Están ahí cuando subimos una montaña o los vemos en las azoteas de algunos monumentos. No hay montañero (o dominguero) que se precie sin una foto al lado o encima de uno de ellos, aunque no tenga muy claro lo que es ni para lo que sirve. Toda España -todos los países desarrollados, en realidad- están plagados de esas pequeñas columnas de hormigón blanco sobre una base también de hormigón y con una placa informativa de las consecuencias de alterarlas o destruirlas. Se encuentran en los lugares más recónditos, aunque siempre con buenas vistas, y no es ningún capricho, ni tampoco están porque el fabricante de hormigón fuese amigo de algún primo de un director del Instituto Geográfico Nacional: son vértices geodésicos, y son los pilares sobre los que se sostiene la cartografía nacional.
Hace unos días le pedí a Víctor Soriano, mi geógrafo de guardia en Tuíter, que escribiera algo sobre vértices geodésicos. Ni corto ni perezoso se puso a ello y este es el magnífico y esclarecedor resultado, que podéis (y debéis) continuar leyendo en su blog: Las columnas de Eratóstenes.