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Era ya de madrugada y las únicas luces en la carretera eran las de nuestro coche y la de la Luna llena. Habíamos pasado el día en una utopía de neón junto al Mar Negro y regresábamos a nuestro hostal de bajo coste en Kutaisi, la tercera ciudad de Georgia. En la radio la programación no podía ser más ecléctica. Música tradicional turca, tecno árabe y algún pop centroasiático que no éramos capaces de clasificar. De repente la radio escupió una versión de With or without you increíblemente cutre con toques de Bossa Nova; como mandan las leyes de mi tribu generacional, procedí a aullarla a pleno pulmón sin preocuparme del rostro atenazado por el pánico y la grima de Christian. El cringe, que dicen ellos. «¿No te la sabes?», le pregunté. «No la conozco», me respondió, y entonces el que quedó paralizado por el terror fui yo. «¿De cuándo es?», preguntó. La canción había sido publicada diez años antes de su nacimiento. Lo peor estaba por llegar: «¿Y de quién es?» En España pronunciamos «U Dos» y en el resto del planeta el grupo de Bono es, claro, «Iu Tu«, así que lo que siguió fue una sucesión de burlas inmisericordes a los usos lingüísticos de ambos lados del Atlántico.
– Llamáis Guasón al Joker. GUA-SÓN. No se admiten lecciones
– Oh, lo dice uno del país que tradujo Beverly Hills Ninja como La Salchicha Peleona.
– Claro, cuéntaselo a Mi pobre angelito
– Sí, en la Jungla de cristal
– ¡NO OSES criticar a La jungla de Cristal!

La temperatura pugnaba sin éxito por aproximarse a los cero grados desde la parte inferior del termómetro cuando nos montamos en el coche camino de la primera aventura de nuestro viaje, apenas doce horas después de habernos instalado en Kutaisi. Después de arriesgar innecesariamente la frágil estructura de nuestros esqueletos en edificios abandonados pusimos finalmente rumbo al Mar Negro. El trayecto hasta allí nos reveló bastante de la situación actual de Georgia como país. Buena parte del camino es una autopista recién construida, moderna y perfecta. Pero al menos un tercio del recorrido se lleva a cabo por carreteras convencionales construidas en la época soviética, algunas de ellas sin mantener desde entonces. Compañías chinas están ya tapando los huecos en la autopista, que permitirá reducir el recorrido entre Batumi y la capital en un par de horas. Seguramente más, dada la abundancia de vacas y caballos que transitan alegremente y sin remordimiento ni temor alguno por el sistema viario georgiano. Aunque también vimos vacas pastando en la mediana de la autopista. Georgia es un país donde los perros y las vacas son los dos seres vivos con más libertad de movimiento.


Al cabo de un rato de esquivar ganado cruzamos un río y entramos en la República de Ayaria, hogar de la ciudad más innovadora y puntera de Georgia y también de la mejor versión del Jachapuri de todo el país, que consumimos cada día de los cinco que permanecimos allí. Jachapuri significa literalmente pan con queso, y entrega exactamente lo que promete. La versión ayaria incluye una yema de huevo en el medio, que le proporciona una consistencia legendaria al mezclarla con el resto del contenido del pan. No es la única particularidad de la región. Desde la independencia georgiana hasta 2004, Ayaria fue una república semi independiente regida por un déspota local al que el gobierno de Tiflis, enzarzado en guerras civiles sucesivas, permitió hacer y deshacer a su antojo porque al menos mantenía la región en paz. Cuando finalmente se hartaron, el califa huyó a Moscú, como era de esperar, pero se respetó la autonomía del territorio, que hoy es una república autónoma dentro de Georgia.


La peculiaridad más obvia de Ayaria es que es la única región multirreligiosa de Georgia. Un 40% de la población es musulmana, como herencia de los tres siglos en los que la región perteneció al Imperio Otomano. A diferencia de lo sucedido en otros lugares, los musulmanes no fueron perseguidos tras la caída del imperio, así que siguen siendo la minoría más importante de la provincia, y por eso en Batumi abundan las mezquitas, que se mezclan con las iglesias. Pero los edificios religiosos no son lo más destacable de la ciudad. De hecho no son destacables en absoluto. Batumi brilla a la orilla del Mar Negro por su arquitectura absolutamente ecléctica, de un gusto horrible rayano en lo perverso, y por su uso desacomplejado y excesivo del neón y los LEDs de colorinchis. Una especie de embrión de Dubái, pensado para atraer turcos, rusos, uzbecos y, por qué no, chinos y árabes, que se anuncia en las redes sociales de occidente como oportunidad única para invertir en el negocio inmobiliario más rutilante del Cáucaso.



