De mi cuerpo descompuesto nacerán las flores, y yo estaré en ellas. Eso es la eternidad.
Edvard Munch
En Colma casi no se usa la palabra «cementerio», pese a que casi toda la superficie del pueblo está ocupada por ellos. Prefieren llamarlos «parques»; porque a nadie le gusta vivir rodeado de cementerios, y a todos nos gusta estar rodeados de parques, de naturaleza. Apenas mil quinientas personas residen en la localidad, 15 kilómetros al sur del Golden Gate, en plena área metropolitana de San Francisco. La población de los cementerios, sin embargo, es ligeramente superior: un millón y medio de personas yacen bajo los cuidados céspedes de Colma, la ciudad de los muertos.

El origen de Colma son los cinco jinetes del apocalipsis: los cuatro de siempre, más los promotores inmobiliarios. San Francisco fue fundada por misioneros españoles (el nombre probablemente os había dado ya una pista), pero hasta mediados del siglo XIX era un descampado polvoriento habitado por trescientas personas. Entonces, un día de enero de 1848, llegó el señor James W. Marshall, un carpintero de Nueva Jersey que andaba construyendo un molino cerca de la ciudad de Sacramento y se encontró en el río unas pepitas de aspecto sospechosamente dorado. Enterado el resto del pueblo, la totalidad de los hombres dejaron sus trabajos de la noche a la mañana para buscar oro, y lo mismo hicieron cientos de miles de personas por toda California, los territorios limítrofes y el sudeste asiático. El fenómeno se conoce desde entonces como la Fiebre del Oro, y los cientos de miles de personas que acudieron de todas las maneras imaginables a California se les llamó Forty-Niners. En dos años San Francisco pasó de ciudad fantasma a tener 25.000 habitantes, que vivían en tiendas, almacenes semiderruidos o agujeros en el suelo si hacía falta. Cientos de barcos llegaron para traer suministros y sus tripulaciones desertaron inmediatamente para unirse a la búsqueda de oro. La fiebre no se detenía e iba a más. California fue admitido como Estado de la Unión en 1850, diez años después la ciudad alcanzó los sesenta mil habitantes, que se transformarían en 350.000 al finalizar el siglo XIX. Empezaba a faltar algo necesario para construir casas donde acomodar a la gente: suelo.

San Francisco no dejó de crecer durante los siguientes veinte años pese a una sucesión de catastróficas desdichas. En 1900 se prohibieron los enterramientos en la ciudad debido a uan epidemia de peste bubónica, pero se siguieron llevando a cabo porque transportar muertos no era algo barato. El terremoto y posterior incendio de 1906 llenaron los escasísimos cementerios de la ciudad, que ya andaba escasa de terrenos urbanizables dada su situación geográfica peninsular. Las funerarias locales, que nunca anduvieron escasas de trabajo, empezaron a comprar terrenos en un lugar que entonces se conocía como Cow Hollow. En 1912 se extendió el rumor de que las tumbas podían contagiar enfermedades y el ayuntamiento, que para nada se había conchabado con las funerarias, ordenó el traslado de miles de tumbas a los terrenos al sur de la península, y autorizó nuevos desarrollos urbanísticos en los antiguos cementerios. Los mil residentes de Cow Hollow, que ya vivían exclusivamente de los muertos, se incorporaron como municipio independiente en 1924 con el nombre con el que se le conoce hoy: Colma.


La II Guerra Mundial trajo cientos de miles de empleos a San Francisco y al área de la bahía, merced sobre todo a la situación desprotegida de Hawái. Y con los empleos llegó la gente y con la gente la necesidad de techo. Poco después de finalizada la guerra se trasladaron ciento cincuenta mil cadáveres más hasta Colma, o al menos su equivalente en tierra: los promotores inmobiliarios no suelen caracterizarse por su escrupuloso y minucioso respeto a los reglamentos municipales, y la inmensa mayoría de los restos que se trasladaron eran de gente muerta entre medio y un siglo atrás, cuyos descendientes ya les habían olvidado, si es que no habían fallecido ellos también. Así se convirtió Colma en la capital de los muertos.

Hoy en día hay 17 cementerios en el pueblo, que ocupan más del 70% del territorio municipal. A ellos hay que añadir otros cuatro que limitan con el término municipal. Tres cuartas partes de la población se dedican a las pompas fúnebres, el resto, a vender coches, o a ostentar cargos públicos. De los 17 camposantos de Colma hay cuatro judíos, dos chinos, otros tantos ortodoxos, uno católico, otro italiano, uno japonés y cinco civiles. El decimoséptimo cementerio es uno de mascotas, que abrió en 1947. En los límites municipales de Colma se hallan las tumbas de unos cuantos personajes históricos norteamericanos. Entre otros el legendario pistolero Wyatt Earp, el magnate del periodismo William Randolph Hearst, el beisbolista Joe Di Maggio y el fabricante de pantalones Levi Strauss. Cada día cientos, o miles de personas visitan los cementerios, en una suerte de tanatoturismo fascinado por la muerte. Pero para los habitantes de la localidad, los cementerios son parques, y el lema del pueblo no es otro que «Es genial estar vivo en Colma»


Fuentes y más info: Un Mundo Inmenso, New York Times, Atlas Obscura, Wikipedia, All That’s Interesting, Unusual Places
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La camiseta de esa con el lema de la ciudad, sería utilizada por un zombie en una película cómica de terror de bajísimo presupuesto ambientada en la ciudad de Colma
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Por si no has leído a Ernesto Sábato.
De su libro ‘Sobre héroes y tumbas’:
Tal vez a nuestra muerte el alma emigre:
a una hormiga,
a un árbol,
a un tigre de Bengala;
mientras nuestro cuerpo se disgrega
entre gusanos
y se filtra en la tierra sin memoria,
para ascender luego por los tallos y las hojas,
y convertirse en heliotropo o yuyo,
y después en alimento del ganado,
y así en sangre, anónima y zoológica,
en esqueleto,
en excremento.
Tal vez le toque un destino más horrendo
en el cuerpo de un niño
que un día hará poemas o novelas,
y que en sus oscuras angustias
(sin saberlo)
purgará sus antiguos pecados
de guerrero o criminal,
o revivirá pavores,
el temor de una gacela,
la asquerosa fealdad de comadreja,
su turbia condición de feto, cíclope o lagarto,
su fama de prostituta o pitonisa,
sus remotas soledades, sus olvidadas cobardías y traiciones.
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Es decir: si naces en Colma hay una buena probabilidad de que nunca te vayas de allí. Apuesto a que es el pueblo con más filósofos por metro cuadrado de todos los EE UU.
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Excelente entrada, como siempre. Me gustó el término que te inventaste: Tanatoturismo. Y es que resulta que tiene muchas variantes y el tema de los cementerios atrae a más turistas de los que mucha gente pudiera imaginar. Una variante que me parece lamentable en lo personal es la de un cementerio en mi ciudad famoso por lo ostentoso y exagerado de las tumbas (mausoleos más bien), construidos para narcotraficantes locales fallecidos…. Para gustos, los colores, pero siendo estrictos, y guardando toda proporción, al final de cuentas las famosas pirámides de Egipto son eso, tumbas. ¿Las contarías como tanatoturismo también?
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