7-Eleven, templos, trenes y neón. Cuatro días en Tokio, la ciudad inabarcable

«Japón es todo lo que te imaginas sobre Japón, pero multiplicado por diez». Javi pronunció esa frase nuestra segunda noche en Tokio, mientras paseábamos por Shinjuku rodeados de gente e iluminados por una cantidad aparentemente inagotable de carteles y luces callejeras. Tokio es exactamente igual. Una ciudad infinita, imposible de acabar, donde para el ojo occidental, todo es nuevo, todo es brillante, y todo es asombroso. Cuatro días no dan ni siquiera para empezar a rascar la superficie de la capital japonesa, pero eran los días que teníamos, así que los aprovechamos a fondo.

Tokio la nuit

En el tren bala desde Hiroshima fui leyendo El Expreso de Tokio, una novela policiaca de Seicho Matsumoto publicada en 1957. En la novela hay un factor de tanta importancia que es casi un personaje en si mismo: los horarios de los trenes, que resultan ser cruciales en la trama. Todavía en España, cuando estaba preparando el viaje, busqué los horarios del Shinkansen entre Hiroshima y la capital, dos ciudades que están separadas ochocientos kilómetros. Boquiabierto descubrí que hay un tren directo cada cuarto de hora durante la mayor parte del día. Hay más frecuencia entre Hiroshima y Tokio que entre Barcelona y el aeropuerto de El Prat. Por supuesto, el tren llegó y partió a la hora exacta con un margen de apenas diez segundos. La puntualidad en Japón es simplemente otro nivel.

Un vagón del metro de Tokio sorprendentemente vacío. El metro también tiene horarios estrictos que se siguen al minuto, no el vago «cada 6/8 minutos» que se estila en Europa. En Japón, la puntualidad, y en general el cumplimiento estricto de las normas, es parte de la cultura nacional. También está mal visto hablar en el metro, por cierto

Decir que Tokio es inabarcable es como decir que el agua moja o que Rusia invade a sus vecinos. Hay varias maneras de definir Tokio: la ciudad, la prefectura, y el área metropolitana. El municipio de Tokio dejó de existir en 1943, su lugar hoy lo ocupan los llamados Barrios Especiales, 23 unidades administrativas diferenciadas sin una autoridad única sobre ellas. La definición más común de Tokio es la de la prefectura, oficialmente, Metrópolis de Tokio, que incluye los 23 barrios especiales y 39 entidades administrativas más, todas ellas bajo el paraguas del gobierno metropolitano, en una organización parecida a la de Londres. En total suman catorce millones de habitantes, o un diez por ciento de la población del país. Pero Tokio no se acaba en Tokio. El área metropolitana de la capital, edificio tras edificio y línea de tren tras línea de tren se extiende decenas o cientos de kilómetros hacia todas partes, abarcando seis prefecturas más, y conformando lo que se conoce como la Región de Kantō, una megalópolis de más de treinta mil kilómetros cuadrados (el tamaño de Bélgica), y más de 43 millones de habitantes. El área metropolitana más poblada del mundo. La escala de semejante monstruo demográfico y geográfico es aterradora, y basta un viaje en metro para comprobarlo.

No llegamos a ver a los famosos empujadores, pero no habrían venido mal, la verdad
Hora punta en el metro de Tokio. Nótese la mirada de desprecio de la joven de la mascarilla

Alquilamos un apartamento a un kilómetro de la Tokyo Skytree, la torre de comunicaciones más alta del mundo, que ocupa también el tercer puesto de las estructuras más altas de la Tierra. El apartamento se vendía como cuádruple, y efectivamente incluía cuatro camas en dos literas, pero el espacio daba a duras penas para nosotros dos. Javi y yo tenemos una relación simbiótica a la hora de viajar en la que yo me encargo de organizar y comprar absolutamente todo y él de ponerle pegas a mis decisiones, pero al final del día funciona bastante bien, en buena parte porque somos la misma persona distribuida en dos cuerpos de diferentes tamaños, situación que un día él definió de manera increíblemente precisa como «66/33»; si habéis visto alguna foto nuestra ya sabéis quién es cada número. Así que cuando llegamos al apartamento después de haber amanecido a las cuatro de la mañana en Seúl y pasado el día en Hiroshima, cada uno hizo lo suyo: él se metió en la cama a roncar como un bendito y yo me largué a dar un paseo por el barrio.

