Un taxi parisino en Barcelona

Dice la ley de Murphy que si algo puede salir mal, saldrá mal. Se quedó corto. Puro optimismo, el de Murphy. Si algo puede salir mal, saldrá peor, y los sindicatos franceses se encargarán de estropearlo todavía más. Mi Santaesposa™ me llamó el jueves para contarme que probablemente llegaría tarde de su viaje a París por culpa de un volcán en Islandia, lo que sin duda me pareció la peor excusa de todos los tiempos. Después de consultar la prensa on line y creerme lo que estaba sucediendo, empezamos a buscar soluciones para traerla de vuelta, pero no contábamos con el carácter francés. El deporte nacional en Inglaterra es el fútbol, en Estados Unidos mirarse el ombligo y en Francia hacer huelgas en el momento más inoportuno. Los trenes franceses, que ya llevaban nueve días de huelga, siguieron parados. Así pues, sin avión, ni tren, recurrimos al autobús, con el éxito esperado. Todos los autobuses llenos durante los siguientes seis o siete días. Quedaba una última opción: alquilar un coche. Negativo. Todos los coches de alquiler en aproximadamente seiscientos kilómetros a la redonda de la capital de la France estaban ya más que alquilados, a un precio entre cinco y veinte veces el habitual. El chaos and disorder estaba ya instalado en toda Europa, y el vuelo de vuelta del viernes estaba ya cancelado veinticuatro horas antes. Así que, finalmente quedó el recurso más obvio: Parar un taxi y decirle al tío «A Barcelona, oiga. Y deprisita».

El taxi parisino en el que regresó mi mujer, en la Avenida Diagonal. Arriba a la derecha, el luminoso del Hospital de Barcelona

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Cosas que hacer en Europa cuando estás muerto… de frío

Hay quienes dicen que llegada una edad es hora de asentar la cabeza. Decepcionémosles.

Ignacio Izquierdo. Crónicas de una cámara.

Supongamos que un bloguero cualquiera tiene un trabajo que, por regla general, implica madrugar y conducir mucho. ¿Qué es lo que haría si tiene un par de días de vacaciones? ¡Exacto! Emplearlos en madrugar más de lo normal y conducir más de lo humanamente recomendable. Si a ello le añadimos la mayor ola de frío que ha padecido Europa en décadas, ¿qué tenemos? Efectivamente, un bloguero congelado en mitad de la autopista. Aprovechando un viajecito cortesía de la empresa que me permite pagar la conexión a Internet y, por tanto, martirizar a mis lectores con esta clase de entradas, me fui a conocer dos lugares que llevaba tiempo queriendo visitar; Baarle y el trifinium del Monte Vaals. Esta es la crónica.

Hace frío, claro que hace frío. ¿Dónde creías que estabas? ¿En Florida?

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Deutsch Jahrndorf: Behind the scenes

(Hace unos días: El último pueblo del mundo libre).

Mi pasión por las fronteras comenzó hace algo menos de dos años, cuando, con mucho insomnio y un ADSL de veinte megas por toda compañía, me dediqué noche tras noche a leer la Wikipedia, saltando de tema en tema como el que picotea en un bufé libre. Desde que leí entradas como la de Vaalserberg, o la triple frontera en las cataratas del Iguazú, quise poner un pie en un trifinium. Cuando en julio mi mujer y yo organizamos las vacaciones centroeuropeas (Praga, Viena y Budapest), ya sabía perfectamente lo cerca que quedaba la triple frontera de la autopista de Bratislava a la capital húngara. Así que, tras alquilar un coche en la Hertz de Praga, emprendimos el camino hacia Hungría, con escala en tres fronteras.

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Sobre estas líneas, la frontera entre Chequia y Austria, camino de Viena. Debajo, otra vista del mismo lugar mirando hacia la República Checa, plagada de anuncios de casinos, prostíbulos y restaurantes. La zona fronteriza checa está llena de este tipo de establecimientos, además de decenas de gasolineras.

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La Dama del Rocío

En otra ocasión ya se habló en Fronteras sobre la ídem entre Estados Unidos y Canadá. En total son casi nueve mil kilómetros de límite internacional, el más largo entre dos países de todo el planeta. Una parte importante de la línea fronteriza discurre sobre el agua, bien en los Grandes Lagos, bien sobre la parte más profunda de un río. Ese es el caso del Río Niágara, uno de los más famosos del mundo, y una de las zonas más entretenidas y transitadas de toda la frontera useñocanadiense.

Vista aérea de las Cataratas del Niágara. La frontera divide en dos la catarata situada a la derecha, mientras que las de la izquierda pertenecen íntegramente a Estados Unidos. La línea fronteriza discurre por el centro aproximado del río. Canadá se encuentra en la parte inferior y a la derecha del todo de la foto, Estados Unidos al otro lado del río.

Las Cataratas del Niágara forman parte del imaginario colectivo de occidente en general y de EE.UU. en particular tanto o más que la Ruta 66, el Empire State Building o el Golden Gate. Sin embargo, para verlas de verdad hay que irse a otro país, a la orilla opuesta del río. A Canadá, vamos. En la foto sobre este párrafo se puede comprobar claramente el porqué.

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