Llegar a una edad es empezar a plantearse ciertas cosas sobre el paso del tiempo, sobre cuánto nos queda aquí y sobre cómo queremos pasarlo. Al fin y al cabo, es más que probable que hayamos dejado el ecuador de la vida atrás hace ya unos cuantos años. Siempre hay un amigo que es el primero al que entierras, y si no lo hay es que eres tú. Hace unas semanas murió mi amiga Txell después de años peleándose contra el cáncer, y sobre todo contra sus consecuencias. Le habían dado cinco años de vida, pero vivió, y de qué manera, más de seis. Unos meses antes de dejarnos decidió que había una fiesta que no quería perderse, así que la organizó ella: su funeral. El Funeral en Vida fue todo un acontecimiento; familia y amigos reunidos para pasar un buen rato con comida y bebida, música, baile y felicidad a raudales. Yo me lo perdí porque estaba en Japón, pero para ella fue uno de los mejores días de su vida, y me habló de él cada vez que nos volvimos a ver en los siguientes meses. Nuestro último viaje juntos, su penúltimo, fue recorrernos en coche cientos de kilómetros por Serbia, Bulgaria y Rumanía. Para mi el viaje duró doce días, pero para ella fueron seis, porque la tuve que dejar en el aeropuerto de Bucarest a tiempo de la siguiente sesión de quimioterapia en Barcelona.





