Piensa en Las Vegas. ¿Qué te viene a la cabeza? Casinos, claro. El Caesar’s Palace, el Bellagio, el Venetian, el MGM Grand… pero también el cartelote de Welcome to Fabulous Las Vegas o la esfera esa descomunal recubierta de LEDs que abrió hace poco con cuarenta conciertos consecutivos de U2. Vale. Pues absolutamente nada de eso está en Las Vegas. De hecho la mayoría de los casinos de Las Vegas no están en Las Vegas. ¿Y dónde están? En un lugar llamado Paradise, Nevada. Y he dicho un lugar, y no una ciudad, porque Paradise, Nevada, no es una ciudad. ¿Qué demonios es entonces? Ahí vamos.
Orota, nuestra guía, oscureció el gesto mientras nos explicaba las estrictas normas para acceder al túnel. Seria como un cadáver, nos instruyó: nada de móviles ni cámaras, obligatorio llevar casco, no salirse de la fila, obedecer las órdenes y no acceder si se padece de claustrofobia. Dos de los integrantes de la expedición decidieron no arriesgarse y se quedaron fuera. El resto nos dispusimos a descender a las profundidades de la frontera coreana, el último vestigio de la Guerra fría.
Es sabido que en EE.UU., dados sus orígenes europeos, hay decenas de ciudades que comparten nombre con ciudades de este lado del Atlántico. Dice la leyenda que cuando un grupo de colonos fundaba cualquier aldea, pueblo o burdel en un cruce de caminos agarraban un mapa de Europa y señalaban al azar un lugar para ponerle nombre. La leyenda es más falsa que un euro de madera, pero sirve para ejemplificar la cantidad de nombres de ciudades europeas que hay en Estados Unidos. Hoy, en Fronteras, elaboraremos una clasificación no oficial de las capitales europeas más repetidas en EE.UU.
10.- Ámsterdam (11 ciudades)
Es sabido que el primer nombre de Nueva York fue Nueva Ámsterdam. Las sucesivas guerras entre holandeses y británicos acabaron con el intercambio de la isla de Manhattan por lo que hoy conocemos como Surinam, y Nueva Ámsterdam se quedó sólo como nombre de una isla en el Océano Índico bajo control de… Francia. La inmigración holandesa, sin embargo, creó otro puñado de Ámsterdams por todo el continente, casi todos pequeños pueblecitos a lo largo de vías férreas o carreteras que hoy no pasan de 300 habitantes,
Según el visitante asciende por la rampa de acceso el monumento emerge tras los árboles, como un sol hecho de cemento. Por el camino se dejan atrás esculturas extrañas, surgidas no sólo de otra época, sino quizás de otro planeta. Cuando termina el ascenso, el Makedonium se alza ante el visitante en todo su esplendor. Una figura tan improbable como sólida, tan contundente como liviana, depositada en lo alto de la colina por una civilización extraterrestre. Un coronavirus, pero de hormigón blanco y refulgente.
Para llegar a Cedillo hay que ir a Cedillo. El pueblo está en el extremo occidental de la provincia de Cáceres, en un saliente de territorio español que, colgado del Tajo, se adentra decenas de kilómetros en Portugal. Para llegar allí hay que recorrer la carretera 374 de la Junta de Extremadura, que atraviesa 35 kilómetros de dehesas donde se cría el cerdo ibérico, entre alcornoques y quejigos. Cedillo no está de camino a ninguna parte, la única manera de salir de allí es por donde se ha venido. Salvo los fines de semana. Los sábados y los domingos se puede cruzar sobre la presa que lleva el nombre del pueblo y adentrarse en tierras portuguesas. Porque la frontera, en Cedillo, tiene un dueño, que la abre y la cierra cuando considera oportuno.