El edificio más conocido de Batumi está vacío, o casi. La torre de la Universidad Tecnológica, más conocida como Batumi Tower, es un edificio neovanguardista cuya característica más obvia es que tiene una noria empotrada en una de sus esquinas. Es una atracción turística de primer orden, o lo sería si estuviera abierta. Lo habría sido, de hecho, de haber abierto alguna vez, pero desde su inauguración en 2012 jamás ha abierto al público. El propio edificio permaneció completamente vacío durante 12 años, en buena parte porque la Universidad Tecnológica de Batumi nunca llegó a existir. La torre es el clásico ejemplo de ayuntamientos y gobiernos gastándose cantidades enajenadas de dinero público en proyectos inútiles. Pero al menos queda bien en las fotos. A su alrededor abundan los casinos y restaurantes de lujo, en una ciudad restaurada o prácticamente reconstruida hace tan poco tiempo que parece recién sacada del plástico.



El bulevar de la Avenida Juli Shartava, flanqueado por rascacielos a ambos lados, me recordó mi primera impresión de Abu Dabi, una ciudad que parecía potemkiana, más cerca del decorado que de la realidad. Aquí, sin embargo, había mucha más gente; grupos de jóvenes en los kioskos futuristas con Wifi incorporada colocados a lo largo del paseo. El abuso de los LED en las aristas de los edificios le da un aire cyberpunk e irreal al paseo, pero también le arrebata cualquier atisbo de personalidad. La convivencia de commieblocks sin apenas reforma con otros claramente reformados y con monstruos de acero y cristal firmados por bufetes de arquitectura de postín hacen de la caminata un viaje en el tiempo, desde la era soviética hasta la Georgia del futuro. Un poco como cruzar de lado a lado el propio país.




De camino a la Tiflis paramos a ver el Pilar de Katsji, un monolito de 40 metros de alto en cuya cima se encuentra un monasterio del siglo IX. Por razones obvias no se puede escalar el lugar, aunque siempre habrá algún influencer especialmente cretino que lo intente. Nosotros nos conformamos, y ya fue, con acercarnos a su base, algo mucho más fácil de decir que de hacer teniendo en cuenta que la empinada cuesta de acceso estaba cubierta con veinte centímetros de nieve congelada. Dado que yo vivo en un país especialmente montañoso y Chris en una llanura sin fin junto a un estuario al que llaman incorrectamente río, acepté enseñarle a caminar por la nieve sin riesgo. Más o menos en el tercer paso procedí a resbalarme y pegarme una costalada histórica de la que tardé en recuperarme unos 10 minutos físicamente, aunque el bochorno duró bastante más. Unos dos meses más, a juzgar por las bromitas que el Gen Z ese me sigue enviando por Whatsapp. No respetan nada estas generaciones.


Chiatura es una ciudad de poco más de 30.000 habitantes en el fondo de un estrecho valle cavado por el río Qvirla. Existe gracias a los enormes depósitos de manganeso, de los más grandes del mundo, descubiertos a finales del XIX por un poeta que hacía de prospector minero en sus ratos libres, o viceversa. Después de siglo y medio de pico y pala la concentración de manganeso en el río es ligeramente superior a la normal: unas cincuenta mil veces superior. A cambio las aguas tienen un peculiar color entre el gris sucio y el marrón mierda. La actividad fundamental de la localidad sigue siendo la minería, y también es lo que le proporciona su principal medio de transporte y la razón por la que estábamos allí: sus teleféricos. La orografía de la ciudad es tan complicada que los mineros perdían mucho tiempo yendo y viniendo de la mina, así que para facilitarles las cosas, a principios de los setenta el gobierno instaló una serie de teleféricos que permitían llegar rápidamente desde el fondo del valle a las explotaciones en lo alto de las montañas y viceversa. Lo curioso es que buena parte de las diecisiete líneas que se instalaron funcionaban con cabinas individuales del tamaño de una cabina de teléfonos. Y aún más curioso es que ese material siguió en funcionamiento medio siglo, hasta que en 2021 se inauguraron las cuatro líneas modernas que unen el centro de la ciudad con sus extremos más lejanos y elevados. El viejo material permanece como museo al aire libre, recuerdo de una época más pintoresca pero objetivamente peor.