Nuestro edificio tokiota. Una cosa que llama la atención de la arquitectura local es que los edificios, a diferencia de lo que sucede en toda Europa, no se tocan; obligatoriamente hay un espacio entre ellos, proporcional a la altura de la construcción. Así cuando hay un terremoto el edificio tiene espacio de sobra para el inevitable bamboleo
Un callejón cualquiera de Tokio, un día cualquiera de marzo, a las 11 de la noche

En los 1.200 metros de una única calle entre el portal del edificio y la Skytree conté un total de 18 konbini, la maravillosa palabra japonesa para nombrar las convenience stores. Hay tres grandes marcas de tiendas de conveniencia en Japón; la más conocida y numerosa es Seven Eleven, que llegó al archipiélago hace medio siglo de la mano de la marca americana; ahora la rama japonesa es la propietaria de su matriz. Hay mas de 22.000 sevenelevens por todo Japón, un tercio de ellos en el área metropolitana de la capital. Las otras dos grandes cadenas de konbini son Family Mart y Lawson, con 17.000 y 14.000 tiendas respectivamente. Además de lo obvio en cualquiera de estas tiendas uno puede encontrar una variedad maravillosa de comida local: onigiris, makis, ramen, dorayakis, y todo lo imaginable. También vino (español o chileno, entre otros), y lo que más me fascinó y me hizo sentirme como un personaje de Paco Martínez-Soria, las bebidas calientes. Latas y botellas calientes compartiendo nevera con latas y botellas heladas. La tecnología indistinguible de la magia, que decía aquel.

Cava y vino de aguja español en un Seven Eleven de Tokio. Patriotismo over 9000. Y atención a los precios

Tras mi primera compra en un 7-Eleven llegué a una conclusión bastante obvia: Japón es barato. Absurdamente barato, a veces. Cuando viajamos allí un euro costaba unos 161 yenes (ya está en 169), lo que permitía hacer una equivalencia aproximada con las pesetas, que nosotros, dada nuestra provecta edad, recordamos perfectamente. Pero los precios no sólo estaban en pesetas, sino que eran en pesetas. Viajar a Japón es viajar al futuro en muchos ámbitos, pero en el de los precios es regresar a 1999, con las Torres Gemelas en pie, el miedo al Efecto 2000 y el bullet time de The Matrix como gran avance en los efectos especiales. ¿Comer o cenar por mil pesetas (seis euros)? Perfectamente posible en literalmente cualquier bar. ¿Un menú Big Mac por seiscientas cincuenta pesetas (cuatro euros)? Aquí tiene, caballero. ¿Cien pesetas (sesenta céntimos) por una Cocacola? En cualquier konbini. Ross y Rachel estaban en un descanso, Claudia Schiffer es la supermodelo del momento y Cher acaba de descubrirle al mundo las maravillas del Autotune. Lo único que no es barato en Japón, y que es incluso caro comparado con Europa Occidental, es el café. Ningún café solo baja de tres euros en cualquier bar, dentro o fuera de Tokio, o de cuatro si es un cappuccino o un latte. ¿Por qué? Para mi sigue siendo un misterio.

Los baños públicos son omnipresentes en toda la ciudad. Este estaba en un callejón desolado de Asakusa

Regresé de los alrededores del Skytree dando un rodeo por callejones traseros. En lugar de gente trapicheando con drogas y yonkis en las escaleras encontré cochecitos de niño, bicicletas y patinetes eléctricos, todos ellos aparcados sin ningún tipo de medida de seguridad en los portales de los edificios. Es algo que en la mayoría de ciudades de Europa Occidental es inimaginable, y no hablo de Barcelona o Marsella, sino de Oslo o Estocolmo. No digamos ya Baltimore o San Francisco. Las tasas de criminalidad en Japón son ridículamente bajas. En un año cualquiera en todo el archipiélago hay menos de 300 asesinatos. Es prácticamente la misma cifra que en España, pero con tres veces más población. En México, con una población parecida, la cifra es más de cien veces superior. En Brasil necesitan poco más de dos días para alcanzar los 300 asesinatos. La estadística referida a otros crímenes es similar: Japón es un país increíblemente seguro. La mentalidad japonesa es obviamente distinta de la europea; las bicis de aquel callejón fueron el primer shock, pero tuvimos sobradas ocasiones de comprobarlo a lo largo de los siguientes días.

