Un 60% de los más de ocho mil municipios españoles tiene menos de 1.000 habitantes. De estos, cuatro quintas partes están por debajo de los quinientos, y aproximadamente un tercio por debajo de los cien empadronados. Las cifras reales en muchos casos son aún menores, pues es común estar inscrito en un lugar y residir en otro durante los meses de invierno. A esas cifras hay que añadirle una aún más inquietante: hay más de tres mil pueblos abandonados en España. La emigración del campo a la ciudad es una tendencia global que se puede observar en casi cualquier país del mundo y en España, como en el resto de occidente, es muy acusada desde los años cincuenta. El problema en España es que arrastra desde tiempo inmemorial una despoblación crónica: a diferencia de nuestros inmediatos vecinos europeos, España siempre ha tenido la población muy concentrada en ciertas zonas, fundamentalmente la costa y Madrid. Todo lo que hay en medio es, a efectos demográficos, un erial con densidades de población escandinavas. Soria, Teruel y Cuenca combinadas tienen el tamaño de Dinamarca, pero su población conjunta no alcanza la del centro de Copenhague. Para encontrar casos semejantes en el resto de Europa nos tenemos que ir a latitudes árticas, y a veces ni eso. Las Islas Feroe tienen cuatro veces más densidad de población que Soria, el doble que Zamora y, en general, más que 16 provincias españolas. El éxodo rural no ha hecho más que acentuar algo que viene de antiguo.

Rara vez los pueblos se quedan vacíos de un día para otro. Son los jóvenes los que empiezan el éxodo, primero ellas, después ellos. Luego deja de haber niños pegando gritos en las calles y la escuela cierra. La iglesia se queda en desuso, el cartero empieza a pasar una vez por semana y finalmente empieza una lenta agonía hacia la desaparición. Algunos nacidos en el pueblo resisten, viviendo de la tierra o de su pensión, pero el proceso es irreversible. En los últimos tres o cuatro años ha aparecido una pequeña generación de escritores que actúan como fedatarios de este proceso. El más conocido es Sergio del Molino, cuya obra La España vacía va por la novena edición y más de cincuenta mil ejemplares de papel vendidos. Pero Del Molino no es el único; al menos media docena de autores más se han recorrido pueblos y aldeas semiabandonadas en busca de sabe Dios qué. Todos ellos son deudores reconocidos de La lluvia amarilla, aparente Biblia de este revival del ruralismo; una novela breve y poética aparecida en 1988 en la que el último habitante de un pueblo de los Pirineos desgrana su historia y su mente a lo largo de un extenso monólogo. Virginia Mendoza (aka @V_elociraptor) se obsesionó con individuos como el protagonista de La lluvia amarilla, gente que vive sola, o casi, en sus pueblos, bien porque no quieren irse, aceptando resignados que con ellos morirá el lugar en el que viven, bien porque se niegan a aceptar la extinción de su aldea, y con ella, de la memoria del lugar.
Casa abandonada, de Dimitri Svetsikas
De la mano de Mendoza, visitamos lugares donde ancianas se enfrentan a la Guardia Civil para evitar que se lleven las campanas de la iglesia del pueblo, conocemos a niños pastores que se enamoraron y son los últimos dos habitantes de su aldea, conversamos hombres que son prácticamente los últimos hablantes de su idioma y repasamos la historia del ensayo fotográfico de Eugene Smith titulado Spanish Village, que fue realizado en Deleitosa (Cáceres) en 1950 y publicado por la revista Life. También nos asomamos a la vida de Antonio Carrizosa, un hombre que reconstruye el pueblo de su madre el solo porque, básicamente le apetece hacerlo. Son historias del éxodo rural que huyen de la tristeza y la melancolía y nos presentan a personas normales en circunstancias extraordinarias, los pecios que las fuerzas de la Historia dejan atrás, sin que a ellos, francamente, parezca importarles demasiado.
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Buenas, Diego! Siempre me han atraído los lugares abandonados, especialmente los pueblos. Cerca del de mi padre, en el Bierzo, hay varios. Curiosamente, el de mi padre iba camino de ser uno de esos pueblos abandonados, pero muchos hijos pródigos (como él), volvieron de hacer su vida en la ciudad al (pre)jubilarse. Incluso llegan nuevos habitantes que trabajan en la ciudad más cercana (Ponferrada, 15km) y prefieren vivir en un entorno rural. Lamentablemente, no creo que ésta sea la tónica general… imagino que en la mayoría de pueblos la despoblación seguirá siendo el camino. Una lástima. A mí sí me entra tristeza y melancolía al escuchar estas historias. Un saludo!
No lo es; yo llevo 2 años viviendo en un pueblo a solo 5km de León capital; uno que escapó de la vorágine del ladrillo y sigue siendo totalmente rural, sin una sola neo-urbanización de adosados. Pese a que tardo menos de 10min hasta el curro (menos que cuando vivía en el propio León) muchos habitantes del pueblo se sorprenden de que viva todo el año allí; muchos solo van en verano y pasan el invierno en la ciudad, por razones que se me escapan por completo. En la mayoría de pueblos más o menos «lejanos» prácticamente solo vive gente mayor; entre otras cosas porque no hay medios de vida más allá de la agricultura o la ganadería. Que esa es otra parte de la que también hay mucho miedo a hablar; en la época de las ayudas europeas, muy pocos apostaron por la modernización y adaptación de sus producciones.
La mayoría de los pueblos están condenados a desaparecer en el corto plazo; poblaciones con 1000, 1500 o 2000 años de historia que desaparecerán en los próximos años por un cúmulo de razones, entre las que no poca culpa tienen las nefastas políticas de nuestra clase dirigente; ahora muy interesada en que no quede nadie para poder explotar a sus anchas las zonas rurales.
Veo que has vuelto a coger carrerilla con el blog… y yo que me alegro 🙂 Este tema es de un gran calado. Hace poco estuve leyendo «Los últimos» sobre «La Laponia española» http://www.pepitas.net/libro/los-ultimos
Soy e un pueblo de 54 empadronados, respondo preguntas, se hace así, ¿no?