Las puertas del infierno (I): Centralia, el pueblo al que le arden las entrañas

A principios de los años 80 Centralia era un apacible pueblecito sito en el Condado de Columbia, en Pensilvania, con más de 1.000 habitantes y sus cuidados céspedes y sus coches familiares de seis metros de largo aparcados junto al jardín. Situado a apenas dos horas en coche de Filadelfia o a tres de Nueva York, era el clásico pueblo de clase media del noreste de Estados Unidos, la clase de sitios a los que ponen apodos como «la capital mundial de la tarta de manzana» y cosas así. Un pueblo como hay miles en Nueva Inglaterra, Nueva York o la propia Pensilvania. Antes de que se alcanzara la mitad de la década de los 80 el pueblo quedaría prácticamente vacío. Un incendio tuvo la culpa. Pero era un incendio invisible, porque se encontraba bajo las casas unifamiliares, bajo las pulcras calles, bajo los cuidados céspedes y los niños intercambiando cromos de béisbol. En sólo cuatro años el pueblo quedó casi desierto. Esta es su historia.

Uno de los carteles que avisan del peligro en el pueblo, instalados por las autoridades estatales: «Peligro. Fuego bajo tierra. Caminar o conducir por esta área puede provocar graves heridas o la mierte. Presencia de gases peligrosos. El suelo puede hundirse repentinamente»

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