Crónicas tunecinas. Capítulo 3: El desierto de las Galaxias

Según avanza la Carretera Transafricana el paisaje va cambiando poco a poco. Los olivares y las ciudades van dejando paso a horizontes cada vez más planos y yermos, hasta que todo lo que abarca la vista desde las ventanillas del coche es una extensión abrumadora de arena tachonada de arbustos y de pilas de neumáticos abandonadas allí por pastores y nómadas como puntos de referencia para encontrar pozos. En el Sur de Túnez hay decenas de kilómetros entre un pueblo y el siguiente, y más vale llevar el tanque de gasolina bien lleno; durante decenas de kilómetros la propia carretera es el único vestigio de civilización.

Peligro: no fumar

Al Sur de El Jem y su sobrenatural anfiteatro romano comienza el Desierto del Sáhara. La densidad de población de Túnez desciende proporcionalmente a la latitud, hasta llegar a la provincia de Tataouine, que es simultáneamente la más grande y la segunda menos poblada del país. El nombre le resultará familiar al lector a poco que se haya asomado a un cine en el último medio siglo; el ficticio planeta Tatooine es el hogar de Luke Skywalker y de su padre Anakin, más conocido este último por su stage name: Darth Vader. Varias escenas de media docena de películas diferentes de la saga Star Wars fueron rodadas en el Sáhara tunecino, que ofrecía, a diferencia de otros países desérticos de la zona, no sólo paisajes deslumbrantes, sino cierta seguridad y facilidad en la comunicación. Los desiertos argelino y libio no sólo son veinte veces más grandes que el tunecino sino probablemente más espectaculares, pero claro, plántate tú allí con un set de rodaje y varias estrellas de Hollywood.

Pues sí que había dromedarios, sí

Mustafá, así decía llamarse, tardó exactamente diez segundos, ni uno más, en detener su moto junto a mi ventanilla del coche para ofrecernos sus servicios, batiendo así el récord del mundo de velocidad en la caza del turista. A cambio de veinte dinares por persona (unos seis euros) se ofreció a enseñarnos el pueblo y llevarnos de un sitio a otro. Seis euros es lo que cuestan dos cafés y un pincho de tortilla en un bar cualquiera del Ensanche barcelonés así que aceptamos. Habíamos llegado a nuestra primera parada en la ruta del desierto, Matmata, un lugar que viene indicado en todas las guías como hogar de las llamadas «casas trogloditas«, porque la ola de la corrección política aún no ha llegado al Sáhara. Afortunadamente. Las casas en cuestión son viviendas subterráneas excavadas en la arena que convergen en un patio central al aire libre. Desde fuera es un boquete enorme en el suelo con puertas y ventanas, pero el interior es fresco y cómodo, aunque no especialmente bien iluminado. La mayoría de ellas fueron abandonadas y cegadas hace décadas, las que no se utilizan exclusivamente de dos formas: como corral o como atracción turística. Sus habitantes se mudaron a viviendas normales, casas bajas hechas con ladrillos baratos, pero con electricidad, agua corriente y esa clase de cosas.

Una cría de dromedario para que los turistas se hagan fotos a cambio de un par de monedas, a la entrada de Matmata
Una de las «casas trogloditas», vista desde el exterior. Esta en concreto era una reconstrucción mantenida en exclusiva para los turistas. A cambio de diez dinares se puede visitar, y la dueña te invita a un té y a una torta de miel
Dormitorio en la casa troglodita. He dormido en hoteles bastante peores

En Matmata está también el Hotel Sidi Idris, una antigua casa bereber reconvertida en abrevadero para viajantes y conocida internacionalmente por representar la casa de Luke Skywalker en la primera película de Star Wars, la de 1977, cuando aún se conocía en español de España como La Guerra de las Galaxias. El hotel presume también de ser la taberna de Mos Esley, pero en realidad esa parte se rodó en la isla de Djerba, un enclave turístico a cientos de kilómetros. El hotel cobra un par de dinares por persona para visitar el lugar, que encontramos soprendentemente lleno de tunecinos jugando a las cartas y al dominó, en vez de las decenas de turistas haciendo fotos que esperábamos. De hecho, nosotros éramos los únicos. Nos despedimos de Mustafá y de sus ojos azul turquesa caribeño dejándole una propina por lo encantador que había sido y por responder sin cortapisas a todas nuestras preguntas y enfilamos nuestro primer cruce del desierto.