«Vascos y georgianos somos hermanos». Eso es lo que leyó el anciano chiaturense en el traductor automático de mi móvil antes de quitarse la gorra, hacer una reverencia y darnos la mano efusivamente. Resulta que existe una teoría que une el idioma vasco, una rareza lingüística aislada entre dialectos del latín, y el georgiano. Según ésta, el vascuence está emparentado con la familia de lenguas kartvelianas, a las que pertenece el georgiano (Georgia en georgiano se dice Sakartvelo). Algunas inflexiones idiomáticas, parecidos razonables en la toponimia y el hecho de que alguna historiografía griega y romana también denominara Iberia al Cáucaso sirven para apuntalar la hipótesis. Está muy lejos de considerarse comprobada, o incluso comprobable, pero algunos georgianos la asumen como verdadera, así que siempre que podíamos nos presentábamos como vascos. Total, tampoco es que se fueran a dar cuenta.




Hubo dos cosas que nos llamaron la atención poderosamente de Georgia, dejando aparte los monasterios, los paisajes y los perretes. Aproximadamente la cuarta parte de los vehículos tiene el volante de la derecha, pese a que el país conduce por la derecha. Aparentemente esto es producto de que a) la legislación no especifica en qué lado del coche tiene que estar el puesto del conductor y b) la importación masiva de vehículos japoneses y británicos de segunda mano, que resultan ser más baratos porque tienen menos mercado internacional. Así que en las carreteras y ciudades georgianas hay multitud de Kei Cars, los cochecitos japoneses con motores minúsculos que parecen casi de juguete. La otra circunstancia que nos llamó la atención fue la hiperabundancia de kioskos electrónicos. En el pueblo más pequeño, en la carretera más remota, siempre hay uno de esos aparatos que sirven para casi todo, desde pagar el aparcamiento en la calle hasta apostar en la Liga Inglesa. Georgia es una de las sociedades más conectadas del mundo, aparentemente


Todavía con las luces de colores de Batumi bailándonos al fondo de los ojos, Tiflis nos resultó sosa en comparación. Lo digo como algo bueno. La capital georgiana no oculta de dónde viene, pero aún no ha decidido a dónde va. Los infinitos barrios de commieblocks de hormigón al aire se alternan con construcciones tan nuevas que aún huelen a fresco, y se nota que es una ciudad joven y noctámbula. El centro de la ciudad está dividido en un casco histórico que aparenta haber sido bombardeado hace quince minutos y los edificios junto al río, que tienen aspecto de haber sido inaugurados mientras se bombardeaba lo anterior. El pasado soviético de la ciudad se ve, además de en la enorme torre de televisión que domina todo el valle, en algunos monumentos especialmente vanguardistas, en el mercadillo plagado de memorabilia comunista y, claro, en los rascacielos cementéreos del extrarradio. Pero junto al río crecen edificios modernos y brillantes que encajarían perfectamente en cualquier capital de primer orden y le otorgan cierto peso, y dan la impresión de que hay un camino que transitar, y que están decididos a ello.




Los días de Tiflis los pasamos visitando monumentos raros y monasterios a partes iguales. A las afueras de la capital se encuentra uno de los conjuntos esculturales más bizarros de Europa, y también de Asia, si consideramos que el país es asiático. La Crónica de Georgia consiste en dieciséis columnas de piedra de 35 metros de alto con relieves en bronce representando episodios de la Historia política y religiosa del país. Pese a que parece llevar en lo alto de la colina desde tiempo inmemorial, lo cierto es que empezó a construirse en 1985, y fue abandonado en 1991 tras el colapso de la URSS, que fue seguido por la guerra civil georgiana. Lo mejor que tiene, además de los fotones que se pueden hacer, es las vistas sobre la capital y sobre el Mar de Tiflis, un lago artificial de 1200 hectáreas de superficie que proporciona agua a la ciudad.



