Calle Aragón. Avenida de Segovia. Camino de Talavera. Callejón de Tarragona. Calle Madrid. Cuesta de Pamplona. Plaza de Granada. Puede parecer el callejero de una urbanización de extrarradio a las afueras de una capital de provincia, o el noménclator de un juego de mesa parecido al Monopoly, pero no. Todas y cada una de ellas existen en el más inverosímil e inesperado de los lugares: La costa de Australia Occidental. Y son un homenaje al escritor más famoso de todos los tiempos en nuestra lengua, a la que no llamamos «Lengua de Cervantes» por casualidad. Sorprendentemente, o no tanto, en realidad ese homenaje fue producto de un error. Esta es la historia de Cervantes, un pueblo de 500 habitantes a quince mil kilómetros de España donde los españoles nos podemos sentir como en casa.

Cervantes es una localidad costera a doscientos kilómetros al norte de Perth, la capital de Australia Occidental. Tiene un par de hoteles (Cervantes Lodge, en el cruce de Seville Street y Barcelona Drive), otro par de bares (Cervantes Bistro, en el 1 de Cadiz Street y Cervantes Country Club, en el número 14 de Aragon Street), una licorería (Cervantes Liquor Store), una tienda y poco más. Hay un Bed&Breakfast en Malaga Court, unos baños públicos en Corunna Road y otros en Catalonia Park y el mejor restaurante de la ciudad, el Lobster Shack, está en Catalonia Road. Hay pocos niños, y todos acuden a la Cervantes Primary School de Iberia Street. Es un pueblo de casitas bajas prefabricadas con tejados a dos aguas recubiertos de paneles solares. Un lugar extremadamente anodino, tan parecido a cualquier otro pueblo que casi entra en la categoría de no-lugar. Salvo que, claro, tiene el mejor callejero de Oceanía.

Hay una explicación sencilla a cómo llegó a haber tantas calles con nombres españoles en la otra punta del globo terráqueo. La casualidad. Pura y simple. El nombre del pueblo no es un homenaje al autor del Quijote, sino que llegó a Australia, como todo en aquella época, en un barco. Uno norteamericano, concretamente. Que, este sí, recibió su nombre en memoria del escritor madrileño. Originalmente construido como ballenero, el Cervantes fue botado en Maine en 1840, y después de un viaje a las aguas antárticas para cazar cetáceos fue reconvertido en buque de carga. En esas andaban cuando una mala noche de junio de 1844 el carguero embarrancó en un lugar llamado Thirsty Point. El capitán, que también era uno de los propietarios, llegó a la conclusión de que repararlo habría sido posible fácilmente si hubiera estado en algún lugar civilizado, pero Australia Occidental en aquella época era el culo del mundo a mano izquierda. Así que decidió subastar la nave junto con todo su contenido. Las rocas frente a la costa donde el barco había encallado se denominaron desde entonces como Cervantes Rocks, porque todavía estaban poniéndole nombres a las cosas, y al final el barco era la única cosa reconocible en cientos de kilómetros de costa.

Fast forward de unos ciento diez años. Estamos en los cincuenta. Unos pescadores deciden asentarse en un lugar llamado Thirsty Point, enfrente de unas islas denominadas Cervantes Islands. No les va mal, así que se construyen unas cuantas casas, excavan unos cuantos pozos y se compran un camión para llevar los peces a Perth. La comunidad va creciendo hasta que en 1962 el gobierno de Australia Occidental decide otorgarle al pueblo la condición de municipio. Así que les pregunta a sus habitantes como se llama aquel lugar, y responden, claro, que Cervantes. Como las piedras de enfrente. Cómo va a llamarse si no. Pasan los años y el pueblo sigue creciendo. Llega el asfalto, el césped, las neveras para mantener la cerveza helada y los impuestos sobre la propiedad inmobiliaria. El consistorio planifica poco las construcciones, pero tiene que al menos poder otorgar una dirección postal a todo el mundo. Así que cada camino y pista del pueblo recibe un nombre. Y dado que el lugar se llama Cervantes y, suponen, le debe su nombre a un escritor español, deciden que, a falta de próceres locales a los que homenajear, le dedicarán las calles del pueblo a lugares de España. Alguien busca el mapa de la Península Ibérica en un atlas y voilá. Santander Way semiesquina con Segovia Avenue, justo enfrente de Huelva Place. Talavera Road desembocando en Cadiz Street. El cruce de Biscay con Catalonia y la manzana que forman Valencia Road, Tarragona Loop y Pamplona Crest. La España de las antípodas.

No hay ninguna librería en Cervantes, lo cual es una tragedia. Lo que sí hay son surferos. El pueblo es hoy un destino turístico secundario a un costado de la Indian Ocean Road, con playas idílicas y mayormente desiertas que en Navidad y el resto del verano se llenan de estudiantes y viajeros en busca de relax, o que paran allí para visitar el Pinnacle Desert, un espectacular conjunto geológico en medio de uno de los parques nacionales más bonitos de Australia. Para eso, o, por que no, para desayunar en Lérida antes de salir a correr por Córdoba, para después pegarse un atracón de langosta en Madrid. Eso sí que es darle gusto a la lengua de Cervantes.
Fuentes: aproximadamente diecisiete personas, entre ellas el editor de mi libro, me enviaron un vídeo en Instagram donde un australiano contaba la historia. Después de trastear un rato encontré estas otras fuentes: Contando Estrelas, La Razón. La historia del barco llamado Cervantes se puede encontrar en la base de datos de naufragios de Australia Occidental, y la del pueblo en la Cervantes Historical Society, que tiene 25 miembros.
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Y por supuesto, esta historia, como ttodas las demás, aparece en El Mapa de Fronteras
No sé si os he contado que he escrito un libro. Puede que se me haya pasado mencionarlo, quizá. Por si acaso no has pisado este blog en el último medio año, que sepas que existe una obra única en su género (siendo «su género» equivalente a «escrita por mi»), titulada HISTORIONES DE LA GEOGRAFÍA, en la que me explayo durante doscientas y pico páginas acerca de lugares extraños, fronteras aburdas y todo tipo de anécdotas geográficas, buena parte de las cuales nunca han salido aquí porque me las reservo para el libro PARA QUE LO COMPRÉIS. COMPRAD MI PUÑETERO LIBRO.
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«para desayunar en Lérida antes de salir a correr por Córdoba, para después pegarse un atracón de langosta en Madrid.» Y todo sin moverse de la misma población!
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