El patio del hotel Sidi Idris, decorado con temática galáctica
Javi y yo despidiéndonos de Mustafá. «Los bereberes somos los catalanes de Túnez», nos dijo. 
Bienvenidos a Matmata

La norma básica de conducción por el desierto, incluso por un desierto civilizado como el de Túnez, es repostar cada vez que sea posible. Salimos de Matmata con el depósito razonablemente lleno, y nos internamos en el Sáhara. Los primeros kilómetros dando requiebros en las colinas dieron paso en seguida a infinitas rectas pobladas únicamente por espejismos, plantas rodadoras y, de vez en cuando, algún pastor con su rebaño o tiendas de campaña de los beduínos nómadas, los únicos pobladores y dueños del desierto en esta parte del país. Fueron noventa kilómetros, poco más de hora y cuarto en total, en los que apenas nos cruzamos con una docena de coches y adelantamos a un par de camiones renqueantes. Pero por suerte para nosotros, viajeros acostumbrados a la comodidad, en ningún momento perdimos la cobertura del móvil ni de Internet. El desierto de Túnez, al menos la parte que nosotros recorrimos, está domesticado, y además de la carretera, la arena y los dromedarios, uno viaja acompañado de cables de alta tensión que unen entre sí antenas de móvil espaciadas cada diez o quince kilómetros.

Tamezret, el último pueblo antes del cruce del desierto
El desierto amenazando con comerse la carretera. Tengo un pequeño trauma personal con lo de meter un coche de alquiler en una duna

Después de repostar en Douz y de cruzar media docena de pueblos polvorientos a la luz de la media tarde llegamos, por fin, al otro gran hito del día: el lago salado de Chott El-Jerd, cinco mil kilómetros cuadrados de lago endorreico en invierno, un secarral el resto del año. En Google Maps aparece como una enorme extensión azul, así que podría esperarse algo de agua, pero es más un enorme salar que un lago. La carretera es una línea recta que empieza y acaba a infinitos kilómetros de cualquier parte, elevada cuatro o cinco metros sobre el agua estancada y generalmente muy maloliente, en la que ocasionalmente se puede encontrar un bar o un puesto de venta de recuerdos, a decenas de kilómetros de la civilización. La planicie infinita del salar sólo se ve interrumpida por las montañas del Parque Nacional de Dghoumes a quince o veinte kilómetros de distancia al norte; avanzando por la carretera al doble de la velocidad permitida dada la ausencia de coches las montañas parecen moverse con nosotros mientras la superficie del lago cruza veloz bajo nuestras ruedas; es un bucle que dura veinticinco minutos, los que tardamos en cruzar por primera vez el paisaje alienígena.

Un turista camina por la sal del lecho de Chott El-Jerd
Al país norteafricano se le conoce mundialmente por la invención de un sistema para evitar que los cantantes desafinen: El Autotúnez
Rosas del desierto en un puesto de venta de recuerdos en la carretera de Chott El Jerd. No había nadie alrededor, podríamos habérnoslas llevado todas, lo que da una idea de su abundancia

«En los pueblos fronterizos miran el paso de los trenes, las calles desiertas de Tozeur. Desde un casa lejana tu madre me observa y se acuerda de mi, y de mi forma de ser».

En la radio del coche sonaba Franco Batiatto cantando en italiano la canción con la que se presentó al festival de Eurovisión en 1984, casi exactamente cuarenta años antes de nuestra estancia en la ciudad del título. Eran las cinco menos cuarto de la mañana y en la calle había más gente de la esperable. Habíamos madrugado como dementes porque queríamos ver el amanecer en el lago salado de Chott El-Jerid, o, siendo justos, porque yo quería verlo: Javi se resignó a seguirme en mis aventuras matutinas de lunático. Túnez está apreciablemente más al este que España, pero contrariamente a lo que cabría pensar, allí es una hora menos que en la Península. Como consecuencia, amanece absurdamente temprano. El cielo ya azuleaba cuando el amabilísimo agente de la policía tunecina nos obligó a detenernos a un lado de la carretera para pedirnos los pasaportes. Fue un trámite de veinte segundos, no comprobó ni nuestra documentación ni la matrícula del coche. Esa misma tarde, pero a muchos kilómetros de allí, otro policía nos explicó, quejoso y serio, que le habían denegado el visado de entrada en España. «No es culpa nuestra» nos disculpamos, un poco menos tranquilos de lo que nos gustaría. A ver si íbamos a pagar nosotros los pecados de la administración española.

En Tozeur cenamos carne de camello en jarra. Sabe a pollo. Como todo (mentira, sabe mucho mejor)
Una escultura hecha de basura y plástico en el lago salado, al amanecer. Yo tampoco sé qué hace ahí
Chott el Jerd es el lugar más remoto en el que estuvimos en Túnez, y el único sin cobertura de móvil (no hay espacio para colocar las antenas ni cables eléctricos para hacerlas funcionar)

Amanecer en el desierto, o, en nuestro caso, en mitad de una carretera vacía en el centro de un lago seco que se extiende decenas de kilómetros por los cuatro puntos cardinales, es una experiencia que uno debe vivir alguna vez. Caminamos por el lecho reseco mientras la sal crujía bajo nuestros pies, esperando ver al sol aparecer tras las montañas. A la hora prevista, catorce minutos antes de las seis de la mañana, los primeros rayos nos calentaron la cara mientras hacíamos el macaco en lo alto de un montículo de tierra puesto allí precisamente para mayor gloria fotográfica de los turistas. Los primeros autobuses cargados de guiris se detuvieron para recolectar rosas del desierto en los puestos de la cuneta, y nosotros regresamos a Tozeur a ver pasar trenes fronterizos y a desayunar. Nos esperaba un día largo, y una nueva visita a la zona más remota del planeta Tatooine.

