«Tenéis suerte de que no os pegaran un tiro». Así resumió el coronel armenio la situación. Llevábamos seis horas en su despacho del cuartel, interrogados incesantemente por dos agentes de la policía secreta y unos cuantos oficiales de diversos rangos, desde el teniente que nos hacía de traductor hasta el general que llegó a última hora para aportar su granito de arena al surrealismo del trance. Para entonces estábamos física y mentalmente agotados por la incertidumbre acerca de nuestro futuro inmediato y por el larguísimo interrogatorio, que incluyó la revisión inmisericorde de los chats de WhatsApp y las galerías de fotos de nuestros móviles. Para entender cómo habíamos llegado hasta allí tendremos que recordar la regla número uno del viajero: no te acerques a las zonas fronterizas de dos países que están técnicamente en guerra. Y si lo haces, procura no hacer fotos con teleobjetivo.
