parte trasera de la camioneta.


Dejamos nuestro coche tirado en mitad de una pista en el desierto, con nuestras maletas dentro, y nos montamos en la pick up sin matrículas de un desconocido porque alguien tiene que ponerse en el extremo izquierdo de la campana de Gauss. Enumeramos qué cosas horribles podían pasarnos. Robo de equipaje, dejarnos tirados en el pueblo fantasma o tráfico de órganos fueron algunas de las que se nos ocurrieron. A eso Javi le tenía que añadir la hernia de disco; nunca he sufrido una, pero estoy seguro de que meterse en el suelo de la cabina de carga de una pick up desvencijada de 1974 con los amortiguadores destrozados a dar saltos sobre las dunas no es algo que los traumatólogos recomienden como tratamiento. Pese a nuestros temores y nuestras fantasías funestas, llegamos al poblado sin novedad en apenas 15 minutos.



Hace cinco años prácticamente nadie fuera de Emiratos Árabes conocía Al Madam. O si conocían algo, era el pueblo que comparte nombre con la aldea fantasma, una localidad de unos 10.000 habitantes a una hora de Dubái y a unos tres kilómetros del sitio abandonado. Unos británicos haciendo el indio por las dunas con todo terrenos se encontraron las ruinas del lugar y trataron de averiguar su origen. Aparentemente, el poblado se construyó a principios de los ochenta para alojar un campamento de beduínos, y fue abandonado mayoritariamente en la siguiente década. El viento permanente, las frecuentes tormentas de arena y la falta de mantenimiento de un lugar perdido en mitad de la nada acabaron convenciendo a los poco más de treinta habitantes de marcharse a lugares más cómodos, dejando el pueblo a merced de los elementos y de la arena. No se sabe muy bien cuándo quedó completamente abandonado, pero en ningún caso más tarde de 1999. La mayoría de las casas originales ya están debajo de la arena y no pasará mucho tiempo hasta que sólo quede en pie el minarete de la mezquita. En el último lustro el lugar ha ido ganando popularidad y ahora ya se venden tours organizados desde Dubái y excursiones en quad. Y, por supuesto, hay gente esperando a que turistas con menos IQ que talla de zapato se queden atascados en una duna.




Nuestro rescatista y chófer improvisado se llamaba Abu Mohammed y había nacido en Nuakchot, Mauritania. Su trabajo es el más fácil del mundo, separar a los tontos de su dinero. Se sienta a la entrada del desierto en su furgoneta cayéndose a cachos y espera al primer coche de alquiler. Les da 5 minutos y les rescata, y a cambio de una cantidad razonable de dirhams se los lleva de excursión en una cafetera Toyoya que fue usada para desminar Libia. Cuando nos dejó de vuelta el coche seguía allí, pero había otro automóvil de alquiler aparcado justo al lado. Sin duda, más turistas con un exceso de optimismo y cierta carencia capacitiva en el lóbulo frontal. Pero desde otro punto de vista, por lo que cuesta un cubata en una discoteca de Barcelona vivimos una experiencia inusual, divertida y que seguiremos contando cuando la arena finalmente se trague la última casa de Al Madam. Y para eso es para lo que viajamos. Para recordar.
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Excelente historia.
Yo digo, si me lo propusiera, podría encontrar aún más destinos fatalistas sobre subirse a una camioneta de una persona random en mitad del desierto.
No voy a mentir, esperaba que la causa de la muerte del pueblo haya sido que el desierto haya empezado a tragarse al pueblo, y no viceversa.
Tampoco me hubiera sorprendido si eso haya sido consecuencia de alguna acción humana, pero como se puede ver estaba equivocado.
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Increíble historia, estas son las aventuras que nunca se olvidan, me encantó, saludos.
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Trayecto perfectamente razonable realizar en un coche de alquiler con tracción delantera la víspera de tomar un vuelo de vuelta a casa.
Hace ventipico años comprobé, porque hacia falta comprobarlo, que un Opel Astra familiar, tracción delantera, cargado de 5 personas y lleno de equipaje es capaz en Islandia de dar la vuelta a la isla, …. y de no ver las señales de «sólo 4×4» ni de «peligro vadear río», de tomar la F35 («F» = pista = no coches de alquiler = hemos venido a jugar) que no deja de ser el atajo que te lleva del norte de la isla hasta Geysir pasando por un f***ing middle of nowhere entre dos glaciares.
La recompensa fue una noche de lo más fresca, un viento incesante, y un cielo encapotado…. que durante un rato se abrió para que pudiéramos ver una aurora.
Al día siguiente dormimos en Reykjavik y vuelta para casa, no quiero imaginar la penalización de la agencia de alquiler si el coche se llega a atacar cuando vadeamos alguno de los ríos o si un pedrolo hubiera partido algo.
Fuimos a jugar y ganamos una aurora y un recuerdo imborrable.
20 años después volvimos, y añadimos a la mochila de recuerdos islandeses un volcán en erupción y contactos con los bajos fondos islandeses, pero esa es otra historia.
https://www.google.com/maps/dir/Akureyri,+Islandia/Glj%C3%A1steinn+G%C3%ADslask%C3%A1li+Kj%C3%B6lur,+Road+35+Kj%C3%B6lur,Selfoss+Sprengisandur,+801+Selfoss,+Islandia/Geysir,+Islandia/@65.1743696,-19.1722802,7z/data=!4m11!4m10!1m2!1m1!1s0x48d28f071cb0bfa7:0xbdb632798c71fdd1!1m2!1m1!1s0x48d3e676a0ab3727:0xbfe673426c9f9de!1m2!1m1!1s0x48d6a39f03424f3f:0xb4751c1a62e2283f!3e0!5m1!1e4
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La víspera no: el mismo día, ocho horas antes de la salida de nuestro vuelo, a dos horas en coche del aeropuerto 😀
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Mis dieses
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Ya no se sabe si es valor o insensatez. Pero al final de todo uno se queda con las ganas o con las anécdotas…. Eligieron sabiamente para bien de sus seguidores.
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Al final los argentinos que festejan el Mundial están más sanos y centrados que el dueño del blog 😉
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<a href=»https://aideredaction.com/aidememoireinfirmier»>good job</a>
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