Un bar (cerrado) y unos baños en mitad de la carretera. Los baños en cuestión aparecieron en este vuestro blog fronterizo hace unos años, en la entrada dedicada a los váteres más remotos del mundo. Así que por supuesto hice uso de ellos, en la que fue una de las experiencias más nauseabundas de mi vida: están abandonados y nadie los limpia desde hace mucho
Si no me gano la vida escribiendo, al menos me la podré ganar como modelo para vender coches

La ciudad de Nafta está ya a apenas 30 kilómetros de la frontera con Argelia. La mitad de esa distancia es la que la separa de Mos Espa, el espaciopuerto donde Anakin Skywalker y su madre vivían como esclavos en La Amenaza Fantasma. En 1998 se construyó el set de rodaje en medio del desierto, a quince kilómetros de la ciudad más cercana. Unas cuantas casas de adobe y unos humidificadores que con el tiempo se han convertido en iconos; el resto de lo que se ve en la película fue añadido en postproducción. El plató al aire libre fue abandonado, y automáticamente asaltado por los bereberes, que nunca dejan pasar una ocasión así. En lugar de permitir que el poblado fuera devorado por el desierto, lo mantienen abierto todo el año para los turistas, que acuden a centenares cada día. Al lugar se llega atravesando quince kilómetros de desierto, bien en un 4×4 dando botes por las dunas (la excursión más típica del sur de Túnez) bien como nosotros, recorriendo aterrorizados un cordón umbilical de asfalto que cuando sopla el viento, que es siempre, amenaza con desaparecer bajo la arena.

La carretera de Tatooine son quince kilómetros de lámina negra en el desierto. Cuando sopla el viento la arena recorre de lado a lado el asfalto. Pero es perfectamente transitable con cualquier vehículo (los beduínos van y vienen en una de las motos desguazadas que conducen)
La entrada al poblado galáctico, con su espantapájaros robótico

De todos los vendedores intensos de Túnez los peores, y de muy lejos, fueron los de Mos Espa. Ni siquiera habíamos aparcado el coche y ya nos había rodeado media docena de beduínos intentando que nos subiéramos a un camello, nos hiciéramos fotos con un bebé de zorro o diéramos una vuelta en quad. Intentamos esquivarles sin éxito apreciable durante la siguiente media hora, hasta que por fin se dieron por vencidos y acudieron a revolotear alrededor de otro grupo de turistas. El poblado en sí, si he de ser honesto, no es gran cosa. No es nada, en realidad, un decorado vacío y aceptablemente conservado donde las casas de ficción se usan como garaje, cobertizo y establo en la realidad. Lo mejor de Mos Espa, sin duda, llegar hasta allí. Como la vida misma.

No hagáis caso a las huellas de 4×4 en la arena, es completamente auténtico todo
Tras la puerta que se ve en la imagen había dos motos y una cabra

El resto del día lo pasamos fundamentalmente conduciendo. Más de cuatrocientos kilómetros, desde casi la frontera con Argelia hasta el puerto deportivo de Monastir,  por carreteras que rara vez permitían alegrías con el velocímetro. Diez horas de viaje, contando la visita al sitio arqueológico de Sbeitla, atravesando desiertos, montañas, pueblos y ciudades, viendo un país entero pasar por la ventanilla del coche. Entramos en una ciudad mediana a la hora en la que los chicos salían del colegio, pese a ser sábado. Hordas de jóvenes y niños avanzaban por la carretera principal ocupando casi toda la anchura del asfalto, riendo y jugando, irradiando felicidad, como en cualquier otro lugar del mundo. El día siguiente lo pasamos holgazaneando junto al mar, disfrutando de la calma y el relax tras cuatro días intensísimos. Túnez nos dejó con ganas de más, de más Roma, más caos y más desierto, de hablar más con la gente y saber más de cómo es su día a día.  Nos dejó con ganas de volver. Y con más ganas aún de recomendaros ir. No os arrepentiréis.

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6 respuestas a “Crónicas tunecinas. Capítulo 3: El desierto de las Galaxias

  1. Avatar de Marius Marius 3-junio-2024 / 9:38 pm

    Excelente aporte, como fan de Star Wars y de la geografía, ahora no puedo dejar de pensar en locaciones de películas icónicas y de locaciones que quisiera visitar.

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  2. Avatar de Guillegalo guillegalo 13-junio-2024 / 2:45 am

    Buena memoria de viaje de un cronista que ha posado hasta de vendedor de autos, a quien aprendo con fervor y con la sensación de los calores del desierto. Tunes es árido y sorprendente.

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  3. Avatar de consejoalviajero consejoalviajero 20-septiembre-2024 / 5:45 pm

    Que bella crónica!!! La próxima vez que vaya a Europa, cruzaré hasta el norte de África.. Sobran las ganas. Te mando un abrazo grande desde Argentina.

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