Decenas de bicicletas aparcadas sin ningún tipo de medida de seguridad en la puerta de un konbini

Siempre digo por aquí que mi manera favorita de conocer las ciudades es paseando, pero la escala sobrehumana de Tokio lo hace imposible. Desde nuestro apartamento hasta el famoso cruce de Shibuya se tardan 40 minutos en metro, y eso que las dos paradas están en la misma línea. Nuestra primera visita en la ciudad fue lo menos urbano de todo: el Santuario Meiji, un templo sintoísta en el centro de un parque de setenta hectáreas. El paseo hasta allí desde el metro más próximo estuvo trufado de visitas a food trucks pagando precios por debajo de la mitad de lo normal en España en lugares similares. Conseguimos perder peso durante el viaje a base de caminar horas y horas, pero la debilidad del yen nos lo puso difícil. El santuario en sí es una combinación singular de recinto religioso y trampa para turistas, como, por cierto, casi cualquier catedral europea.

Mensajes en tablillas de madera dejados por los turistas y los locales en el santuario Meiji
Ceremonia sintoísta en el santuario Meiji de Tokio. Nuestra masiva ignorancia nos impidió enterarnos de si era una boda, un funeral o una primera comunión (vale, esto último es poco probable)

Desde allí bajamos caminando hasta el cruce de Shibuya. El lugar es el punto más conocido de Tokio, y es un símbolo tanto de la hormigueante ciudad como del poderío demográfico de Asia. Hay un mapa muy famoso que sitúa un círculo sobre el sudeste asiático y señala que hay más gente dentro del círculo que fuera. En Shibuya, francamente, te lo crees. Es cierto que un porcentaje nada desdeñable de los peatones son turistas haciéndose fotos o tiktokers grabando el próximo vídeo en vertical al que le dedicarás un total de segundo y medio de atención, pero realmente es un lugar absurdamente concurrido. Vamos a hacer una comparativa. La estación más concurrida de España es la de Atocha, en Madrid, donde llegan buena parte de las líneas de tren de alta velocidad del país, más todas las líneas de cercanías de la provincia, además de una línea de metro. En total son cien millones de personas al año las que utilizan el recinto. Es la misma cifra que tiene Shibuya en un mes. Y ni siquiera es la estación más concurrida de Tokio, ese honor le corresponde a Shinjuku, que suma casi cuatro millones de viajeros al día, más de 1.300 millones de personas al año.

Mapa del ferrocarril de cercanías de Tokio. Bueno, una pequeña parte de él, en realidad.

Navegar por primera vez por el interior de la estación de Shinjuku es una cura de humildad para cualquier viajero experimentado. De hecho, orientarse por cualquiera de las desmesuradas estaciones tokiotas es un desafío, pese a que toda la cartelería es bilingüe en inglés. El mapa del transporte público es poco menos que indescifrable, en buena parte debido a la imposibilidad material de embutir una cantidad tan absolutamente abrumadora de información en una superficie bidimensional. El Metro de Tokio, operado por dos empresas distintas, es el cuarto más transitado del mundo tras los de Shangái, Pekín y Cantón, pero, esta es la gracia, supone únicamente una quinta parte del total de pasajeros ferroviarios en la ciudad. La Japan Rail, JR para los amigos, transporta más de treinta millones de pasajeros diarios en la ciudad (sin contar el área metropolitana), para un total por encima de los cuarenta millones de viajeros cada día de la semana. Casi siete veces más que el Metro de Nueva York. Los cuatro días que disfrutamos en la ciudad los pasamos abrumados por la colmena humana; y eso que volamos desde Barcelona, un área metropolitana de cinco millones de personas. Pero todo en Tokio es superlativo.

Vista nocturna de Tokio desde el mirador de la Torre de ídem
Una muchedumbre en el cruce de Shibuya

Según las guías, Asakusa es uno de los barrios que no te puedes perder de Tokio, por ser el que mejor representa el contraste entre tradición y modernidad que los occidentales atribuimos a Japón, probablemente de manera acertada. Nos bajamos del metro junto a la entrada del Santuario Sensoji, que estaba todo lo abarrotada que cabría esperar un viernes por la tarde. Un montón de chicas jóvenes vestidas con trajes tradicionales se hacían fotos frente a la llamada Puerta de los Truenos (Kaminarimon). La puerta se ha quemado tantas veces que la actual data de 1960, pero no nos referimos a eso con lo de tradición y modernidad. Paseamos un rato por el mercado, las pagodas y los templos, fundiéndonos con la multitud, mayoritariamente local, y al cabo de un rato nos salimos de la muchedumbre camino de la otra actividad típica del barrio: ir de compras. Ha llegado el momento de hablar de Don Quijote, y no el de Cervantes.