No muy lejos de la capital está la ciudad de Mishketa, que en mi dislexia denominé Mistetas, y que me sirvió para explicarle a Chris El Chiste del Perro Mistetas, que por lo visto en el Cono Sur no tiene la potencia transgeneracional de la que goza en España, donde se considera unánimemente el peor chiste de la historia de la humanidad. Chris lo calificó como «lo más increíblemente boomer que jamás haya escuchado». Tiene suerte de que el servicio militar en España se abolió cuando yo tenía 18 años, si no sí que iba a saber lo que es el boomerismo. Los jóvenes de hoy no respetan nada. En fin. Mishketa es una pequeña ciudad amurallada con un monasterio muy coqueto y bien cuidado y restaurado alrededor del cual brotan mercadillos pseudomedievales y restaurantes de comida típica. Fue uno de los aproximadamente treinta mil monasterios que visitaríamos durante el viaje, pero no puedo quejarme, teniendo en cuenta que obligué a Chris a visitar unas torres de hormigón unidas por pasarelas a las afueras de Tiflis que vi una vez en una página sobre arquitectura brutalista.






El Jachapuri de la primera noche en Tiflis nos costó 7 euros por persona y fue el más caro que pagamos en todo el viaje. Las cuatro noches, dos en un hotel y dos en un Airbnb, nos costaron en total 70 euros. 35 por persona. El propio coche, un pepino con tracción a las cuatro ruedas que incluía internet y seguro a todo riesgo sin franquicia, salió por 40 euros al día. Georgia es extraordinariamente barata. Incluso nuestra última comida antes de devolver el coche y tomar el tren nocturno a Ereván, en uno de los mejores restaurantes de la ciudad según Tripadvisor, salió por 30 euros entre los dos. Y pese a todo, o precisamente por ello, el país es extraordinariamente seguro. Dejamos el coche aparcado en pleno centro de la ciudad, en un callejón sin señalizar junto a edificios que amenazaban ruina inminente, con el equipaje bien visible, sin tener no ya ningún problema, sino siquiera temor de que pudiera pasar algo. Georgia sin duda tiene problemas, el principal, ser vecino de Rusia, pero es un país moderno, limpio, seguro, agradable y barato donde se come como un emperador por el precio de medio menú Big Mac en Madrid. Probablemente uno de los destinos más recomendables de una Europa que no se sabe muy bien dónde acaba. Próxima estación: Ereván.

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«Puede verse un timelapse aquí«, pero «aquí» no tiene enlace. Mi decepción es inconmensurable y mi día está arruinado. Bueno, no. Lo compensó el resto del artículo, especialmente los comentarios de las fotos nocturnas y la gracia divina😂
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¡Arreglao! Gracias por el aviso. Aquí lo tienes, para que no sufras innecesariamente 😀 https://www.youtube.com/watch?v=oQea4Z6pcRc
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👌
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Tengo demasiadas preguntas sobre la torre que nunca fue abierta…
Por qué se hizo? Por qué nunca fue abierta al público incluso si fue completamente innecesaria? Se sigue manteniendo, o está completamente abandonado? Hay algo adentro, o está todo vacío, como en algunos pisos del hotel Yanggakdo en Corea del Norte?
Hablando del país del pequeño hombre cohete, no puedo evitar pensar en las similitudes entre dicho edificio y el hotel Ryungyong.
Vaya, el edificio de la foto de Chiacura… y se supone que esos eran la versión 2.0 de los Brezhnevka, los commieblocks originales. Debe ser el peor conservado de la historia. Deben haber en mejor condición en Grozni o Donetsk luego de un bombardeo de nuestro dictador y domador de osos favorito.
En defensa del centro histórico de Tiflis, la segunda imagen, dejando de lado las claras diferencias en el estilo de construcción, perfectamente podría ser de la Ciudad Vieja de Montevideo… con la diferencia que la capital uruguaya nunca sufrió un bombardeo, y a diferencia de los georgianos, no hemos estado en guerra desde hace 120 años. En fin…
Yo no confío mucho en esos puentes en la parte superior de esos edificios georgianos. Mucho menos considerando que es una zona de terremotos, y del destino que puentes aéreos similares, en edificios que aparentaban ser más estructuralmente sólidos que estos, tuvieron en el terremoto de Myanmar y Tailandia.
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