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Hay quien dedica sus vacaciones a visitar monumentos prodigiosos, lugares patrimonio de la humanidad, museos llenos de arte y gloria a partes iguales, maravillas de la naturaleza, discotecas abiertas hasta el amanecer o playas paradisíacas bañadas por aguas cristalinas. Todo eso está muy bien, pero carece del encanto de un balneario soviético semiderruido y comido por el óxido a las afueras de un pueblo georgiano de siete mil habitantes. Así que allí nos dirigimos, a las ruinas de Tskaltubo, el spa de Stalin.

Las propiedades terapéuticas de las aguas termales de esta región de Georgia ya se conocían hace un milenio, pero fue tras la conquista de Georgia por parte del Imperio Ruso cuando empezaron a construirse balnearios. Durante el siglo XIX y principios del XX se sucedieron las investigaciones sobre las aguas del pueblo, llegándose a la conclusión de que eran ricas en radón carbonato, cosa que aparentemente es muy buena para muchas cosas. El caso es que a partir de los años 20 se convirtió en un resort-spa para los jerifaltes comunistas, incluido el propio Stalin, que como es sabido nació a poco más de ciento cincuenta kilómetros de allí. Los balnearios brotaron como setas, hasta tal punto que se convirtió en uno de los destinos favoritos de los privilegiados entre la clase trabajadora soviética, que de vez en cuando obtenían permiso médico para pasar una semana allí con su familia. Durante el apogeo del pueblo, en los años 80, más de veinte mil personas residían en él y 150.000 personas visitaban alguno de las dos docenas de sanatorium del lugar. Cuatro trenes diarios unían Tskaltubo con Moscú, como parte del ferrocarril Transcaucásico.


La disolución de la Unión Soviética destruyó el ecosistema de balnearios del pueblo, y la guerra civil georgiana, primero, y el conflicto con Abjasia después convirtió la infraestructura en el hogar temporal de decenas de miles de refugiados, algunos de los cuales siguen allí tres décadas y pico más tarde. Tskaltubo tiene hoy 7.000 habitantes, más o menos los mismos que tenía en 1925, y hay un único balneario abierto desde hace pocos años. Está prevista la apertura de otro comprado por inversores turcos y chinos, pero de momento simplemente se ha vallado la propiedad, y ya no puede accederse (legalmente). Es algo que resulta llamativo. En España, y en la mayoría de Europa occidental, los edificios abandonados están obligatoriamente vallados, tapiados y en general se exige de las autoridades que eviten el acceso de intrusos por los evidentes peligros que conlleva. En Georgia confían en que la gente no sea imbécil y se caiga por el hueco de un ascensor, o, si lo hacen, consideran que es culpa suya por cretinos. Y en eso estaba pensando mientras miraba desde un cuarto piso al abismo de un elevador que hace décadas que desapareció. Que si nos pasaba algo era por idiotas.


Hay dos docenas de balnearios y hoteles abandonados por todo el pueblo; Tskaltubo en sí es un lugar perfectamente funcional, pese a que en muchos lugares se refieren a él como «ciudad fantasma». No es el caso. Nosotros visitamos un par en nuestro primer día completo en Georgia. El Sanatorium Sakartvelo (Sakartvelo, o საქართველო , significa Georgia en georgiano) comenzó a construirse en 1974 y abrió en 1983. En su momento era el balneario más alto y grande de la ciudad; doce plantas de habitaciones, piscinas y salas de masajes y reposo. Hoy es seguramente la reliquia más grande de Georgia. Cerró a finales de 1991, pero entre 1992 y 1993 recibió un par de miles de refugiados desde Abjasia, del total de siete mil que acabaron recalando en Tskaltubo. Las últimas familias abandonaron la ruina hace sólo tres o cuatro años, dejando atrás el esqueleto de hormigón casi vacío de los edificios.


Aquel fue uno de los momentos en los que agradecí haber hecho el viaje acompañado, especialmente por un veinteañero absolutamente irrespetuoso con la integridad de su esqueleto; yo solo probablemente habría tenido amplios reparos en explorar el edificio. Al fin y al cabo, de haber estado solo y haberme caído por alguno de los muchos agujeros en el cemento armado, nadie habría encontrado mis restos hasta cuatro o seis días laborables más tarde. La probabilidad de morir ambos era más reducida así que nos recorrimos el pecio de cemento sin demasiados miramientos, como los miles, o decenas de miles de personas que han pasado por allí antes que nosotros.


Las formas geométricas del hormigón desnudo le dan al balneario un aspecto de espacio liminal, fuera de las reglas convencionales más básicas e incluso de las leyes de la física. La catástrofe a cámara lenta provocada por el paso del tiempo hacen que el lugar simultáneamente sea inquietante y provoque cierta nostalgia por un mundo que nosotros nunca conocimos. No resulta difícil imaginarse cómo era la vida en aquel lugar que ahora sólo está poblado por los fantasmas de la memoria. Es fácil identificar las habitaciones, los baños, las salas comunes y sobre todo los huecos de los ascensores, pese a que todos los espacios han sido despojados de cualquier rastro de identidad. Sólo algunas cortinas mecidas por el viento de manera misteriosa en uno de los extremos del edificio dan fe de que allí alguna vez existió algo más que la estructura muerta y llena de escombros que estamos recorriendo.


A poco más de 700 metros en línea recta de allí está el Balneario Medea, cuya fachada neoclásica-estalinista de dos fotos más arriba es la más conocida por los exploradores urbanos. Empezó a construirse en 1954 y se abrió al público ocho años después; igual que todos los demás, cerró sus puertas cuando la industria del balneario colapsó en la localidad, pocas semanas después de la disolución de la Unión Soviética. Cuando llegamos estábamos solos, pero pronto se nos unieron otros tres grupos de turistas ávidos de hormigón al aire, escaleras sin barandillas y escombros capaces de transmitir todas las enfermedades mortales conocidas por el hombre. Una manera como cualquier otra de viajar, ciertamente.




Junto con los amantes del urbex llegó una señora, con edad suficiente como para haber sido amiga de la madre de Stalin, e instaló un puestecito de venta de bebidas y chucherías. Otro día más en la atracción turística más disfuncional del Cáucaso. El spa es más pequeño que su vecino, pero está apreciablemente mejor conservado dentro de la devastación propia de lugares que llevan tres décadas abandonados. El hormigón del que están construidos garantiza que los derrelictos puedan sobrevivir muchas décadas más si nadie con dinamita lo remedia. Las posibilidades de caer veinte metros por un hueco sin proteger son, eso sí, aún más elevadas. Por supuesto el lugar es perfectamente accesible y hay hasta un hueco para aparcar en la puerta. En Georgia la gente es tan libre de ganar un Premio Darwin como los perretes, cientos de miles de ellos, de vagar por todo el país.

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Lo de que el agua tuviera radón lo tuve que investigar, y aprendí algo nuevo, al parecer.
Tal parece que en las aguas termales, teniendo una cantidad superior a la del agua promedio, tiene propiedades terapéuticas. Sin embargo, en dosis aún más grandes, es cancerígeno.
Considerando los antecedentes soviéticos… perfectamente pueden haber piscinas termales de ambos tipos.
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