En enero de 1925 se desató el pánico en la pequeña localidad de Nome, en el despoblado noroeste de Alaska. Fueron detectados varios casos de difteria tanto en el pueblo en sí como en los pequeños asentamientos inuit de los alrededores. Por aquel entonces ya existía tratamiento y en una situación normal un brote similar no hubiera supuesto un problema excesivo, pero es que la situación era cualquier cosa menos normal. Sin apenas médicos o personal sanitario, alejados cientos de kilómetros de cualquier otro lugar habitado, y prácticamente sin la menor posibilidad de salir de allí hasta que acabara el invierno, una epidemia era lo más parecido al descenso del Ángel Exterminador.