Cádiz, salada claridad.
Granada, agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga, cantaora.
Almería dorada.
Plateado Jaén.
Huelva, la orilla de las Tres Carabelas…
y Sevilla.
Manuel Machado
El taxi me llevó hasta el Parador en poco más de quince minutos, en los que el chófer aprovechó para ponerme al día de los esoterismos de la ciudad. No sólo la fortaleza reconvertida en hotel de cinco estrellas tiene dos fantasmas para aterrorizar por las noches a los huéspedes, sino que la catedral de Jaén fue construida en un lugar «especialmente energético», donde antes había una mezquita y todavía antes un templo pagano. «La Iglesia sabe dónde construir sus edificios», aseveró muy serio. En eso tengo que darle la razón. Desde lo alto del Cerro de Santa Catalina la catedral destaca de manera masiva en la ciudad. De hecho, es lo único que destaca de la ciudad. Más aún, es lo único que justifica una visita a la ciudad. Eso, y querer, como yo, completar el álbum de cromos de todas las provincias. Jaén hizo la número 47 de 52 (Ceuta y Melilla cuentan como provincias aparte en mi lista, aunque no lo sean). En el autobús desde Granada lo único que se ve son olivos. Millones de ellos. Según la oficina de turismo, en la provincia hay 66 millones de olivos; tres cuartas partes de su superficie se dedican a la producción de aceite. Desde las alturas, también se ven olivos hasta donde alcanza la vista. Puedo recitar de memoria el poema del alicantino Miguel Hernández que la provincia adoptó como himno: «Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma, quién, quién levantó los olivos»
Jaén es la representación platónica de lo que en Madrid se entiende por «ciudad de provincias». Una capital pequeña, remota y agraria donde los poderes locales hacen y deshacen a su antojo. En eso pienso mientras camino calle arriba por las vías de un tranvía que nunca ha llegado a funcionar, camino de la catedral. Decía antes que el templo es el único edificio que merece la pena en la ciudad, pero, eh. Qué catedral. En mi top 10 de catedrales españolas. Los siete euros mejor invertidos del día. Cómo acaba un edificio digno de, yo qué sé, Sevilla o Colonia o Ciudad de México, en una pequeña capital de provincia de cien mil habitantes, es una de esas cosas tan de la geografía y la historia de España, que esconde absolutas joyas a vista de todo el mundo. En la entrada me preguntan si quiero subir a las galerías altas para tener mejores vistas, y estoy tentado de responder «No sé, ¿quiere un preso hacer un vis a vis?». Imagina no subirte a lo alto de los sitios, menudo desperdicio. Al salir, dos horas y pico más tarde, y todavía con cierto síndrome de Stendhal, me meto en el primer bar a comerme un cuenco enorme de Pipirrana, un plato a caballo entre la ensalada y el gazpacho cuya existencia desconocía hasta el instante de pedirlo. Aquello no es barroco ni renacentista, como la catedral, pero también es arte.
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3 respuestas a “Plateado Jaén”