Una de las leyendas más persistentes de la colonización española de América fue la leyenda de El Dorado, una ciudad imaginaria con riquezas inenarrables donde los edificios, las calles y hasta las personas estaban cubiertas de oro. La codicia impulsó a cientos, si no miles, de soldados a lanzarse a la búsqueda del mítico a la par que inexistente lugar. Descubridores como Francisco de Orellana, soldados rebeldes como Lope de Aguirre y corsarios al servicio de Su Majestad Británica como Walter Raleigh se dejaron la salud y muy a menudo la vida en la búsqueda de una ciudad hecha de oro. El Dorado no existía, pero las llamadas fiebres del oro han sacudido no pocas veces regiones y países, de Australia a California, desde la aparición de aquella leyenda hace medio mileinio. Ninguna de ellas, sin embargo, atrajo a la gente a un lugar tan elevado ni, probablemente, tan duro. Hablamos de La Rinconada, en Perú, el asentamiento humano permanente a mayor altitud del mundo.