Santuario y pagoda en el Templo Sensoji
Eso no es lo que parece. Repito, NO es lo que parece, dejad de cantar Erika
Pagoda y la torre Skytree al fondo

Si tomamos un Seven Eleven, un Lawson y un Family Mart, los metemos en una batidora, le añadimos cantidades planetarias de esteroides y después lo inflamos como un castillo infantil, el resultado es Don.Quijote, el konbini definitivo. Unos grandes almacenes abiertos 24 horas al día en los que se puede encontrar literalmente cualquier cosa, y cuya mascota es un pingüino ataviado con un gorro que va cambiando según el lugar y la época. Siete pisos con la mercancía amontonada de manera diríase que aleatoria, con precios de derribo (salvo, curiosamente, en los souvenirs) y mostradores tax-free para los guiris como nosotros. Los Donki son extremadamente populares no sólo entre los turistas (especialmente, claro, los españoles) sino entre los locales, que acuden en masa hipnotizados por los precios, bajos incluso en el contexto japonés. Soy de los que cuando viaja disfruta yendo a la compra, porque un supermercado revela mucho de la mentalidad y del día a día de cualquier país o ciudad; los Donki son una visita obligada incluso aunque no seas de los míos.

Si se lo llegan a decir a Cervantes…

Una mañana salí a hacer fotos por el barrio del apartamento. Era domingo así que estaba todo bastante tranquilo. Me compré el desayuno en el Lawson más próximo y me dispuse a pasear. En un cruce me encontré a media docena de vecinos esperando junto a un semáforo. Miré a un lado: dos kilómetros de calle vacía. Miré al otro. Absolutamente ningún movimiento hasta donde alcanzaba la vista. La calle tenía seis metros de ancho. Podrían haber cruzado haciendo el pino puente, reptando, o caminando sobre las manos dos docenas de veces antes de que el primer vehículo se avistara en el horizonte. Pero ahí estaban. Quietos como estatuas. Mirando fijamente el muñequito rojo del semáforo, esperando su autorización silenciosa para dar los once pasos hasta la acera de enfrente. La madre que los parió. Ni siquiera se les pasaba por la cabeza la posibilidad de cruzar, aunque a juzgar por el tráfico el coche más cercano podría estar en Okinawa. Tuve que echar mano de toda mi fuerza de voluntad para esperar cuarenta interminables y completamente absurdos segundos hasta que el semáforo se puso en verde. Podría haber cruzado, nadie me habría dicho nada, pero en mi cabeza, cuando viajo, represento a mi país, y en el caso de Japón, a todo occidente. No seré yo el turista que incumpla una norma, por absolutamente irrelevante que sea, y deje mal a mi rincón del planeta.

Los primeros cien metros de la torre Skytree (mide 634)

Tengo una costumbre cuando viajo y es escribir postales. Tengo un pequeño grupo de amigos en Barcelona, Madrid, Pamplona y Estocolmo a los que mando una postal desde cada destino, generalmente con juegos de palabras tan atroces que hacen que lo de Hiroshima parezca tolerable en comparación. Enviar las postales desde Tokio a Europa me costó 100 yenes. Sesenta céntimos de euro. Es menos de lo que cuesta enviar una postal a España desde España. Y la postal llegó exactamente en siete días a los cuatro destinos. De todos los viajes que he hecho fue simultáneamente el envío más lejano, más barato y más rápido. Porque Japón tiene normas y costumbres que para el occidental pueden resultar incomprensibles o innecesarias, pero que son el esqueleto de la sociedad que ha hecho del país el lugar fascinante que es.

El próximo lunes, más.

Sí, se me coló una de Kioto. Tokio para los amantes de los anagramas

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7 respuestas a “7-Eleven, templos, trenes y neón. Cuatro días en Tokio, la ciudad inabarcable

  1. Avatar de Matias ND Matias ND 1-julio-2024 / 6:27 pm

    Evidentemente Asia Oriental es absurdamente poblada.

    No solo Tokio, sino ciudades de las que nunca hemos oído hablar y extremadamente desconocidas hasta en sus propios países, que tranquilamente estarían en el podio de ciudades más pobladas del país en cualquier otra parte del globo, como bien lo mencionaste, creo yo, en la entrada sobre Chongqing y su extraño metro

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  2. Avatar de cob cob 2-julio-2024 / 8:48 am

    Estupenda entrada, Diego. Muy marciano lo de Japón…

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  3. Avatar de Andrés Fernández Andrés Fernández 2-julio-2024 / 10:31 pm

    ¿Na menos que hasta el lunes?

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